Reconocer en qué etapa de la vida se encuentra una persona nos ayuda a estar al tanto de las motivaciones que pudieran tener cada una de ellas en el aspecto formativo, ya que, dependiendo de la etapa, la vida se vive, experimenta o se percibe de manera diferente. En un adulto joven que está construyendo, por así decirlo, su experiencia de la vida, habrá que apoyarlo en el discernimiento sobre su proyecto de vida personal y religioso, brindarle todas las herramientas necesarias para que pueda escoger el camino adecuado que le lleve a encontrarle un verdadero sentido a la vida, iluminado por la Palabra de Dios. Sobre todo acompañarlo sin imponer nada.
Hay un déficit en la vida pastoral con estos adultos jóvenes, ya que la mayoría de los programas o proyectos a nivel eclesial se refieren a la preparación de sacramentos para los niños, jóvenes. Pero cuando un adulto ha recibido todos sus sacramentos, ¿qué le queda? ¿Qué se le puede proponer? Habría que abrir nuevos espacios formativos a nivel parroquial para que ellos puedan encontrar un lugar donde buscar luces, conocimientos, que les ayude a ir construyendo su proyecto de vida y sobre todo su vida cristiana.
Hay que valorar el trabajo que realizan muchos adultos de la tercera edad en la evangelización. Para ellos, trabajar en la parroquia representa toda su vida, y hay que apoyarlos, animarlos, hacerlos sentir que son útiles aún en las cosas sencillas que están haciendo; y esto es algo grande para ellos. Sentirse útiles; que pueden ofrecer algo a pesar de su avanzada edad, cuando vivimos en una sociedad en la que el anciano ya no vale porque no tienen nada que aportar. Como Iglesia tenemos que tener esa convicción, porque nosotros mismos podemos ir apartando a estas personas por las mismas razones que lo hace este mundo. Y muchas veces, el trabajo sencillo que hacen lo realizan con un amor muy grande: sus oraciones son valiosas ante Dios, por ejemplo.