Volver a Galilea para VER-ENCONTRAR
al Señor.
Al ser encontrados por el Resucitado lo primero que nos regala es la liberación del miedo y la obtención de la paz: “no tengan miedo” (Mt 28,5.10), “paz a ustedes” (Jn 20,19.21.26). Bien sabe Él que un corazón con miedo no está en paz, y que no puede asentarse la paz si hay miedo en el corazón, y así no será posible que se abra al “encuentro con Él, ni esté dispuesto a ser llamado y enviado” (Jn 20,21). Puesto en paz hay capacidad para caminar hacia nuestra Galilea y así, con Él ver a Dios. Dejando los miedos y recibiendo la paz del Resucitado, nos da la gracia de redescubrir el sentido en todo lo que hemos vivido o vivimos, y la gracia de abrir nuestro corazón a lo que nos llame. Volver a Galilea supone el “don de ser encontrados por Jesús Resucitado” (Mt 28,9), y con ello recibir el regalo de ser enviados a “volver a comenzar la vida vocacional que nos ha dado”, la gracia de releer la vida deseosos de liberarnos de todo lo que nos impide ser felices, y que ahora llevados de la mano del Resucitado nos confirma que ya nada nos separará del amor de Dios (Rom 8,35).
Volver a Galilea también es volver a esa libertad interior con la que nos transmitíamos en la vida antes de caer en pecados, antes de equivocarnos en nuestras acciones, antes de la impureza y la morbosidad que nos impedía ser libres, antes de la vida doble o desobediente, y llenos de “deseos de cielo, deseos de santidad”, como cuando fuimos llamados a hacer la primera comunión, porque: “Galilea es el lugar de la primera llamada, donde todo comenzó. Volver allí, volver al lugar de la primera llamada” (Papa Francisco, 2014, cf. Mt 4, 18-22). Es el camino necesario para retomar la pureza de corazón y poder ver a Dios (Mt 5,8), la senda para la paz interior, la paz familiar, la paz comunitaria”, porque es “releer todo a partir del final, a partir de Jesús Resucitado, y recorrer el camino con Jesús Resucitado”. Volver a Galilea para acoger nuestra historia como historia de salvación, sin miedos (Mt 28,5), redescubriendo nuestro bautismo y creyendo en la renovación que Él ha hecho de nosotros. El mismo Resucitado pide que sea así: “vayan a Galilea: allí me verán” (Mt 28,10). Es una clave que Él mismo nos da para la realización de toda vocación: dejar que Jesús Resucitado sea el dueño de esa “Galilea de los gentiles” (Mt 4,15; Is 8,23).
Otro fruto que nos concede el Resucitado “ver la vida desde otra realidad”
Al inicio del tiempo pascual se ha encendido el fuego santo, la luz de Cristo, y la noche vence la oscuridad y se vuelve clara como el día. Cristo nos precede como antorcha y columna de fuego por el camino de la vida. Siendo nuestra vida la misma, se nos concede la gracia de verla de otra manera. El encuentro con Jesús es quien nos hace ver y vivir diferente. Él que nos ha amado, nos ha perdonado, nos ha liberado, y de esta misma manera invita y desea que releamos la historia de cada uno, “con Él y en Él”. Dios nos presta su mirada para ver su obra de amor en todo lo que nos ha dado a vivir. Por gracia se nos concede ver y creer, y Él mismo nos invita a ver más allá: “dichosos los que crean sin haber visto” (Jn 20,29). Creer es haberse encontrado con la persona de Jesucristo, y quedar afectado en su seguimiento; es caminar con la certeza de no estar solos y de trascender toda la realidad y leerla en clave de providencia; es tener la certeza de que se camina hacia una meta de luz; es tratar constantemente con Quien ha dado su vida por amor y sabernos amados en todo por Él.