Dios es dulzura y acogida infinita

Dios es dulzura y acogida infinita

De esta concepción de Dios es de donde ha de brotar una espiritualidad de verdadera acogida, que es la que estamos for-mando para la JMJ19. En la Biblia desde el principio, aparece Dios como “el Dios rico en misericordia”, que ve la aflicción de su pueblo (Ex 3,7) y actúa a su favor. Un Dios que mantiene su fidelidad de acogida, a pesar de la infidelidad del pueblo y, por medio de los profetas, lo sigue llamando (Is 49,15; Os 2,16) a la alianza. La acogida, la hospitalidad serán valores que el pueblo debe asumir porque vienen del mismo Dios: “No opriman al extranjero…” (Ex 23,9). Dios es el peregrino y a la vez el Dios bueno y acogedor. El “Dios rico en misericordia” (Ef 2,4) se ha revelado como en ningún otro en Jesús de Nazaret. Su vida entera es “la encarnación del amor acogedor y misericordioso de Dios” (Lc 4,18). No nos queda duda que la primera acción pastoral y misionera de Jesús, enraizada en una espiritualidad que valora a la persona, antes que nada, “fue la de acoger y recibir a los pecado-res, a los marginados, a los excluidos, a los que no figuran”. Jesús aparece acogiendo, recibiendo, hospedando en su corazón: “Al que venga a mí no lo echaré fuera” (Jn 6,37); “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados” (Mt 11,28). Se identifica por tener entrañas de misericordia: “Movido a compasión…” (Mt 14,14). Se interesa por el otro: “¿Qué quieres que haga por ti?” (Mc 10,51). Va más allá de lo que le piden: “Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz y queda curada de tu mal” (Mc 5,34). Habla con cariño, se hace amigo: “Vosotros sois mis amigos” (Jn 15,15). Conoce como buen pastor a sus ovejas y las llama por su nombre (Jn 10,3). Jesús cree en los demás y les reparte responsabilidades: “Dadles vosotros de comer” (Mc 6, 37).

La familia que acoge en nombre de Jesús

Jesús reúne en torno a sí una “familia” de seguidores que han de tener en la acogida mutua, el perdón y el servicio, las señas de identidad de Jesús: “Hagan lo que él les diga” (Jn 2, 5). La familia panameña está llamada a ser: una familia samaritana, acogedora, sanadora. Las comunidades, los grupos apostólicos, los ministerios, todos los servidores de la Iglesia panameña, tenemos un llamado, guiados por “la comunión que produce el Espíritu Santo”, ha que hagamos del amor misericordioso y fraterno, nuestras claves de referencia cristiana; hemos de acoger y vivir el amor como Jesús ama y acoge, siendo y mostrando ser una Iglesia acogedora, humanizadora, habitable, que evangeliza desde el amor y de la comunión de unos con otros, siempre comprensible con el necesitado que solicita acogida.

Los anfitriones hemos de atender la voz del Pastor: “Sean amables unos con otros, sean de buen corazón, y perdónense unos a otros, tal como Dios los ha perdonado a ustedes” (Ef 4, 32); “Sean humildes, amables y pacientes, y bríndense apoyo, por amor, los unos a los otros. Hagan todo lo posible por vivir en paz, …” (Ef 4, 2-4). Y si lo hacemos bien no hemos de olvidar la promesa del Se-ñor: “Quien los recibe a ustedes me recibe a mí; y quien me recibe a mí recibe al que me envió” (Mt 10,40). Y si lo hacemos con verdadera fe y amor, identifican-do a Cristo al abrir la puerta del hogar, escucharemos la más bella promesa de bendición del hogar: “todo lo que pidan al Padre en mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo” (Jn 14,13; cf. Mc 11,24).

¿Qué necesita el hogar para vivir esta espiritualidad de acogida?

Para vivir así, la comunidad eclesial panameña, ha de cultivar la dimensión contemplativa, que la hace ser más humana, más cercana, más comprensiva y acogedora. La contemplación potencia la finura en la acogida, sin discriminar a nadie, recibiendo y sirviendo a Cristo en el que acoge. Y de manera especial duplicando la atención a los que no tienen sitio en la mesa común del mundo, los pobres y excluidos. Así, la Iglesia se convierte en “hogar que sabe acoger a los pequeños (Mt 18,5) y en hogar misionero que sale en búsqueda de los alejados” (Lc 15). Con todo esto vemos que la espiritualidad de acogida es la que ha de dar el talante que ha de configurar a toda la comunidad eclesial y a cada uno de sus miembros.