El poder de Dios se puede revelar en la edad senil, incluso cuando ésta se ve marcada por límites y dificultades. Así como Dios hizo que Abraham de cien años tuviera su hijo con Sara una mujer estéril, también prometió a sus hijos larga vida para mostrar su gloria.
Esto lo tiene muy claro Manuel Antonio Amado, un laico comprometido, Ministro de Eucaristía y Delegado de la Palabra de la Arquidiócesis de Panamá.
“Inicié en la parroquia San Juan María Vianney, luego serví en la Iglesia Nuestra Señora del Carmen, donde me jubilaron cuando tenía 75 años de edad. Luego en el Santuario Nacional me dieron la oportunidad de apoyar hasta el año pasado; con el cambio del Samuel Cruz. También me jubilaron”, relató Miguel.
Describe que a pesar de tener problemas con el sentido de la vista –fue operado de la cornea- mantiene su juventud de espíritu y sus deseos de seguir sirviendo. “El cristiano no debe dejar que las limitaciones físicas lo de- tenga en su camino espiritual, no podemos aislarnos mientras nos sintamos útiles”, dijo.
Por esta razón le preguntó a Jesús en sus oraciones: ¿qué puedo hacer para servirte, tanto que me has ayudado?
A los pocos días se entera de la existencia del Centro San Juan Pablo II. Se acercó y se puso a disposición del director Ariel López, quien le manifestó que por día venir antes del almuerzo para compartir la reflexión del Evangelio con los hermanos que viven en las calles y que asisten diariamente a este lugar. “Hace poco uno de ellos me recordó que repitiera la frase que siempre les digo: ¡Jesús en ti confío!. Eso tan sencillo me llenó grandemente el corazón. Cuando los sacerdotes no pueden venir a celebrar la Eucaristía, yo aprovecho invitándoles a rezar el Santo Rosario”, reiteró Miguel Amado.
Rutina
Va a la eucaristía y reza el Rosario diariamente, a las 3:00 p.m. realiza la Coronilla de la Misericordia. Los lunes es el encargado de servir el arroz en la cena que ofrece el Santuario Nacional a los pobres y necesitados, los martes va a sus reuniones del Ministerio Emaús y los jueves asiste a la Hora Santa en compañía de su esposa, con quien comparte la vida desde hace 55 años.
Es lamentable el despliegue mediático, con tinte amarillista que se le ha dado a los terribles asesinatos, enterramientos y torturas a los que fueron sometidos miembros de la comunidad indígena Buglé de Alto Terrón, Santa Catalina, región Ñö Kribo, de la Comarca Ngäbe-Bugle. Han sido siete asesinatos injustificables y sin una explicación coherente.
Hemos escuchado opiniones a la ligera, para nada cristianas, ni humanas, que hablan de que “así son estos indios, ignorantes, brutales” y que aprovechan para criticar la existencia de las comarcas porque “promueven el aislamiento, por la lejanía de las comunidades respecto de la civilización”. Ninguna de estas vergonzosas afirmaciones es cierta y mucho menos cercana a las enseñanzas de Jesús, nuestro Maestro, al que decimos seguir. ¿Cómo podemos siquiera pensar que un Dios de amor, que tomó nuestra carne humana, en la persona de Jesús de Nazareth, para ofrecernos la salvación, querría que en su nombre se matara a una persona para sacarle el diablo? Cada vez que Jesús, en su vida mortal, se enfrentó al mal, éste fue derrotado y la persona, fue liberada, sin sufrimiento, asesinato, ni tortura.
Seguir el ejemplo de Jesús es nuestro camino cierto, inconfundible. ¿Creemos en un dios que se complace en castigar, iracundo, vengativo?