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Entre el bullicio y la nostalgia, Salsipuedes sigue siendo el corazón artesanal de Panamá 

Entre el bullicio y la nostalgia, Salsipuedes sigue siendo el corazón artesanal de Panamá 

En las entrañas del viejo Santa Ana, Salsipuedes sigue vigente. Allí, entre tembleques y sombreros, los artesanos panameños luchan cada día por sostener sus tradiciones frente a la competencia de lo industrial y el paso del tiempo.  

 

Karla Díaz

Entre las calles estrechas del barrio, Salsipuedes se despierta con una nueva historia cada mañana. Al llegar, son notorias las conversaciones entre vendedores y el eco de los pregones que se mezclan con el tráfico de la ciudad.  

Este histórico rincón, uno de los más emblemáticos del comercio popular panameño, ha visto pasar generaciones enteras de artesanos, comerciantes y visitantes. Es un punto de encuentro donde la economía informal y la cultura tradicional se dan la mano, manteniendo viva una parte esencial del alma capitalina.  

 

Un lugar con historia y carácter 

El origen de Salsipuedes se remonta a mediados del siglo XX, cuando vendedores ambulantes comenzaron a instalar pequeños puestos o casetitas en las cercanías del antiguo Mercado Público de Panamá. Con el paso del tiempo, el lugar se consolidó como un laberinto de pasillos donde se podía encontrar de todo, desde zapatos y utensilios hasta las más finas artesanías típicas.  

“Cuando mi mamá llegó aquí, esto era una locura. Todo era movimiento, ventas, gente por todos lados”, recuerda Ariklia Aguirre, hija de chiricano y veragüense, mientras acomoda cuidadosamente unos tembleques que brillan bajo la luz del mediodía.  

“Mi madre fue de las primeras que vino cuando todo esto eran casetitas. Me enseñó desde niña a hacer las flores, los collares, las cintas… Gracias a ella yo aprendí a vivir del arte, a ganarme el pan con mis manos”, destacó.  

Ariklia lleva más de treinta años entre los pasillos de Salsipuedes. Su puesto está lleno  de color, pues vende tembleques, collares, pulseras, sombreros y recuerdos para los turistas que buscan llevarse un pedacito de Panamá.   

“Aquí lo que más se vende son los tembleques, sobre todo, en noviembre, cuando la gente busca lo típico para las fiestas patrias. El resto del año hay que resistir, porque el movimiento baja mucho”, explica.  

 

 

 

 

La economía del esfuerzo diario 

En Salsipuedes, la economía se mueve a pulso; los artesanos trabajan desde temprano, abren sus casetas, limpian el polvo de las piezas y se preparan para un día incierto. Las ventas dependen del clima, de los turistas o de alguna fecha especial. A veces hay días buenos; otras, las ganancias apenas alcanzan para el pasaje y un plato de comida.  

“El trabajo artesanal no se improvisa, aquí cada pieza lleva tiempo, paciencia y amor. Pero ahora es más difícil porque nos enfrentamos a la competencia de las cosas importadas, de lo barato y lo falso”, lamenta Ariklia. “Hay tiendas que venden imitaciones, productos sin valor cultural, y eso nos afecta; nosotros no podemos competir con eso”, puntualiza.  

A unos metros, entre el olor a cuero y barniz, Moisés González, oriundo de Ocú, nos cuenta su historia. Llegó a Salsipuedes en 1968, cuando tenía apenas veinte años, y desde entonces no ha dejado su puesto. “Esto era una fiesta de gente, uno no paraba de vender. En los 70 y 80 se vendía bien, hasta que comenzaron los cambios en el mercado público y la cosa fue decayendo”, relata.  

Moisés recuerda, con cierta nostalgia, aquellos años de abundancia. “Había buses que venían desde el interior, la gente bajaba del muelle directo a comprar. Se vendían sandalias, sombreros, cutarras, todo hecho a mano. Pero con el tiempo, los artesanos fuimos perdiendo espacio. Ahora los almacenes venden lo mismo, pero hecho en fábrica y más barato”.  

El artesano muestra sus productos con orgullo, siempre resaltando que allí todo es más barato. “Las mismas cutarras que aquí le cuestan $10.00, en otros lugares le cuestan hasta $17.00, y encima, la gente no sabe distinguir entre lo hecho a mano y lo que es plástico pintado”, asegura.  

 

Cada esquina guarda una anécdota, un esfuerzo, una sonrisa. Los colores, los acentos y las texturas hacen del lugar un mosaico que resiste ante la modernidad.  

Tradición que resiste 

El paso del tiempo y la modernización de la ciudad no han sido amables con Salsipuedes. Muchos locales fueron cerrando, los alquileres subieron y la inseguridad se volvió una preocupación constante.   

“La semana pasada me robaron mercancía, por allá arriba —dice Moisés con resignación— Ahora uno tiene que cerrar temprano y guardar todo. Ya no hay la misma seguridad de antes”.  

Aun así, el lugar sigue respirando vida. Los vendedores se saludan por nombre, se prestan herramientas, comparten comida. Las risas se mezclan con el bullicio, pero en medio del caos, hay una especie de hermandad silenciosa, forjada por los años y la necesidad.  

“Esto es lo que somos, el pan del artesano panameño”, dice Moisés con firmeza. “No podemos dejar que se pierda lo hecho con nuestras manos, lo que representa a nuestro país”.  

Aunque el tiempo cambie las fachadas y los turistas vayan y vengan, Salsipuedes representa la voz de los que no se rinden, los que día a día defienden con dignidad el arte de vivir de sus manos.