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Entrada mesiánica en Jerusalén

Entrada mesiánica en Jerusalén

(Lc 19,29 – 20,8) Cuando Jesús llega a Jerusalén, la capital del pueblo judío, se dan dos reacciones: por un lado, el pueblo pobre lo aclama como el Rey-Mesías y por el otro, las autoridades se sienten amenazadas en su prestigio y temen que el movimiento de Jesús “prenda fuego” y transforme la situación de desigualdad que les beneficiaba.
Este pasaje, que recuerda a los líderes de las tribus que montaban sobre asnos, es simbólico: con Jesús retorna el ideal de libertad e igualdad del pueblo. Él es el jefe que va a hacer que el pueblo viva en libertad, según la justicia y el derecho.
Pero la ciudad no comprende la última oportunidad que se le está dando. Con la entrada de Jesús a Jerusalén, ha llegado el día de la “visita” de Dios a la ciudad. En el lenguaje bíblico, la “visita” es un modo de hablar del juicio y de la salvación.
Dios viene a la ciudad a pedir cuentas de su vida. Jesús se entristece, porque sabe que la ciudad no acepta el anuncio y el resultado de este rechazo será terrible: de la ciudad no quedará piedra sobre piedra.
En el centro de la ciudad está el Templo, corazón de la vida del pueblo de Dios. Jesús va derecho hacia él y observa que ha sido transformado en tienda y banco. El primer acto de Jesús es tomar posesión de la casa del Padre, purificando no sólo la religión sino la vida económica y política del pueblo. Los poderosos, amenazados en sus privilegios, planean matar a Jesús, pero no saben cómo hacerlo a causa del pueblo.
Jesús enseñaba todos los días en el Templo el camino de la justicia que libera.