El matrimonio es la unión de dos seres humanos, hombre y mujer, que son muy diferentes. De hecho, Dios nos hizo así, precisamente porque al uno le falta lo que al otro le sobra. Hablando del Génesis en la Biblia, el hombre estaba solo, a pesar de tener la creación a su disposición, Adán no encontraba algo, o alguien, a quién entregarse; no hallaba la carne de su carne, hueso de sus huesos, para hacerse uno y llenarse por completo. Dios entendiendo esta necesidad, crea a Eva y lo hace a partir de él, para hacernos entender que podemos ser de la misma sustancia, pero complementarios, como dice el Papa Francisco.
Y viendo la historia, tal cual fue, nos muestra que las características que nos distinguen como hombres y mujeres, son las que nos hacen necesitar uno del otro y enriquecer la relación. Dios nos creó para alcanzar la plenitud y la comunión con igualdad de dignidad como personas.
Dios nos hizo compañeros de camino por lo que es necesario que la mujer tenga presente que puede representar la salvación del hombre que ama y él, corresponderle, entregándose por completo, para protegerla, satisfacerla, aceptarla y admirarla.
Ambos deben reciprocar atención y afecto, recordar que el amor se construye, se renueva cada día, no olvidar la admiración continua, ni asumir que siempre la merecerá, con el fin de alcanzar las promesas y proyectos comunes, mediante la conversión por amor.