La mayoría de los católicos asociamos el mes de septiembre al Mes de la Biblia, pero pocos relacionamos esta celebración a la conmemoración del Mes del Migrante y del Refugiado, precisamente la Palabra de Dios relata que el Pueblo de Israel fue peregrino y vivió la experiencia de ser extranjero.
Así este día, viene a resaltar la urgencia de considerar a las personas que emigran, quienes, desde la iluminación bíblica, son las más necesitadas: los pobres, las viudas y los extranjeros.
La Iglesia Católica de Panamá a través de la Pastoral de Movilidad Humana lleva años tratando de sensibilizar a los católicos y a los hombres de buena voluntad sobre el tema, desea que se pregunten sobre su compromiso ante la inaceptable deshumanización de la persona, la que debe ser reconocida y respetada en su sacralidad.
Para Jorge Ayala, director de la Pastoral de Movilidad Humana dea Arquidiócesis de Panamá, «los fenómenos migratorios están muy lejos de detenerse, porque los problemas políticos, económicos y sociales siguen presente. Todos sabemos lo que pasa en Venezuela, Nicaragua, Cuba o en El Salvador, lamentablemente esas situaciones van a seguir expulsando gente, como país debemos tomar medidas a tiempo»
Para resolver con eficacia los problemas que conlleva la migración, hace falta tanto la acción internacional como la ayuda de los particulares; «pero ante todo lo primero es que cambiemos nuestra propia percepción sobre los migrantes y refugiados» agregó Ayala
El Papa Francisco ha hecho numerosas exhortaciones para promover la «cultura del encuentro», con el fin de superar la cultura de la indiferencia, en el mundo actual.
Como cristianos se nos llama a tomar el tiempo para la escucha de esa persona que no habla igual que tú y que tiene costumbres distintas; que es tal vez más pobre, en cualquier caso, o más escaso que nosotros, en un momento dado.
Cada hermano extranjero encierra una historia distinta, llena de esfuerzos, sufrimientos, motivaciones y deseos de salir adelante con lo único que traen, sus talentos, ganas y anhelos de ayudar a la familia que dejaron atrás.
El Hogar Luisa, ( Centro de Acompañamiento Integral a Refugiados y Migrantes) funciona bajo la coordinación de la Pastoral de Movilidad Humana, Jorge Ayala y la trabajadora social Vidalina Santos hacen milagros para atender a estos hermanos que se encuentran en situación de calle.
Más de mil personas han pasado por este hogar, provenientes de 31 países. Los más frecuentes vienen de Cuba, El Salvador, Colombia, Venezuela, México, Nicaragua y Angola.
Actualmente 30 personas de distintas nacionalidades reciben apoyo de alimentación, un lugar limpio para pasar la noche, útiles de aseo personal, orientación psicosocial, legal y hasta asesoría laboral.
Panorama Católico hizo una visita al Hogar Luisa y se conocieron tres historias distintas. Compartimos los testimonios de un cubano, un nicaragüense y un venezolano:
La historia de uno, entre tantos cubanos
Yuri Piñeiro salió hace cuatro meses de La Habana con su esposa, graduado como técnico medio en electricidad. Se atrevió a vender hasta su casa para emprender el camino y lograr el sueño americano.
«El régimen castrista nos obligó, nuestra motivación ha sido vivir como una persona normal, con un trabajo digno, no morir bajo una dictadura que no estamos de acuerdo y ayudar a toda la familia que dejamos atrás», afirmó Piñeiro
Relata que la Selva del Darién está llena de cubanos, arriesgando sus vidas y enfrentándose a muchas atrocidades. Pasaron Brasil, Perú, Colombia, pero desde que entró a la selva del Darién comenzó la pesadilla de esta pareja.
«Si yo hubiese sabido lo que nos iba pasar en la selva nos hubiésemos quedado en Perú que nos daban refugio y podíamos conseguir empleos. Fuimos asaltados, golpeados y hasta abusaron sexualmente de mi mujer. Y así continuamos caminando por siete días, la comida nos alcanzó solo para los tres primeros días, luego fui retenido por Fiscalía al llegar a Metetí».
Ahora Yuri y su esposa se dejan ver confundidos, sienten temor de seguir y que les pasen situaciones peores en México, pero también aseguran que volver a Cuba es morir en vida.
«El régimen castrista no necesita darnos golpes para destruirnos», Piñeiro explica que por haber salido de Cuba ya es fichado como contra revolucionario. El gobierno acosa a las personas que desaprueban las políticas del Estado. «No conseguirnos trabajo, por ende debemos abandonar nuevamente el país, ojalá Panamá nos comprendiera en eso, acá no tenemos ningún beneficio», señaló.
Un Nica esperanzado
Saúl Rojas tiene 17 años, estudiante de segundo año de medicina veterinaria, salió de Nicaragua con su prima exfuncionaria de la policía y su primito de cinco años. Tienen casi dos meses de estar refugiados en el Hogar Luisa.
«Solo por el hecho de ser un estudiante estoy fichado, yo protesté en contra del régimen y como tengo conocimientos de primeros auxilios ayudaba a socorrer a los heridos en la parroquia Santiago Apóstol de Jinotepe», afirmó
Esa era mi parroquia, estaba en el coro todos los domingos, tuve que huir al igual que mis amigos, unos se fueron a Costa Rica, Guatemala y Honduras, de lo contrario nos matan o nos desaparecen comenta con tristeza en su mirada.
Agrega que paramilitares tumbaron la puerta de la parroquia, afirmando que habían robado las medicinas, sin averiguar que eran donaciones de Caritas. «Les pegaron fuego, destruyeron las imágenes y robaron las computadoras de los sacerdotes» dijo.
Actualmente por ser menor de edad Saúl no puede laborar, su prima sale a diario a buscar empleo. Mientras tanto este chico se prepara en la delegación de jóvenes migrantes que participarán en la Jornada Mundial de la Juventud. «No pierdo las esperanzas de volver a estar con mi familia, sé que esto pasará» aseguró.
Un venezolano que vuelve a su patria
Octavio Cordero, es un caraqueño de 45 años que llegó a Panamá hace más de un año para laborar en el área de la construcción. «Salí para ayudar a mis tres hijos, mi sueldo no me alcanzaba ni para darles comida, vendí mi carro y con ese dinero me compré los boletos» asegura.
Hoy Octavio vive en el Hogar Luisa ya que no puede trabajar, camina encorvado, con una muleta y con poca musculatura en sus piernas. Su destino cambió cuando un día en su jornada laboral levantó un saco de cemento y sintió un fuerte latigazo en su espalda.
Desde ese momento desmejoró su salud, en el Hospital Santo Tomás fue diagnosticado con lumbalgia crónica y ciática, lo que provoca en él dolores agudos. Los medicamentos son costosos y no tiene algún familiar que le pueda acompañar a las terapias.
«Estoy muy afectado, hace diez días recibí la triste noticia de que había fallecido mi madre, eso profundizo mi dolor y mi estrés. Sin embargo debo reconocer que Dios me ha ayudado a través del Hogar Luisa, que hasta el momento me da comida, medicinas y hasta consiguió los recursos para comprarme el boleto de retorno».
Su hermana le espera en Venezuela para acompañarle en este trance que le ha puesto la vida, ahora empezará la lucha por conseguir atención médica y terapias.