“Perdonar significa estar siempre dispuesto al diálogo, a dar otra oportunidad”, Monseñor José Domingo Ulloa.

“Perdonar significa estar siempre dispuesto al diálogo, a dar otra oportunidad”, Monseñor José Domingo Ulloa.

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“Hoy las lecturas nos guían y orientan a profundizar sobre el don del perdón”, dijo el Arzobispo de Panamá al inicio de su homilía, para luego recordar que el domingo pasado Jesús nos decía que debíamos corregir al prójimo.

Al comentar el Evangelio de hoy advirtió que para que podamos entender la importancia del perdón, Jesús utiliza la parábola como un recurso pedagógico que intenta transmitir su mensaje. “Su objetivo es insistir en la necesidad de perdonar, a partir de la experiencia de haber sido perdonados”, indicó. 

Explicó que una cosa es cierta: “Dios jamás violentará la libertad humana para que el hombre siga el camino que Él le ofrece. Dios invita, no se impone”. 

Y como bien señaló Monseñor Ulloa en su homilía, Jesús les dice a los discípulos, que no sólo se debe perdonar siempre, sino de forma ilimitada, total, absoluta: “Hasta setenta veces siete”, es decir se debe perdonar siempre, a todos (incluso a los enemigos) y sin reserva alguna.    

Siguió reflexionando que el perdón es necesario para convivir de manera sana:  empezando por la familia, donde los roces de la vida diaria pueden generar frecuentes tensiones y conflictos; en la amistad y el amor, donde hay que saber actuar ante humillaciones, engaños e infidelidades posibles; en múltiples situaciones de la vida, en las que hemos de reaccionar ante agresiones, injusticias y abusos.    

Hay algo que es necesario aclarar –señalo Monseñor Ulloa- pues muchos se creen incapaces de perdonar porque confunden la cólera con la venganza, y la cólera – agregó- es una reacción sana de irritación ante la ofensa, la agresión o la injusticia sufrida: el individuo se rebela de manera casi instintiva para defender su vida y su dignidad. 

Por el contrario –dijo- el odio, el resentimiento y la venganza van más allá de esta primera reacción; la persona vengativa busca hacer daño, humillar y hasta destruir a quien le ha hecho mal. 

Asimismo, aclaró que perdonar no quiere decir necesariamente reprimir la cólera, al contrario, reprimir estos primeros sentimientos puede ser dañino si la persona acumula en su interior una ira que más tarde se desviará hacia otros individuos inocentes o hacia ella misma. 

Para el Arzobispo de Panamá es más sano reconocer y aceptar la cólera, mirarla cara a cara para conocerla y entenderla, compartiendo tal vez con alguien la rabia y la indignación. Sacar ese sentimiento que ahoga y desgasta nuestro espíritu. 

De esta manera, “será más fácil serenarse y tomar la decisión de no seguir alimentando el resentimiento ni las fantasías de venganza, para no hacernos más daño”; la fe en un Dios perdonador es entonces para el creyente un estímulo y una fuerza inestimables, y por eso, quien vive del amor incondicional de Dios, le resulta más fácil perdonar. 

Por el contrario –manifestó- en la lógica del mundo el no perdonar lo que consigue es alimentar la espiral de la violencia, de la injusticia, de la muerte; en la lógica la lógica de Dios el perdonar nos ayuda a cambiar los corazones y a fructificar en gestos de amor, de solidaridad, de diálogo y de comunión. 

Monseñor Ulloa dirigió varias preguntas: ¿Para ti, ¿cuál de estas dos propuestas tiene más sentido? ¿Significa “dejar correr” las cosas cuando no nos afectan directamente? ¿Significa pactar con la injusticia y la opresión? ¿Significa tolerar todo en un silencio hecho de cobardía y de conformismo? La respuesta a estas interrogantes es una sola: No. 

Dejo claro que, por esta razón, el perdón no puede ser confundido con la pasividad, con la alienación, con el conformismo, con la cobardía, con la indiferencia, y advirtió que el cristiano, ante la injusticia y la maldad, no puede esconder la cabeza debajo del ala, fingiendo que no ha visto nada. 

Con firmeza expresó que el cristiano no acepta el pecado y no se calla ante lo que es un error; pero no guarda rencor al hermano que erró, ni permite que los fallos destruyan la posibilidad del encuentro, de la comunión, del diálogo, del compartir. 

Reafirmó que perdonar no significa encerrarse en un silencio ofendido o no asumir las responsabilidades en la construcción de un mundo nuevo y mejor; significa estar siempre dispuesto a ir al encuentro, a extender la mano, a reiniciar el diálogo, a dar otra oportunidad. 

A continuación, el texto completo de la Homilía de Monseñor Ulloa desde la Catedral Basílica Santa María La Antigua.

HOMILÍA DOMINGO XXII 

13 DE SEPTIEMBRE DE 2020

Este domingo las lecturas nos guían y orientan a profundizar sobre el don del perdón. Preludio del perdón fue la corrección fraterna a la que nos llamó Jesús, en la reflexión del domingo pasado, cuando nos decía que debíamos corregir al prójimo, no importaba quién fuese, pero esta corrección no puede iniciarse con el escarnio público, sino en la intimidad como signo de respeto y misericordia. 

Y hoy para que podamos entender la importancia del perdón, utiliza la parábola como un recurso pedagógico que intenta transmitir su mensaje. En el caso de ésta, su objetivo es insistir en la necesidad de perdonar, a partir de la experiencia de haber sido perdonados. 

Una cosa es cierta: Dios jamás violentará la libertad humana para que el hombre siga el camino que Él le ofrece. Dios invita, no se impone.  

Es en esta problemática en la que Jesús envuelve a los discípulos, al responder que no sólo se debe perdonar siempre, sino de forma ilimitada, total, absoluta: “Hasta setenta veces siete”, es decir se debe perdonar siempre, a todos (incluso a los enemigos) y sin reserva alguna.    

Sin embargo, el perdón es necesario para convivir de manera sana:  empezando por la familia, donde los roces de la vida diaria pueden generar frecuentes tensiones y conflictos; en la amistad y el amor, donde hay que saber actuar ante humillaciones, engaños e infidelidades posibles; en múltiples situaciones de la vida, en las que hemos de reaccionar ante agresiones, injusticias y abusos.    Por eso quien no sabe perdonar, puede quedar herido para siempre.   

Actualmente corroboran esta sentencia las grandes escuelas de psicoterapia que están estudiando la fuerza curadora del perdón. Sabemos que hasta hace muy poco, los psicólogos no le concedían un papel en el crecimiento de una personalidad sana. Donde erróneamente –se pensaba– que el perdón es una actitud puramente religiosa, y no es así. 

Si bien es cierto el mensaje del cristianismo con frecuencia nos exhorta a perdonar con generosidad, fundamentando ese comportamiento en el perdón que Dios nos concede, no ha profundizado en la enseñanza sobre los caminos que hay que recorrer para llegar a perdonar de corazón. No es, pues, extraño que haya personas que lo ignoren casi todo sobre el proceso del perdón. 

Sin embargo, el perdón es necesario para convivir de manera san, física, mental y espiritual.:  Por eso reiteramos quien no sabe perdonar, puede quedar herido para siempre. Permanecerá esclavo de su dolor y su irá, sin lograr la paz ni la felicidad. 

Las palabras de Jesús sobre el perdón 

Hay algo que es necesario aclarar. Muchos se creen incapaces de perdonar porque confunden la cólera con la venganza. La cólera es una reacción sana de irritación ante la ofensa, la agresión o la injusticia sufrida: el individuo se rebela de manera casi instintiva para defender su vida y su dignidad. 

Por el contrario, el odio, el resentimiento y la venganza van más allá de esta primera reacción; la persona vengativa busca hacer daño, humillar y hasta destruir a quien le ha hecho mal. 

Perdonar no quiere decir necesariamente reprimir la cólera. Al contrario, reprimir estos primeros sentimientos puede ser dañino si la persona acumula en su interior una ira que más tarde se desviará hacia otros individuos inocentes o hacia ella misma. 

Es más sano reconocer y aceptar la cólera, mirarla cara a cara para conocerla y entenderla, compartiendo tal vez con alguien la rabia y la indignación. Sacar ese sentimiento que ahoga y desgasta nuestro espíritu. 

Luego será más fácil serenarse y tomar la decisión de no seguir alimentando el resentimiento ni las fantasías de venganza, para no hacernos más daño.

La fe en un Dios perdonador es entonces para el creyente un estímulo y una fuerza inestimables. A quien vive del amor incondicional de Dios, le resulta más fácil perdonar. 

Hemos de reconocer que el perdón y la misericordia se tornan todavía más complicados a la luz de los valores que presiden la edificación de nuestro mundo. El “mundo” considera que perdonar es propio de débiles, de vencidos, de los que desisten de imponer su personalidad y su visión de las cosas. 

Dios, por el contrario, considera que perdonar es cosa de fuertes, de los que saben lo que es verdaderamente importante, de los que están dispuestos a renunciar a su orgullo y autosuficiencia para apostar por un mundo nuevo, marcado por relaciones nuevas y verdaderas entre los seres humanos. 

En la lógica del mundo, el no perdonar lo que consigue es alimentar la espiral de la violencia, de la injusticia, de la muerte; en la lógica la lógica de Dios el perdonar nos ayuda a cambiar los corazones y a fructificar en gestos de amor, de solidaridad, de diálogo y de comunión. 

¿Para ti, cuál de estas dos propuestas tiene más sentido? ¿Cuál de estos dos caminos puede ayudar a instaurar una realidad más humana, más armoniosa, más feliz en tu vida y en tu entorno? 

¿Qué significa, realmente, perdonar? ¿Significa ceder siempre ante aquellos que nos maltratan y nos ofenden? ¿Significa encogerse de hombros y pasar de largo cuando nos enfrentamos con una situación que causa muerte y sufrimiento a nosotros o a otros hermanos nuestros? 

¿Significa “dejar correr” las cosas cuando no nos afectan directamente? ¿Significa pactar con la injusticia y la opresión? ¿Significa tolerar todo en un silencio hecho de cobardía y de conformismo? La respuesta a estas interrogantes es una sola: No. 

Por esta razón, el perdón no puede ser confundido con la pasividad, con la alienación, con el conformismo, con la cobardía, con la indiferencia. El cristiano, ante la injusticia y la maldad, no puede esconder la cabeza debajo del ala, fingiendo que no ha visto nada. El cristiano no acepta el pecado y no se calla ante lo que es un error; pero no guarda rencor al hermano que erró, ni permite que los fallos destruyan la posibilidad del encuentro, de la comunión, del diálogo, del compartir. 

Perdonar no significa encerrarse en un silencio ofendido o no asumir las responsabilidades en la construcción de un mundo nuevo y mejor; significa estar siempre dispuesto a ir al encuentro, a extender la mano, a reiniciar el diálogo, a dar otra oportunidad. 

Este Evangelio nos recuerda, tal vez de una forma más clara y concluyente, aquello que la primera lectura nos sugería: quien realiza la experiencia del perdón de Dios, se viste de misericordia que, necesariamente, tiene implicaciones en la forma de situarse ante los hermanos que fallan. 

No podemos decir que Dios no perdona a quien es incapaz de perdonar a los hermanos, pero podemos decir que experimentar el amor de Dios y dejarse transformar por él significa asumir otra actitud para con los hermanos, una actitud marcada por la bondad, por la comprensión, por la misericordia, por la acogida, por el amor. 

El perdón no es ausencia de justicia 

Cuando alguien te hace daño es como si te mordiera una serpiente. Las hay que tienen la boca grande y hacen heridas inmensas. Una vez que te ha dejado de morder, curar una mordedura así puede ser largo y difícil; pero cualquier herida se cierra finalmente. Pero el problema es mucho peor si la serpiente es venenosa y, que, aunque se ha ido, te deja un veneno dentro que impide que la herida se cierre. 

Los venenos más comunes son el de la venganza, el del ojo por ojo y el de buscar justicia y reparación por encima de todo. El veneno puede estar actuando durante muchos años y, por eso, la herida no se cierra, el dolor no cesa durante todo ese tiempo y tu vida pierde alegría, fuerza y energía. 

Cada vez que piensas en la venganza, o la injusticia que te han hecho, la herida se abre y duele, porque recuerdas el daño que te han hecho y el recuerdo del sufrimiento te lleva a sentirlo de nuevo. 

Sacar el veneno de tu cuerpo implica dejar de querer vengarse, en resumen, dejar de tener conductas destructivas hacia quien te mordió. Por eso, si quieres que la herida se cure, has de dejar los pensamientos voluntarios de venganza hacia quien te hizo daño. Indudablemente tendrás que procurar que la serpiente no te vuelva a morder; pero para eso no tendrás que matarla, basta con evitarla o aprender a defenderte de ella o asegurarte de que lo que ha ocurrido ha sido una acción excepcional que no se repetirá. 

El proceso de perdón no implica el abandono de la búsqueda de la justicia ni de dejar de defender tus derechos, solamente se trata de no buscar en ello un desahogo emocional, que implique que la búsqueda de la justicia se convierta en el centro de tus acciones y que dificulte tu avance en otros de tus intereses, objetivos y valores. 

Por eso, no confundamos el perdón con ausencia de justicia. La justicia –la humana, la que los tribunales están llamados a ofrecer para garantizar la paz y la democracia– puede allanar el camino para que el corazón y el alma sanen. 

Porque sin justicia, es mucho más difícil que cicatricen las heridas. Y así el camino se hace más largo y pesaroso. Quien perdona no pierde el derecho de reclamar y de recuperar lo que ha perdido. 

La falsa idea de que perdonar es olvidar es antievangélica. Las relaciones que propone Jesús son siempre dinámicas, y el perdón no es un punto final. Es una gracia para restablecer relaciones que nos empoderan mutuamente, que nos llevan al equilibrio. 

Miremos que, en el relato evangélico, El “señor” conoce las acciones posteriores de su deudor perdonado, pues le informan sobre él, y, al no seguir este la dinámica del perdón, el señor reacciona exigiendo todo lo adeudado ya perdonado. 

Es que la justicia es parte de esta dinámica del perdón. Si quienes están llamados a impartirla, se hacen de la vista gorda, o en un siniestro círculo de vicio se corrompen, truncan este proceso y dejan abiertas heridas que impiden la sanación interior. 

Tengamos cuidado con eso, pues estamos jugando con fuego. Las injusticias generan víctimas y victimarios, y aunque el poder de Dios todo lo cura, con facilidad el odio puede volverse un oficio, y el miedo una enfermedad de la que no se escapan ni los mismos abusadores. 

Por eso el mensaje de hoy es claro ante la cultura de la venganza sin límites, Jesús proclama el perdón sin límites entre sus seguidores. 

Necesitamos urgentemente testigos de Jesús, que anuncien con palabra firme su Evangelio y que contagien con corazón humilde su paz. Creyentes que vivan perdonando y curando esta obcecación enfermiza que ha penetrado en la sociedad, pero que también son firmes defensores de la justicia, y justicia social, sobre todo, porque entienden que esa es la puerta que nos lleva al perdón sanador. 

La Iglesia pide perdón y perdona 

Esta institución de llamada Iglesia Católica también ha tenido que pedir perdón por sus errores, por ejemplo, porque miembros se alejaron del su compromiso evangélico y causaron daño, como fue en participar en la trata esclavista donde los Papa Juan Pablo II, Papa Benedicto XVI pidieron perdón a indígenas y negros… pero también por los escándalos y abusos, con vergüenza hemos reconocido esos pecados y ha pedido perdón han tomado medidas y acompañado a las víctimas. 

Pero también por ser la Iglesia de Jesucristo por la misericordia de Dios perdona a quienes la sociedad les cuesta muchísimo perdonar como a los internos de los centros penitenciarios o los infractores de las leyes. Esos son los privilegiados de Dios, porque Él vino por los pecadores, a quien les llama a arrepentirse y no pecar más. 

Juan Pablo II afirmó: No hay paz sin justicia, no hay justicia sin perdón… y no hay perdón sin arrepentimiento, y podemos añadir sin resarcimiento…que se hace necesario. 

La Iglesia es consciente de las heridas profundas que hay en nuestra sociedad, por la violencia en todos los niveles, por la corrupción, por la injusticia, por la falta de oportunidades, de atención adecuada y que se han profundizado con esta pandemia. La iglesia tiene clara su misión, como lo expresó muy bien el Papa Francisco la Iglesia debe ser un hospital de campaña para curar muchas heridas abiertas, que requieren atención inmediata. Por eso siempre seremos una Iglesia solidaria, servidora y segura para todos sin exclusión de nadie. 

Estamos seguros que saldremos de esta pandemia, a pesar de nuestras heridas. Si cada uno pone de su parte y pedimos a Dios su misericordia; así seremos capaces de ser solidarios y fraternos, dos factores fundamentales que nos permitirán salir adelante.

PANAMÁ, acatemos las normas que nuestras autoridades han implementado. Por ti, por los tuyos, por Panamá -Quédate en casa.

† JOSÉ DOMINGO ULLOA MENDIETA, O.S.A.

ARZOBISPO METROPOLITANO DE PANAMÁ