Estaremos con las comunidades del Río Indio, acompañándolos en su lucha por la justicia y la dignidad.
Por Mons. Manuel Ochogavía
El debate sobre la construcción de un embalse en la cuenca del río Indio para el Canal de Panamá no es simplemente una cuestión de ingeniería o economía; es, ante todo, una cuestión de justicia, de humanidad y de la dignidad inalienable de nuestros hermanos y hermanas más vulnerables.
Como Iglesia, nuestra misión es estar al lado de los desprotegidos, de aquellos cuyas voces, a menudo, son silenciadas por los grandes intereses.
Hoy, esa voz es la de las comunidades que viven en las cercanías del río Indio. Hablamos de hombres, mujeres y niños cuyas vidas, desde hace generaciones, han estado intrínsecamente ligadas a esa tierra, a ese río. Sus ancestros nacieron y vivieron allí, y ellos han heredado no solo la tierra, sino una forma de vida, una cultura y una profunda conexión con su entorno.
La propuesta de un embalse significa, para ellos, la pérdida de su hogar, de sus medios de vida y de su herencia ancestral.
Sus tierras, cultivadas con sudor y tradición, serán sumergidas bajo el agua. Sus comunidades, tejidas por lazos de parentesco y vecindad, serán desmembradas. Se enfrentan a la desolación de ser desarraigados de su hábitat natural, de ver cómo lo que les ha dado identidad y sustento durante años, simplemente desaparece.

No podemos permanecer indiferentes ante este panorama. Si bien reconocemos la importancia del Canal de Panamá como pilar de nuestra economía, no podemos permitir que su progreso se construya sobre el sufrimiento y el sacrificio de vidas humanas.
No hay progreso que valga si este implica el abandono de nuestros principios morales y el atropello de los derechos fundamentales de las personas.
Como Iglesia, nuestra fe nos llama a defender a los oprimidos y a buscar la verdad. Estaremos con las comunidades del río Indio, acompañándolos en su lucha por la justicia y la dignidad. Sus gritos son nuestros gritos, y su esperanza es nuestra esperanza.
