“Hoy se reafirma la misericordia de Dios para con nosotros”, Monseñor Ulloa.

“Hoy se reafirma la misericordia de Dios para con nosotros”, Monseñor Ulloa.

redaccion@panoramacatolico.com

Segundo domingo de Pascua, celebrando la resurrección de Jesús, domingo “de la Divina Misericordia”, nombre que recibe porque en el evangelio de hoy Jesús da a su Iglesia el poder de perdonar los pecados, manifestando así la misericordia de Dios para con nosotros, explicó el Arzobispo de Panamá, Monseñor José Domingo Ulloa Mendieta. 

Desde el Seminario Mayor San José, donde presidió la misa transmitida por FETV y Radio Hogar, Monseñor Ulloa dijo en su homilía, que así es el Señor, infinito en su Amor, y nos quiere limpiar de toda maldad. “No hay absolutamente nada en nosotros, que Él no pueda perdonar. Su amor y su perdón alcanzan y cubren cada rincón de nuestra existencia”, reafirmó.

Acerca de la lectura de hoy, de los Hechos de los Apóstoles que narra cómo vivía la primera comunidad de creyentes, apegados a las enseñanzas de los apóstoles, en la fracción del pan y en las oraciones, destacó ese comportamiento auténtico de hermanos, pues “vivían unidos y tenían todo en común”.

El Arzobispo puso como ejemplo este comportamiento de los primeros cristianos, y siendo descriptivo dijo: ahí está el retrato robot de lo que deberían ser nuestras comunidades eclesiales en sus distintos niveles de participación, ellos conquistados por el Amor del Resucitado querían aprender cada día más sobre Jesucristo. 

“Pero ¿nos ocurre igual con las cosas de Dios? ¿Qué hacemos nosotros para escuchar las enseñanzas de los apóstoles? ¿Nos preocupamos por nuestros hijos y su proceso de catequesis? ¿Acudimos a los diferentes grupos de formación y evangelización en nuestra parroquia?”, preguntó en medio de su homilía.

“Qué bueno es que hoy podamos preguntarnos cómo es nuestra comunidad parroquial, de verdad somos una comunidad de hermanos que vivimos en el amor, o somos un grupo de personas aisladas, en el que cada uno defiende sus propios intereses, aunque esto suponga ofender al resto de los hermanos, y que de vez en cuando se encuentran en un templo para oír a uno que interpreta la Biblia, mientras otros cantan en un rincón”, indicó.

Monseñor Ulloa trajo el relato evangélico de hoy, y señaló que la incredulidad de Tomás revela que una persona separada de la comunidad no puede vivir su fe, no puede creer en Jesús.  

“Hermanos: sin estar injertado en la comunidad, no hay una fe comprometida”, pero eso requiere conocer la doctrina de la Iglesia, no solo la moral, sino la doctrina social, es amarla, es confiar en ella y sentirnos miembros vivos del cuerpo de Cristo, dejar de usar a la Iglesia, para ser Iglesia.

Dijo que una de las tareas de la Pascua es precisamente ser y sentirnos Iglesia, invitando además a “seguir elevando nuestra acción de gracias a Dios, por este Domingo Pascual en la fiesta hermosa y entrañable de la misericordia de Dios instituida por Juan Pablo II, de feliz memoria”. 

“No tengamos miedo de volver el corazón a la Divina Misericordia, de la que hemos de colgar nuestra vida y nuestro trabajo, nuestros afectos e intenciones”, manifestó Monseñor Ulloa tras exhortar a confiar en la misericordia infinita de Dios y seguir pidiendo a Dios que nos dé un corazón compasivo y misericordioso.

A continuación, el texto completo de la Homilía de Monseñor Ulloa desde la capilla de su casa.

Homilía Domingo de la Misericordia

Mons. José Domingo Ulloa Mendieta

 

Hermanos y hermanas:

Estamos en el segundo domingo de Pascua, celebrando la resurrección de Jesús.   A este domingo se le llama el domingo de la “Divina Misericordia”. Recibe ese nombre porque en el evangelio de hoy Jesús da a su Iglesia el poder de perdonar los pecados, manifestando así la misericordia de Dios para con nosotros.

 

Porque así es el Señor, infinito en su Amor, y nos quiere limpiar de toda maldad. No hay absolutamente nada en nosotros, que Él no pueda perdonar. Su amor y su perdón alcanzan y cubren cada rincón de nuestra existencia.

La lectura de los Hechos de los Apóstoles nos narra cómo vivía la primera comunidad de creyentes: “Los hermanos eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles, en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones. Vivían unidos y tenían todo en común”

Es un programa hermoso para todos y cada uno de nosotros. Habrá tiempo de profundizar en estos hechos, pero ahí está el retrato robot de lo que deberían ser nuestras comunidades eclesiales en sus distintos niveles de participación. En esta situación de “confinamiento” se ha puesto a valer la comunidad iglesia doméstica. Nunca hasta hoy, en muchos lugares, la Pascua se ha celebrado en torno a la mesa familiar, presidida por el padre de familia.

Algunos recordarán esto como gesto único y nos podíamos preguntar por qué los cristianos no hemos sabido o no nos han iniciado en las celebraciones domésticas más allá del rosario en familia; que no está mal, pero que no llega a la riqueza de una celebración de la palabra o de una pascua en familia.

La iglesia también es y sobre todo comunidad de fe en la parroquia, en la diócesis y en la comunión mundial de todas las iglesias con aquel que es el servidor de la caridad, el obispo de Roma.

Es en esas comunidades donde principalmente deben brillar las notas de la comunidad pascual. Vivir la Liturgia, la comunión fraterna, la enseñanza o catequesis y el compartir los bienes en el servicio a los más necesitados.

Esos primeros cristianos querían aprender cada día más sobre Jesucristo. Ellos –conquistados por el Amor del Resucitado– querían saber sobre todo sobre su Pasión, Muerte y Resurrección. Querían saber quién es Él, qué hizo, a qué vino. Eso pasa cuando amamos a alguien, queremos saber todo sobre esa persona, sus gustos, sus sueños e ilusiones; ansiamos entrar en su mente y su alma para descubrir cada detalle de su Ser. Pero ¿nos ocurre igual con las cosas de Dios? ¿Qué hacemos nosotros para escuchar las enseñanzas de los apóstoles? ¿Nos preocupamos por nuestros hijos y su proceso de catequesis? ¿Acudimos a los diferentes grupos de formación y evangelización en nuestra parroquia? 

Hermanos y hermanas son esas enseñanzas de la Iglesia las que –también como un regalo de Dios– pueden ayudarnos como un escudo a evitar esas maneras de pensar y de ser que hoy nos quieren imponer, y que van contra la vida, la familia y el verdadero Amor.

Qué bueno es que hoy en medio de esta añoranza de convocarnos podamos preguntarnos ¿cómo es nuestra comunidad parroquial?, ¿de verdad somos una comunidad de hermanos que vivimos en el amor, o somos un grupo de personas aisladas, en el que cada uno defiende sus propios intereses, aunque esto suponga ofender al resto de los hermanos, y que de vez en cuando se encuentran en un templo para oír a uno que interpreta la Biblia, mientras otros cantan en un rincón?

Miremos lo que pasó en el relato evangélico de hoy. La incredulidad de Tomás revela que una persona separada de la comunidad no puede vivir su fe, no puede creer en Jesús. 

¡Cuántas personas creen que pueden tener una relación con Dios por la libre, sin tener que vincularse a una comunidad, a los otros, o a la Iglesia! Hermanos: sin estar injertado en la comunidad, no hay una fe comprometida.

Desde esta perspectiva hemos de tener claro la importancia no solo de pertenecer, conocer, amar y sobre todo sentirnos parte de la Iglesia.

 Porque muchos nos llenamos la boca al decir que somos católicos, pero a nuestra manera e independientes del ser Iglesia, de su doctrina y de su moral.  

Incluso algunos tienen la osadía de hablar de la Iglesia a pesar de estar alejados de ella, y sin conocerla por dentro.  

Yo me sorprendo de las barbaridades –que muchos dicen de la iglesia totalmente erróneas, incluso falsas. Y no estoy hablando solo de incrédulos, que entre ellos hay algunos inteligentes en esta materia y otros ignorantes, hablo de seudos cristianos católicos. 

 

Con esto no quiero decir que la Iglesia está exenta de críticas, el Papa, los Obispos, pero en lo referente a quienes pertenecemos a la iglesia somos los autorizados, como los científicos son los llamados a hablar de ciencia y controles; y los sicólogos y psiquiatras, que nos den las técnicas y procedimientos para la liberarnos del estrés. 

 Como Pastor de la Iglesia hablaré de las cosas de Dios, de su gran misericordia. De su plan redentor para todos, de su infinito amor que alcanza aquel que esté dispuesto a dejarse tocar. Zapatero a tu zapato.  

Por eso, permítanme sugerirles lo que tenemos que hacer. Además de Quedarnos en casa-, rezar, hablar con Dios y leer su Palabra (da pena el desconocimiento que tantos católicos tenemos de la Sagrada Escritura), hemos de leerla con pasión, con interés, con avidez, no como una tortura. 

Y también conocer la doctrina de la Iglesia, no solo la moral, sino la doctrina social. Conocerla mejor que conocemos las instrucciones del GPS o las funciones de video de la computadora. 

Saber por qué la Iglesia nos dice lo que dice:  y no conformarnos con los titulares de los periódicos o Twitter anticlericales. 

Amar a la Iglesia es confiar en ella y sentirnos miembros vivos del cuerpo de Cristo, dejar de usar a la Iglesia, para ser Iglesia.

Hermanos, una de las tareas de la Pascua es ser y sentirnos Iglesia. 

Desde esta perspectiva, el Papa Francisco nos habló a los Obispos de Centroamérica en la JMJ: sobre la necesidad de Sentir con la Iglesia, y lo hizo de la mano de San Óscar Arnulfo Romero. “Él pudo sintonizar, aprender, sentir y servir a la Iglesia porque amaba entrañablemente a quien lo había engendrado en la fe. 

Sin este amor de entrañas será muy difícil comprender su historia y conversión, ya que fue este mismo amor el que lo guio hasta la entrega martirial; ese amor que nace de acoger un don totalmente gratuito, que no nos pertenece y que nos libera de toda pretensión y tentación de creernos sus propietarios o los únicos intérpretes”. 

No hemos inventado la Iglesia, ella no nace con nosotros y seguirá sin nosotros. 

Monseñor Oscar Arnulfo Romero sintió con la Iglesia porque, en primer lugar, amó a la Iglesia como madre que lo engendró en la fe y se sintió miembro y parte de ella. Si desentrañamos esta expresión magnífica, pronto veremos que encierra todo lo que significa la vida cristiana. (Mensaje Papa Francisco JMJ Panamá al SEDAC) 

-Sentir con  la Iglesia, es decir que la Iglesia es un verdadero ideal en nuestras mentes.  Sentir con la Iglesia es decir que la Iglesia está metida en lo más hondo del corazón. 

-Sentir con  la Iglesia  es decir que creemos, aceptamos y defendemos todo lo que Dios nos ha revelado. 

-Sentir con   la Iglesia  es decir que nos amamos todos como hermanos, entre los brazos de nuestra Madre la Santa Iglesia Católica. 

-Sentir con  la Iglesia  es decir que ardemos en celo apostólico y llevamos a toda la salvación de Jesucristo. 

-Sentir con  la Iglesia  es decir que nuestra fidelidad es inquebrantable, y que antes nos arrancarán la piel que la fe en que fuimos bautizados. 

-Sentir con  la Iglesia  es decir que no tenemos más que un sueño dorado: como el de Santa Teresa de Jesús: llegar a morir en el seno de la Iglesia, sabiendo que de la Iglesia de la Tierra subimos sin más a la Iglesia del Cielo, porque es la misma y única Iglesia de Jesucristo. 

Por eso, queridos hermanos los invito a seguir elevando nuestra acción de gracias a Dios, por lo que celebramos en este Domingo Pascual – la fiesta hermosa y entrañable de la misericordia de Dios, instituida por San Juan Pablo II, de feliz memoria. 

Les exhorto a contemplar y agradecer todo cuanto el Señor nos ha regalado y ha hecho por nosotros, ya que «su misericordia se extiende de generación en generación», como proclamó la Santísima Virgen María en el Magníficat. 

Sigamos recordando lo que Jesús habló por primera vez a Santa Faustina: «Yo deseo que haya una Fiesta de la Divina Misericordia. Quiero que esta imagen que pintarás con el pincel sea bendecida con solemnidad el primer domingo después de la Pascua de resurrección; ese domingo debe ser la Fiesta de la Misericordia». 

En ese día están abiertas todas las compuertas divinas a través de las cuales fluyen las gracias. Que ningún alma tema acercarse a Mí, aunque sus pecados sean como escarlata, serán perdonados». 

No tengamos miedo de volver el corazón a la Divina Misericordia, de la que hemos de colgar nuestra vida y nuestro trabajo, nuestros afectos e intenciones. Sabemos muy bien que todos necesitamos de la misericordia infinita del Padre. 

Confiemos en la misericordia infinita de Dios y cantemos su misericordia a lo largo de nuestra vida en este mundo y por toda la eternidad en el cielo. Y sigamos pidiendo a Dios que nos dé un corazón compasivo y misericordioso para que comprenda y perdone, acoja y dé esperanza a todos. PREGUNTÉMONOS HOY: ¿Somos misericordiosos? o ¿nos dejamos llevar del rencor? ¿Perdonamos de verdad? o ¿nos dejamos llevar de la venganza? 

Hermanos, como bien lo sabemos: El mensaje de este domingo de la Misericordia no es nada nuevo, es sólo un recordatorio de lo que la Iglesia siempre ha enseñado: que Dios es misericordioso, que Él perdona, y que nosotros también debemos ser misericordiosos y perdonar. 

Pero en la devoción a la Divina Misericordia, este mensaje asume un nuevo enfoque poderoso, ya que nos llama a una comprensión más profunda de que el amor de Dios no tiene límites y que está disponible a todos, especialmente al pecador más grande: “Cuanto más grande es el pecador, tanto más grande es el derecho que tiene a Mi Misericordia” leemos en el Diario de Santa Faustina, (723). 

Por eso los elementos principales de esta fiesta son: la confianza y las obras de misericordia. 

Dios quiere que reconozcamos que Su misericordia es más grande que nuestros pecados, para que podamos invocarlo a Él con confianza. Debemos recibir su misericordia y dejar que ésta fluya a través de nosotros hacia los demás.  

Y Jesucristo quiso que sus discípulos se distinguieran por el amor, la ternura y la misericordia. Por eso nuestro compromiso es ser el rostro visible y tangible del amor y de la misericordia de Dios.

PANAMÁ, acatemos las normas que nuestras autoridades han implementado. Por ti, por los tuyos, por Panamá -Quédate en casa.

 

† JOSÉ DOMINGO ULLOA MENDIETA, O.S.A.

ARZOBISPO METROPOLITANO DE PANAMÁ