Los sacerdotes, al igual que toda la comunidad, están viviendo los rigores de la cuarentena, el asilamiento, la incertidumbre, la soledad y, en algunos casos, hasta el miedo.
Esta semana, el Señor nos está pidiendo que sepamos ser ovejas, pero unas que cuidan a su pastor, que velan porque también él se sienta amado por Dios, acompañado y protegido.
El Catecismo de la Iglesia Católica nos enseña que, aunque a través de ellos, Cristo mismo se hace presente en nuestras comunidades, “esta presencia de Cristo en el ministro no debe ser entendida como si éste estuviese exento de todas las flaquezas humanas, del afán de poder, de errores, es decir, del pecado”.
Por eso requieren sobre todo de nuestra oración, de nuestro acompañamiento, de nuestros afanes para que estén bien y no decaigan ni en su fe, pero tampoco en su humanidad.
¿Cuántos sacerdotes y obispos se han quedado solos en este tiempo de emergencia? ¿A cuántos los hemos visto solo como instrumentos que usamos en tiempos de necesidad, y no como hermanos que también requiren de sustento emocional y material?
Que esta semana sirva para llamar a nuestros sacerdotes y obispos, para saber de ellos, enterarnos sobre qué necesitan, qué les duele, qué les causa felicidad y tranquilidad.
Lo importante es establecer con ellos esos lazos amicales y fraternos tan necesarios en estos tiempos.
Que nuestros pastores, sobre todo aquellos que son más débiles e inconstantes, sepan que tienen una comunidad que ora por ellos, y está ahí para corregirles.
¡Ánimo!