Conversión es fruto del encuentro personal con Cristo

Conversión es fruto del encuentro  personal con Cristo

La centralidad de toda espiritualidad es “a partir de la conversión personal”, la cual se alimenta y crece a partir de la vida sacramental que, una vez encontrado, el creyente asume y se ocupa de alimentar, de proteger. El verdadero trato de amistad con Jesús, esa relación desde dentro con Dios, es fruto de un encuentro personal con Cristo, el cual dará como fruto la conversión personal verdadera. En esta conversión personal es donde reside la centralidad de la espiritualidad, su esencia. Por tanto la falta de este encuentro personal con Jesús es la causa de la superficialidad de fe y de compromiso que constatamos hoy, no sólo en los jóvenes sino también en la Iglesia adulta. En algunos casos, esta falta de encuentro personal con Cristo, es la que lleva a dejar la Iglesia y los compromisos sacramentales que como católicos hemos asumido. Es causa también de la indiferencia religiosa que “constituye una preocupación esencial de la Iglesia en todos los continentes” (P. Juan Pablo. II; cf Mt 13,15; Hch 28,27). 

Fruto del verdadero encuentro con Jesús es la fuerza transformadora que causa en el joven, en la persona y familia que lo experimenta, y que le abre o lo lleva a un auténtico proceso de conversión en favor de los prójimos. Ejm. Samaritana (Jn 4, 5-42); Zaqueo (Lc 19,1-10); Magdalena (Jn 20,11-18).

Para una verdadera animación espiritual de la JMJ estamos llamados a poner atención en llevar a los jóvenes a este “encuentro personal con Cristo”. Es lo que les moverá a conversión personal, y los hará salir de las periferias del pecado o de los caminos equivocados que puedan estar viviendo, de las periferias en las que sus corazones puedan estar atrapados, de los males que les puedan estar afectando e impidiendo una vida fiel, armoniosa, limpia, casta, amada, obediente, perdonada; una vida de corazón libre e identificado con el bien de la Iglesia y de las personas que le necesitan. Todo esto nos hace ver que la espiritualidad no se centra en un vago sentimiento religioso de estar bien con Dios o consigo mismo sin más, o el de tener experiencias satisfactorias en la oración que no muevan a conversión, a compromiso. No. El progreso formativo y espiritual debe ir al paso de la espiritualidad que se va adquiriendo, y no se limita a un gusto o a una instrucción inicial. Es la profundización continua de las riquezas de nuestra Fe, y ha de ser capaz de justificar nuestras esperanzas (1Pe 3,15).

La realización de la JMJ camina al paso de la espiritualidad que viven y que mueve a los animadores, a los protagonistas, y su realización debe justificar las esperanzas vocacionales de las personas, y confirmar la alegría del estado vocacional de los que ya hemos hecho opción vocacional en nuestra vida.

Testimonio de encuentro

El encuentro personal estimula los deseos de una vida según Dios, el tesoro encontrado (Mt 13,44-46); estimula a amarlo, a imitarlo, a seguirlo, a ser su servidor y llevar las almas a Cristo. Es la promoción de este encuentro personal lo que conducirá al joven a la conversión permanente, a liberarse del pecado, al arrepentimiento del mal, a apartarse de lo que le distancia de Dios. Es lo que despertará en él los deseos de conocer más a Jesús, de estudiarlo, de orar más, de cambiar a una vida nueva, de buscar que se cumpla la voluntad de Dios en su vida, de recibirlo en los sacramentos, de unirse a Él. Es lo que le lleva a desear ser santo, ser puro, a transformarse en Él, a dejar la forma de pensar y actuar individualista y mundana que pueda estar llevando. Si creemos que Jesús es la verdad y experimentamos sus frutos desearemos ser sus testigos para acercar a nuestros hermanos a la verdad plena, a la felicidad sin fin.

Es el encuentro personal que da al joven la conversión personal, y lo que hará de esta JMJ un verdadero encuentro espiritual, que traerá los frutos de una verdadera participación espiritual: jóvenes en Cristo con una vida en castidad, en pureza de corazón, en obediencia de amor a sus compromisos, en deseos de asumir el seguimiento de Jesús y con valentía optar por Él.