Encorvados bajo el peso de sus abultadas mochilas, nuestros escolares llegan cada día a casa cargados con una buena dosis de tareas para hacer después de la jornada. Muchos padres se plantean entonces si deben o no ayudar a sus hijos en estas obligaciones escolares, mientras observan preocupados cómo aquellos se sientan horas y horas ante los cuadernos sin sacar provecho, o prefieren encender la televisión.
Desde siempre, los deberes han sido la pesadilla de los escolares, una especie de extensión de la escuela hasta su casa, una obligación. Sin embargo, la actitud de los padres puede ser mucho más diversa: algunos progenitores ayudan a sus hijos hasta el punto de hacerles directamente las tareas, mientras que otros se preocupan mucho menos y tan sólo preguntan muy de vez en cuando “¿Hoy no traes tarea?”, pensando que ese tema corresponde exclusivamente a la relación entre el colegio y su hijo.
Ni una cosa ni la otra. Los deberes son, efectivamente, una proyección del programa escolar, pero su objetivo no es otro que la educación integral del niño: ayudarle a aceptar libremente sus responsabilidades, a concebir la cultura como un objeto del que puede apropiarse para su propio provecho.
Tan mal es desentenderse de los deberes de los hijos como agobiarles con constantes preguntas y castigos.
Si el niño no rinde y las horas pasan sin que vuelva la hoja, lo más probable es que le falte un buen estímulo o que esté desorientado sobre lo que tiene que hacer, y no que su coeficiente de inteligencia sea inferior al que le corresponde.
Hay que acompañarlos en su aprendizaje, pues los padres son elementos activos ayudando a su hijo a cumplir con sus deberes.