El acceso al agua potable es un derecho humano fundamental y un imperativo moral.
Por Monseñor Rafael Valdivieso/Obispo de Chitré.
Hagamos un alto para pensar en el agua, origen de la vida; la sustancia que riega nuestros campos, calma nuestra sed y renueva cada día la creación. Desde la fe, el agua adquiere una profundidad aún mayor.
Es el símbolo por excelencia de la pureza y la vida nueva. En las aguas del Bautismo fuimos sumergidos en la muerte y resurrección de Cristo, para nacer a la vida eterna. En cada bendición, el agua nos recuerda la gracia de Dios que nos limpia y fortalece.
El acceso al agua potable es un derecho humano fundamental y un imperativo moral. Como nos recuerda el papa Francisco, “valoremos su utilidad común en la seguridad alimentaria, su trabajo humilde en la regulación del clima; luchemos contra la contaminación para devolverle su preciosa hermosura”.
Cuando el agua es profanada, se hiere el corazón mismo de la creación y de la dignidad humana.
Esto puede convertirse en una amenaza para la salud de los azuerenses afectados, desde hace meses, por la falta de agua potable confiable para la población que aquí vive.
Reconocemos y valoramos las medidas correctivas y acciones estratégicas inmediatas que las autoridades han realizado, así como los ajustes operativos e inversiones de las empresas para mitigar la contaminación de nuestro vital río La Villa.
Un paso necesario y urgente. Sin embargo, hay que asegurar que estas iniciativas ambientales y de infraestructura no solo se mantengan, sino que se intensifiquen a largo plazo. Que no se consideren como soluciones temporales para superar una contingencia, sino como el nuevo estándar operativo innegociable de sus procesos, asegurando un equilibrio justo entre el desarrollo económico y el bienestar socioambiental de la región.
Invitamos a toda la población a ser custodios responsables del agua, a valorarla y a trabajar unidos para que nadie se vea privado de este don que Dios nos ha dado para todos.
