¿Sabía usted que una vez recibidos los sacramentos de iniciación cristiana, Bautismo, Eucaristía y Confirmación, quedamos obligados, como auténticos testigos de Cristo, a extender y defender la fe con palabras y obras?
Es decir, quedamos comprometidos con la misión evangelizadora, dando testimonio de la fe cristiana por medio de lo que decimos y lo que hacemos. Así lo dice claramente el Catecismo de la Iglesia Católica. Pero, ¿cuántos de nosotros lo sabemos y lo cumplimos? No muchos. Por ello, la Iglesia ha discernido que se requiere renovar el proceso catequístico para administrar sacramentos para que los que los reciban, entiendan y asuman el compromiso de un verdadero cristiano.
Como respuesta a esta necesidad de renovar la Catequesis, surge el itinerario de iniciación cristiana o proceso catecumenal. Este inicia con una invitación y un llamado, que busca suscitar una primera conversión; se trata de anunciar el nombre, la doctrina, la vida, las promesas, el reino, el misterio de Jesús de Nazaret, Hijo de Dios. Este tiempo, denominado pre-catecumenado, es relativamente corto, pero imprescindible en nuestros tiempos, dado que la antigua transmisión de la fe en la familia prácticamente ha desaparecido.
Prosigue el catecumenado propiamente dicho: un tiempo suficientemente prolongado en el que se profundiza la conversión, se avanza en el conocimiento de la fe y se van haciendo progresivamente discípulos misioneros de Cristo a través de la catequesis, la oración, el ejercicio de la caridad, el testimonio de vida, las celebraciones y ritos que conducen a la maduración de la fe inicial.
En el tiempo de la purificación e iluminación, el cual coincide normalmente con la Cuaresma, se celebran los ritos de los escrutinios, exorcismos y bendiciones. Se celebran los sacramentos en la Vigilia Pascual, seguido del tiempo de la mistagogía, en el que se percibe más profundamente el misterio pascual.