-Lo primero: “Acompañar a conocerse
y conocer a Dios”
“No es pequeña lástima y confusión que, por nuestra culpa, no nos entendamos a nosotros mismos, ni sepamos quién somos”. ¿No sería gran ignorancia, hijas mías, que preguntasen a uno quién es y no se conociese, ni supiese quién fue su padre ni su madre ni de qué tierra?” (Sta Teresa, 1M 1,2). Lo primero en el acompañamiento es ayudar a conocer nuestra realidad personal y llevar a aceptarla y amarla tal cual es. Esta realidad nos lleva a buscar a Dios, pero lo hacemos en lo incierto de nuestra vida. Quien acompaña ha de saber que: “Jamás nos acabamos de conocer, si no procuramos conocer a Dios” (1M 2,9). Primero ayudar al joven a conocer su historia, aceparla y liberarla de lo que tenga por atadura. Esto es posible, en cualquier situación que el alma esté, a partir del encuentro del Señor con él-ella. Es ayudarle a descubrir la vida que lleva dentro: “qué bienes puede haber en esta alma o quién está dentro… o el gran valor de ella”. Y tener cuidado en “conservar su hermosura” (ib). Lo ideal es acompañar a que se mueva, que viva, por la belleza y valor de su vida ante Dios, y así le busque por el amor experimentado.
-Lo segundo: enseñarle a “Andar en verdad”.
Andar en verdad es el fruto de vivir el Amor verdadero, el cual no admite mentira. Para Sta Teresa andar en verdad es fruto de la “Humildad”, y ésta es generada por el conocimiento propio, porque permite conocer la grandeza y misericordia de Dios frente a una realidad y respuesta humana siempre limitada y pobre. “La humildad es el ungüento de nuestras heridas; porque, si la hay de veras, aunque tarde algún tiempo, vendrá el cirujano, que es Dios, a sanarnos” (3M 2,6). Quien es encontrado por Jesús comienza a moverse por el amor. Este amor, si es tal, es con verdad. El amor y la verdad dan por fruto la “libertad”, y todo aflora con el valor de la humildad en el comportamiento de la persona, la virtud que enamora a Dios: “y miró la humildad de su sierva” (Lc 1,48; cf 1Sam 16,7). El buen guía prepara el corazón, trabaja en llevar a la vida en la transparencia y verdad, pues sabe que es donde el Señor tiene su mirada (1Sam 16,7), y la fuente de toda verdadera espiritualidad.
-Lo tercero: acompañarle en su oración.
El guía acompaña al joven en hacerle saber que su vida es la más bella oración y preparación para Dios, una oración fundada en el trato de amistad consigo y con Dios. Estar amigos consigo mismo, con su vida, pasada y presente, y así estar amigo con Dios. En esta relación de amistad es fácil entender lo que Dios pide, para lo que Dios le llama vocacionalmente. Y el trabajo es ayudar a que las condiciones, del orante y la de Dios, se encuentren, porque para que este trato sea verdadero, dure la amistad y sea fecunda: “han de encontrarse las condiciones” (V 8,5), la de Dios y la del orante. El trabajo anterior de identificación y liberación de la persona, es fundamental, para la fecundidad vocacional y es trabajo de siempre. Es aprender a sostener la mirada en Dios, “mira que le mira” y no te dejará solo ni un instante (C 26,3; V 13,22). Mirar es entrar en la realidad y estar atentos a los desafíos que me invita a superar.
-Lo cuarto: mirar la vida desde Él.
Aunque aparezca de último es lo que ha de estar de primero en cada paso de la preparación espiritual para el joven. Es acompañarle a dejarse encontrar y enamorar por Dios, porque es en el amor donde haya sentido toda negación, renuncia o sacrificio que el Señor y la misma vida le pida para la perfección a la que está llamado. Es el amor encontrado el que nos lleva a Cristo y a prepararnos espiritualmente para la JMJ2019 (Mt 13,44-46), porque “para dejar un amor hay que encontrar un amor mayor y mejor, que es el de Cristo Resucitado” (S. Juan de la Cruz, 1Sub 14,2). En la preparación espiritual debe estar primero el guiar al joven a dejarse encontrar por Dios, que una vez encontrado es cuando, por gracia de Dios, podrá disponerse a toda aceptación, trabajo y compromiso que Dios le pida, pues nacerá del encuentro con el amor mayor y mejor que pueda encontrar en su vida. Es aquí cuando será capaz de amar lo que no amaba, de perdonar lo que no perdonaba, de descubrir la belleza de la vida, el valor de su juventud, y hacerla ofrenda en bien de los demás.