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El amor de Dios por nosotros sus hijos

El amor de Dios por nosotros sus hijos

Pablo Quintero

«Ahora me alegro por los padecimientos que soportó por vosotros, y completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia», Colosenses 1, 24.

¿Es posible que le falte algo al sacrifico supremo de nuestro Señor en la cruz por la salvación del género humano?  ¡Claro que no!  El sacrificio de nuestro Señor es perfecto, completo y eterno.  Él nos abrió las puertas del paraíso que habían sido cerradas como consecuencia del pecado original, una vez por todas y para siempre.  Entonces, ¿Por qué el apóstol Pablo nos habla de un sufrimiento adicional para completar lo que falta a las tribulaciones de Cristo?  Su sacrificio en la cruz es la obra más grande por la que Dios demuestra su amor infinito al hombre; a su creación.  Esto es la definición aristotélica de amor ágape: el amor de Dios es sacrificarse por quien uno ama.  El Señor nos da un mandamiento nuevo que es amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos.  El amor verdadero requiere sacrificio.  Para verdaderamente amar a Dios y seguir sus mandamientos, tenemos que sacrificar muchas cosas que el mundo nos ofrece.  El amor no es un sentimiento, es un acto de la voluntad.  Sin sacrificio no hay amor verdadero.  Muchas veces el sacrificio conlleva sufrimiento.  Cuando ofrecemos nuestros sufrimientos y padecimientos al Señor, somos participes en su amor infinito ya que Dios es amor (1 Juan 4,8).  Solo así podemos comprender las enseñanzas de la Santa Iglesia sobre el sufrimiento redentor.