La Vida Consagrada de hombres y mujeres que dejándolo todo se convierten en ofrenda viva para Dios en el bien de los prójimos, es un don de Dios a la Iglesia y a la humanidad. Damos gracias a Dios por las Órdenes e Institutos religiosos dedicados a la contemplación, a la vida apostólica y la misión, y tantas personas que se entregan a Dios con una especial consagración.
La Vida Consagrada-Religiosa es un don del Espíritu para la utilidad del pueblo de Dios. ¿Por qué consagrarse a Cristo? Porque existe la convicción de que Dios tiene derecho a reservarse para sí personas dedicadas de manera especial al servicio de su Reino, lugares dedicados al culto de lo divino, tiempos sagrados para el bien de las almas. Consagrarse a Cristo es algo propio de todo cristiano y dentro de ellos los religiosos y religiosas lo hacen de una forma especial a través de un modo de vida propio sirviendo en un carisma particular dado por Dios para su seguimiento.
El seguimiento a Cristo, la vocación, es la esencia de toda consagración, es Dios quien llama, quien seduce y convoca a algunos hombres y mujeres a seguir a Cristo en una forma singular (Jer 20,7-9). En esta respuesta y seguimiento la referencia a Cristo es el contenido nuclear de la toda Vida Consagrada. Es así como surgen hombres y mujeres de Dios, fundadores y fundadoras que siguiendo una inspiración del Espíritu Santo fundan, ponen en marcha congregaciones que quieren ser presencia de Dios en el mundo: San Agustín, San Francisco de Asís y Santa Clara, San Francisco de Sales, Santa Teresa y San Juan de la Cruz, San Ignacio, Santo Domingo, San Juan Bosco, y muchos más que hacen de la variedad y riqueza de carismas, la multitud de formas históricas de Vida Consagrada que proporcionan a la comunidad de la Iglesia una respuesta generosa a la tarea encomendada por el Señor de anunciar el Evangelio a toda la creación.
La Iglesia y comunidad de Panamá también gozan de la presencia de congregaciones, órdenes e institutos que con su ser y quehacer dan fe que no son un apéndice o un añadido en la vida de la Iglesia, sino que son parte esencial e integrante en la vida de la iglesia diocesana. Los carismas de la Vida Consagrada, sus diferentes espiritualidades propias de su carisma, contribuyen de forma significativa a la construcción de la iglesia diocesana en su misión caritativa, pastoral y espiritual. La experiencia propia de cada Instituto mediante la vivencia de los consejos evangélicos, son experiencias del Espíritu que se transmiten a todos los creyentes.
La vida del consagrado es una llamada al amor por el amor en sí mismo, tanto en la vida contemplativa como en la activa y misionera movida por el amor de Dios; es un acto continuo de bendición y de adoración, ya que manifiesta en su opción la supremacía de Dios en su vida, la total validez de su Amor en todo lo que le mueve en bien del mundo, por eso son “en el corazón de la Iglesia, el amor” (Santa Teresita) que se debe irradiar en el mundo, son esa fe que debe manifestarse en el trato de cada acontecimiento en esta vida, son esa esperanza que no decae por nada y que el mundo necesita aprender a leer y acoger.
Los consagrados son almas que Dios ha enamorado y se han dejado enamorar por Él, que les ha seducido y a quien han consagrado su vida. Con su vida los consagrados quieren dejar claro ante todos los hombres que Dios es tan grande, tan inmenso, que vale la pena entregarle la vida que ÉL nos regaló primero para que se consuma, sin ningún otro provecho, en su honor, en total abandono por puro amor y deseos de enseñar a conocer y amar el Amor, sin buscar más motivos: es DIOS y eso basta. Contemplativos (as) y activos (as) todos en uno, María y Marta a los pies de Jesús, al servicio de Jesús, en el bien de su Iglesia y su causa santificadora. La persona consagrada vive en diálogo permanente con Jesús su Esposo y su deseo es ser “una irradiación de vida del Cristo” (Santa Isabel de la Trinidad).