Cuando un matrimonio tiene dificultades, lo que nos corresponde es trabajar intensamente para restaurarlos en el amor a Dios y entre los cónyuges.
Si los esposos desean ajustarse a la voluntad de Dios, su vocación es buscar la santidad a través del sacramento, para que el día que tengan que darle cuentas a Él, puedan mostrar cómo han trabajado por el cónyuge y la relación y así ambos puedan participar del Reino de los cielos, dando un testimonio coherente a los hijos y a la sociedad, del amor a Dios y entre ellos.
¡Nunca, nunca dejemos de luchar… Nunca permitamos que llegue a nosotros el desaliento y nos atribule para no seguir la misión que Dios nos ha confiado de defender el sacramento del matrimonio y la unidad de la familia!
Los esposos, cuando recibimos la bendición de Dios, nos transformamos en una unidad, al hacernos un solo cuerpo, una sola carne, según Sus promesas de ser uno, hasta que la muerte nos separe.
No permitamos que las corrientes del mundo nos engañen justificando el egoísmo de buscar la aparente felicidad con otra persona, construyendo esa relación sobre el dolor del cónyuge e hijos abandonados. La única y verdadera felicidad solo se logra en la unidad con Cristo y en cumplir Sus mandamientos y sacramentos.