“De nada sirve velar solo por mi bienestar y el de mi familia, si soy insensible al bienestar de todos los demás.”

“De nada sirve velar solo por mi bienestar y el de mi familia, si soy insensible al bienestar de todos los demás.”

Redacción: redaccion@panoramacatolico.com

Monseñor José Domingo Ulloa, arzobispo de Panamá, durante la eucaristía diaria que desde su casa transmiten FETV Canal 5 y Radio Hogar, recordó los 15 años del tránsito a la Gloria de San Juan Pablo II. Además, y le envió un caluroso saludo a todo Panamá Oeste, en especial a la Parroquia San Francisco de Paula, que hoy celebra su memoria.

El Arzobispo reiteró un agradecimiento a los cuatro héroes del Canal de Panamá, quienes voluntariamente y por razones humanitarias, atendieron el cruce por la vía interoceánica de los dos cruceros con personas infectadas por el coronavirus, que ningún país de Latinoamérica quiso ayudar.

En su acostumbrada cercanía, dirigió palabras de agradecimiento para todos los motorizados que hacen la entrega a domicilio, llevando alimentos y medicinas de un lado a otro, la mayoría de ellos extranjeros insertos en actividades cotidianas que desafortunadamente no cuentan con servicios médicos.

En este V jueves de Cuaresma, Monseñor Ulloa pidió orar por los migrantes y refugiados, para que, “en su nostalgia por la lejanía, no encuentren entre nosotros muros ni corazones cerrados”. 

También invitó al pueblo de Dios a comprender la situación que viven las familias cuyos miembros están sin trabajo obligados a salir a buscar el sustento diario. “Si nosotros que tenemos un ingreso diario vivimos angustiados por el temor a ser contagiados, pueden imaginarse cómo será para un migrante y refugiado que no tiene a quien recurrir…ellos son verdaderos sobrevivientes”, sentenció. 

Al finalizar su homilía dijo que en “medio de la tribulación, nuestra fe nos fortalezca para vivir como verdaderos cristianos, hombres y mujeres de esperanza. Y que esa esperanza nos haga capaces de reconocer en el otro al hermano, de protegerlo y asistirlo, especialmente si forman parte de los excluidos y discriminados”.

A continuación, el texto completo de la homilía de Monseñor José Domingo Ulloa Mendieta, Arzobispo de Panamá.

Desde Capilla de la casa del Arzobispo de Panamá / Jueves 2 de abril de 2020.

Hoy recordamos los 15 años del tránsito a la Gloria San Juan Pablo II.

Cordial saludo a todo Panamá Oeste: a la Parroquia San Francisco de Paula, al celebrar la memoria de este santo.

Damos gracias a Dios por los cuatro héroes del Canal de Panamá, quienes voluntariamente y por razones humanitarias, atendieron el cruce por la vía interoceánica de los dos cruceros con personas infectadas, y que ningún país de Latinoamérica quiso ayudar.

Por los motorizados que hacen la entrega a domicilio, llevando alimentos y medicinas de un lado a otro. La mayoría de ellos extranjeros, que han adoptado este país como propio.

Y oremos por los migrantes y refugiados, para que, en su nostalgia por la lejanía, no encuentren entre nosotros muros ni corazones cerrados.
Nadie duda ya que estamos en medio de una tragedia mundial cuyo impacto tendrá consecuencias de una magnitud que aún ni siquiera imaginamos, pero sabemos que impactará todas las dimensiones de la vida.

El mundo será otro en todos los sentidos: en lo general, en lo micro y hasta en el comportamiento individual. De aquí en adelante, nuestra vida entera se dividirá entre un antes y un después de la pandemia del coronavirus.

Mucho se ha hablado de que hay grupos más vulnerables que otros. Entre estos grupos de mayor vulnerabilidad no podemos olvidar a los migrantes y refugiados. Particularmente los indocumentados.

Aunque muchos así lo quisieran, esos migrantes no viven aislados o en una dimensión paralela en la sociedad. Están insertos en las actividades cotidianas. Desafortunadamente, no recurren o recurren muy poco a los servicios médicos.

En primer lugar, su condición migratoria les da poco o nulo acceso a los servicios a los que tenemos el resto de la población, y aunque existen opciones, éstas son poco conocidas por los indocumentados.

Aplicar el “distanciamiento social” entre los migrantes, resulta difícil y los hace vulnerables ante un posible contagio. Viven hacinados. La mayoría no tiene cómo rentar una vivienda, y además tratan de ahorrar lo más posible para enviar recursos a sus lugares de origen.

Los apoyos que se anuncian a pocos les llegarán. Sin embargo, ellos tienen un papel importante, en este momento de crisis sanitaria, y a ellos también deberíamos aplaudir y reconocer desde nuestro confinamiento. Y lo serán aún más después de la crisis sanitaria.

Algunos creemos que esta crisis dará como resultado, entre otros y después del sufrimiento y la angustia, una mejor sociedad. Más incluyente. En la que por fin descubrimos que de nada sirve velar solo por mi bienestar y el de mi familia, si soy insensible al bienestar de todos los demás.

Esperemos que aprendamos la lección y que en esa nueva sociedad que reconstruiremos, los migrantes tengan el lugar y el reconocimiento que se merecen.

Nos haría bien recordar nuestras raíces, en donde el compromiso con el otro, con el prójimo era espontáneo y natural. Nos vendría bien rescatar y fortalecer esa sensibilidad social hacia el prójimo.

Ojalá y por fin se entienda que lo que más le conviene a la sociedad son migrantes sanos e incorporados con derechos plenos. Y por supuesto, migrantes y refugiados agradecidos y respetuoso de las costumbres y tradiciones del país que los acoge.

Una vida de sobrevivencia

En nuestro país tenemos un significativo número de migrantes, casi todos se dedican al sector informal y no cuentan con contratos de trabajo ni generan de forma segura sus ingresos.

Tómenos conciencia si quienes devengamos salario o dependemos de nuestro ingreso diario estamos en una situación de angustia, añadido a la posibilidad de que nos podamos contagiar, pueden imaginarse cómo será para un migrante y refugiado que no tiene a quien recurrir. Son verdadero sobrevivientes.

Cuánto estrés y ansiedad con sus secuelas de salud mental, le genera a ellos la actual situación, porque no es seguro que puedan enviarle dinero a sus familiares en sus países de origen, donde también el virus es una amenaza colosal. Otro aspecto a considerar y que no podemos olvidar es que en las familias de migrantes también existen las vulnerabilidades específicas: discapacidad, enfermedades mentales crónicas, mujeres solas cabeza de familia con el riesgo de sufrir violencia de género por cualquier aprovechado. En fin, lo mismo que pasan nuestros compatriotas más pobres, solo con la diferencia de que mucho de ellos no tiene siquiera a sus familiares cerca.

Ante las voces insensibles que digan que a los migrantes no se les debió dejar entrar. La realidad es que están aquí entre nosotros y con esta crisis sanitaria quedó demostrado que son útiles y necesarios.

Somos un país mayoritariamente cristiano, que no podemos olvidar al migrante y refugiado. Ellos al igual que Jesús, han huido de la persecución, de la pobreza, de la violencia.

El que me glorifica es mi Padre
Hoy la Palabra de Dios nos trae la más buena noticia: Dios eligió a Abraham para abrir camino. Abraham es un elegido. Y luego de esa elección, le prometió una herencia” y, a continuación, “estableció una alianza. Una alianza que le hace ver a lo lejos su fecundidad: te convertirás en padre de una multitud de naciones”.

Del mismo modo que Abraham fue un elegido de Dios, “cada uno de nosotros es un elegido, nadie elige ser cristiano católico entre todas las posibilidades que hay el ‘mercado’ religioso. Cada uno es un elegido. Somos cristianos porque hemos sido elegidos. Y en esta elección hay una promesa, una promesa de esperanza, la señal es la fecundidad y la vida eterna”.

“El cristiano es cristiano no porque pueda ver la fe del bautismo: la fe de bautismo es un papel. Tú eres cristiano si dices sí a la elección que Dios ha hecho contigo, si vas tras las promesas que el Señor te ha hecho y vives una alianza con el Señor: esa es la vida cristiana”. Por eso ser cristiano es tener la suerte de habernos encontrado con Jesús, ser cristiano es ir descubriendo por propia experiencia personal, sin que nadie nos lo tenga que decir, que Jesús da sentido a toda la vida, que Jesús es la alegría, la norma, el criterio a seguir, el principio y el fin de todo. Él es el que permite que nuestro corazón arda de gozo y esperanza aun en los momentos más difíciles y sobre todo cuando nos visita la muerte.

Nos quedan unos días todavía para poder prepararnos bien para celebrar el Triduo Pascual, momento definitivo de la glorificación del Hijo de Dios. Volvamos la mirada al Padre que desde su alianza con Abrahán ha cuidado a su pueblo. Y como a Abraham hace un pacto con nosotros: “Quien guarda su Palabra no verá la muerte para siempre”.

Cristo no nos promete que no vayamos a pasar por el trance de la muerte. Él mismo ha de pasar por ella para asumir todo lo humano, también nuestra mayor fragilidad.

Lo que sí nos promete es que no moriremos para siempre. Nos promete Vida Eterna. Recemos con el Salmo de la Misa de hoy: “Recordemos las maravillas que hizo, sus prodigios (…) Recurramos al Señor y a su poder (…) Él se acuerda de su alianza eternamente, de la palabra dada, por mil generaciones”.

Cuando no encontramos el sentido de la muerte, encontramos muchos vacíos en el alma por las personas que fueron, por nosotros que tendremos un dia que irnos. Y la pregunta es: “¿Ir para dónde?” . Hermanos ir para la vida eterna porque quien está en Dios no va para la muerte, no conoce la muerte. Quien está en Dios, quien permanece en la Palabra de Él, y ella trae la vida a cada día a nuestra propia vida.

Esta es la primera muerte que tenemos que vencer: permitir que Dios pueda vencer en nosotros: la muerte del desánimo, del desespero, del miedo, del pánico, de las preocupaciones exageradas; la muerte de las emociones enfermas que toman cuenta de nosotros.

Necesitamos morir a cada día y dejar morir (con fuerza) todo y cualquier resentimiento, tristeza, porque ellos tiran nuestra vida para la muerte, quitan el sabor de nuestra vida y de nuestra existencia.

Por eso la esperanza, la certeza, en las promesas de Dios, en Jesucristo, nos ayudarán a disipar los temores que en este momento nos atenazan, el pesimismo y el desánimo que nos puede ganar. En una homilía que no llegó a pronunciar Benedicto XVI en la Vigilia de Cuatro Vientos, en la JMJ de 2011, por la tormenta que se desató, nos decía: “No tengáis miedo al mundo, ni al futuro, ni a vuestra debilidad.

El Señor os ha otorgado vivir en este momento de la historia, para que gracias a vuestra fe siga resonando su nombre en toda la tierra” (Benedicto XVI, Vigila Cuatro Vientos, JMJ Madrid 2011).

La razón por la que algunos hombres no alcanzan la paz, es porque se dejan llevar por temores humanos y posponen las promesas futuras a los gozos presentes. En un momento como este, con la pandemia del coronavirus podemos vivir “alegres en la esperanza, firmes en la tribulación, siendo asiduos en la oración” (Rm 12, 12).

Que en medio de la tribulación nuestra fe nos fortalezca para vivir como verdaderos cristianos, hombres y mujeres de esperanza. Y que esa esperanza nos haga capaces de reconocer en el otro al hermano, de protegerlo y asistirlo, especialmente si forman parte de los excluidos y discriminados, como son los migrantes y refugiados, que menudo carecen de derechos y son marginados en nuestra sociedad.

Pidamos a María, Esperanza nuestra, que nos mantenga firmes en esa esperanza que “no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que se nos ha dado” (Rm 5,5).

PANAMA, acatemos las normas que nuestras autoridades han implementado. Por ti, por los tuyos por Panamá -Quédate en casa.

† JOSÉ DOMINGO ULLOA MENDIETA, O.S.A.
ARZOBISPO METROPOLITANO DE PANAMÁ