Kenneth Pierce/Catholic.net
Si no me conozco, no me puedo amar. Sin embargo, a veces avanzamos por la vida sin conocer más que cosas muy superficiales de nosotros. Les proponemos cinco hábitos que puedan ayudar en este afán.
Buscar un poco de silencio (de verdad)
¿Cuándo es la última vez que hemos estado en un lugar en silencio auténtico? Para, por ejemplo, examinar mis pensamientos y mis sentimientos. Si nos incomoda el silencio, quizás algo no anda bien en nosotros.
Rezar
La oración no es un mero ejercicio de introspección, pero sin duda nos lleva a conocernos mejor. Dios es la guía segura para adentrarme en las profundidades de mí espíritu sin que termine encerrado en mí mismo o escuchando solo los ecos de mi egoísmo.
Leer y escribir
Leer (buenos libros, se entiende) alimenta la capacidad de reflexión y escribir nos obliga a ser conscientes de nuestros pensamientos. El esfuerzo por sintetizar lo que nos pasa por la cabeza y poder transcribirlo nos ayuda a conocernos e incluso atesorar lo vivido.
Examen de conciencia
No se trata del examen de conciencia para confesar los pecados. Es, más bien, una toma de conciencia de los hechos más relevantes de nuestro día para, en el fondo, saber de qué modo actúa la gracia en nuestras vidas, y también cómo a veces impedimos que actúe. Hecho en presencia de Dios, sin miedo a reconocer lo bueno y lo no tan bueno de nuestro día, es un gran ejercicio para irnos conociendo y aceptando nuestras grandezas y fragilidades.
Ayudar a los demás
Aunque suene contradictorio, ayudar a los demás es un gran camino para conocer nuestro interior. No conocemos qué es amar estudiando un manual sobre qué es el amor. Lo conocemos a fondo cuando amamos y nos entregamos.