Los científicos han desencadenado el poder del átomo pero no tienen poder para “desencadenar” la paz en la tierra. Los astrónomos han descubierto mucho acerca del tamaño, la majestad y la precisión del universo, pero no pueden “descubrir” el camino a la paz. Ellos pueden encontrar galaxias lejanas a través del universo pero no pueden “encontrar” paz aquí en la tierra.
La guerra ha sido el método principal por el cual las naciones han resuelto sus diferencias a través de la historia.
Sólo podremos conocer la paz construyéndola con justicia, es decir, debe haber una práctica concreta.
La paz es, ante todo, obra de justicia nos dice Gaudium et Spes del Concilio Vaticano. Supone y exige la instauración de un orden justo, [Cf. “Pacem in terris” 167 y PP 76] en el que los hombres puedan realizarse como hombres, en donde su dignidad sea respetada, sus legítimas aspiraciones satisfechas, su acceso a la verdad reconocido, su libertad personal garantizada. Un orden en el que los hombres no sean objetos, sino agentes de su propia historia. Allí, pues, donde existen injustas desigualdades entre hombres y naciones se atenta contra la paz.
En el documento final de la V Conferencia General del Episcopal Latinoamericana y del Caribe celebrada en Aparecida (Brasil) en 2007 se describían los “signos evidentes de la presencia del reino de Dios en la vivencia personal y comunitaria de las Bienaventuranzas, en la evangelización de los pobres, (…) en el acceso de todos a los bienes de la creación, en el perdón mutuo, sincero y fraternal (…) y en la lucha para no sucumbir a la tentación de ser esclavos del mal.