,

San Bernardo y María

San Bernardo y María

Aun los cristianos más sencillos han oído alguna vez ponderar la devoción que san Bernardo profesaba a la Virgen María. En esta semana en que se celebra la memoria de san Bernardo es oportuno recordar un sermón que predicó durante la octava de la fiesta de la Asunción de María a los cielos. 

En él se detuvo a comentar aquella bienaventuranza con la que su pariente Isabel reaccionó ante la visita de María: “Dichosa tú que has creído… ¡Elogios extraordinarios! Pero a una humildad tan profunda ni se le ocurre apropiarse lo más mínimo: vuelca todo en aquel de quien proceden los privilegios de que la hacen objeto”. 

A continuación, haciéndose eco del canto del “Magnificat”, Bernardo se atreve a adivinar la gratitud a la ternura de Dios que aquel saludo pudo suscitar en la mente de María: “Tú, parece decir, ensalzas a la Madre del Señor; pero mi alma proclama la grandeza del Señor… Me felicitas por haber creído, pero ten en cuenta que la causa de mi fe y felicidad es que siento sobre mí la tierna mirada de Dios. Por eso me felicitan todas las generaciones: porque Dios se ha fijado en su esclava pobre y humilde”.

En un tercer momento se dirige a su propia comunidad para subrayar la importancia de la fe: “Hermanos, no pensemos que santa Isabel se equivocó al decir todo esto, movida por el Espíritu Santo. En absoluto. Tan dichosa es María por haberla mirado Dios, como por haber creído. La fe fue el fruto sublime de la mirada divina…