El apoyo profesional en los casos de violencia en el hogar es fundamental para salir del hueco y no normalizar los actos violentos en la familia.
Por Vilma Calderón
Al casarme nunca pensé que esto pudiera ocurrirme. Fui formada con la convicción de que el matrimonio era para toda la vida. Era pecado el divorcio. Pero me fui convenciendo de que era una posibilidad de salida para nuestra situación.
Estrategias
Múltiples estrategias sin resultado. Esperé por mucho tiempo a que él tuviera el control de sus acciones y de sus responsabilidades para con él, conmigo y con nuestros hijos, pero no fue así. El maltrato y la violencia no eran calidad de vida. Por eso no debía sentir culpa. Las heridas profundas en cada uno de los miembros de la familia trajeron la muerte de toda relación. Era libertad, también fracaso.
Empatía
Quienes no han vivido el dolor de la violencia y del divorcio, les será difícil comprender lo que expreso. Sentimientos ambivalentes, que hasta me parecía ilógico sentirlos. Recordaba momentos buenos pasados a su lado. La familia que quise tener, desmoronada a causa de uno de sus miembros.

Sentí odio por su dureza de corazón. De haber pasado a su lado tantos años y no haber sido amada, respetada y valorada como esperaba. Enojo, por haber soportado tantas cosas que pude haber frenado, y por aquellas que no estaban en mis manos poder frenar. Disgusto, porque él no había querido luchar por sus falencias, ni tratar su alcoholismo.
Avergonzada, por la dura situación económica, social, emocional y espiritual. Resentimiento por quienes a su alrededor no actuaron en su momento y a tiempo, ante la ayuda solicitada. Una mezcla de todo.
A pesar de que era la mejor alternativa, fue un paso doloroso. Era armar un rompecabezas con una pieza ausente. Dirigir un hogar con tres hijos. Grandes y difíciles retos, pero no imposibles. Destruir temores y tomar control de mi realidad. Privaciones y sacrificios que enfrentar, pues su maltrato fue más allá. Evadió responsabilidades. Borró a sus hijos de su memoria.
El miedo me acompañaba a cada paso por las calles. Él me seguía siempre, inclusive en mi trabajo. Asustada de lo que podía pasar. A su venganza.
Mirada hacia Dios

Dios me llamaba a perdonar para llenar el vacío existencial que me acaparaba. A llevarme a nuevos espacios que llenarían las ausencias. Comencé a orar por ese ser, que con sus palabras hirientes y sus golpes hirió tan duro nuestras vidas. Por la sanación de todos. Y fui recuperando estabilidad emocional. Volvía a ser yo misma. A tener autoestima. Sentí paz. Supe que había sanado mis sentimientos hacia él. Ya no sentía dolor ni tristeza.
No añoraba ni me fastidiaba nada de él. Era parte del pasado. Restablecida mi confianza, sentí deseos de soñar. Llegó ese hombre de Dios, como lo había pedido, y me llevó a pensar en una relación sana, respetuosa, madura. Ese hombre es ahora mi fiel esposo, hace veintiún años.
