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El valor ético de la honestidad

El valor ético de la honestidad

Entre las competencias blandas que nos acercan al éxito, en la vida profesional, está el valor ético de la honestidad. Contar con un ciudadano transparente que no tiene turbiezas, que manchan su entereza garantiza una sociedad sana.

Prof. Montgomery A. Johnson Mirones

Quien es honesto es también íntegro y vertical, es decir muestra una sola cara y va por una sola línea. Lo que usted ve, es lo que es; dice lo que siente (a veces sin filtro) y te habla de frente. Es una persona transparente que no oculta sus intenciones ni tiene turbiezas que manchan su entereza.

Para muchos, una persona que demuestra valores cívicos y familiares es hasta más importante que demostrar competencias académicas. Estas últimas se adquieren de una forma más mecánica mediante procesos específicos pedagógicos. Pero de nada vale adornarse de títulos superficiales cuando carece de valores personales profundos; si no se inculcaron desde el hogar, es difícil lograrlos después.

A nivel colegial, a través del laboratorio de práctica de la vida, podemos corregir y formar, siempre.

Una falsedad parece servir para salir del paso tomando desvíos por la vida, que al final solo logran dañar un bien inmaterial que no se repara con dinero y que el tiempo difícilmente enmienda: el daño a tu honra y mancha a tu nombre.

Todos los seres humanos, estamos tentados a faltar a la honestidad en momentos de nuestra vida. En la escuela, una mentira puede ahorrarnos un regaño o una sanción. Esta realidad no solo ensucia a quien la dice, sino que perjudica a otra parte inocente, daña nuestras relaciones interpersonales.

Decir una mentira es un pequeño ejemplo de falta de honestidad. A nivel escolar, incluso universitario, la copia y plagio es un problema real que impide que avancemos a estándares más elevados de educación.  Cuando un compañero mira las respuestas de otro, o transcribe de forma “secreta” lo que debe saber para un examen, además de la obvia falta de valores, podría ser indicio que, como sistema educativo, estamos fomentando más a seres memorizantes que pensantes.

Destrucción

Padres de familia. Tengan presente que el niño que miente en lo poco, podrá en lo grande. La mentira genera problemas mayores de los que será más duro librarnos.

Maestros. No tolere trabajos que no son obviamente “investigados”, aplique el reglamento. No se llame a engaño en “dejarlo pasar”, esto también es una falta de honestidad profesional.

Alumnos: Es preferible equivocarse con lo propio, demostrando dignidad, que luciéndose con algo que no es más que una ilusión. Aunque cometa una falta, reconocerlo nos hace grandes.

Desafortunadamente, no estamos compitiendo por un Récord Guinness de memorización.  El afán de repetir información memorizada nos dice también que adolecemos de no enseñar a aprender y aplicar, sino solo recordar y repetir sin usar nuestro pensamiento crítico. También demuestra que nuestro sistema valora más aprobar por una nota, que aprobar por saber; y que hay estudiantes que se desviven y estresan por alcanzar un “número” que por alcanzar el conocimiento. Triste que algunos adultos solo exigen resultados numéricos sin experiencias de aprendizaje.

Por otra parte, tenemos el plagio en trabajos de investigación y de opinión. Estudiantes y hasta profesionales que copian escritos ajenos para pegarlos en otro y hacerlo propio. No es más que un hurto de ideas y un engaño. El docente se dará cuenta, pero sobre todo es un engaño a sí mismo.  El “copy-paste” no tiene justificación ni defensa alguna, y menos en trabajos de opinión y expresión. Para un docente apasionado y dedicado, esto es una decepción. 

Afortunadamente, a nivel colegial, aún estamos en el laboratorio de práctica de la vida y podemos corregir y formar, siempre y cuando los padres de familia también se hagan responsables y apliquen los correctivos necesarios.  Sin embargo, en otros sistemas más severos, una copia o plagio en algún trabajo es causal de despido o expulsión. Quedas con tu nombre manchado, y difícil de recuperar.

Padres de familia: no acostumbremos a nuestros niños a la relativización de los valores, una mentira no saca de apuros. El que miente en lo poco, podrá en lo grande. Inculquemos que la honestidad, si bien es cierto no nos libra de una consecuencia, la mentira solo nos hunde y genera problemas mayores de los que será más duro librarnos.

PADRES. No acostumbremos a nuestros niños a la relativización de los valores.

Maestros: estructure sus trabajos con preguntas o temas que no son obviamente “investigados” desde Google, sino que requieran análisis y reflexión personal. No tolere esta falta, aplique el reglamento. No se llame a engaño en “dejarlo pasar”, esto también es una falta de honestidad profesional.

Alumnos: no engañan a nadie sino a sí mismos. Es preferible equivocarse con lo propio, demostrando dignidad, que luciéndose con algo que no es más que una ilusión. Aunque cometa una falta, reconocerlo nos hace grandes.

Ante todo, seamos humildes, porque como decía Santa Teresa de Jesús, “la humildad es andar en verdad”.