Espiritualidad misionera

Espiritualidad misionera

Estamos a punto de terminar este mes de octubre de 2019, declarado por Francisco “Mes misionero extraordinario” con el lema Bautizados y enviados. Dentro de él, celebramos el pasado domingo la jornada del DOMUND o Domingo mundial de las Misiones, para orar por los misioneros, ayudarles con nuestro aporte económico y, sobre todo, tomar conciencia de que la Iglesia es misionera, existe para evangelizar, y todos los bautizados están llamados a participar activamente en la misión evangelizadora, cada uno según su vocación específica.

Bautizados y enviados expresa el mismo compromiso al que llama el Documento de Aparecida a todos los católicos de América Latina: ser discípulos misioneros (ver números 144-146):

“Jesucristo el Señor, “al llamar a los suyos para que lo sigan, les da un encargo muy preciso: anunciar el evangelio del Reino a todas las naciones (cf. Mt 28, 19; Lc 24, 46- 48). Por esto, todo discípulo es misionero, pues Jesús lo hace partícipe de su misión, al mismo tiempo que lo vincula a Él como amigo y hermano. De esta manera, como Él es testigo del misterio del Padre, así los discípulos son testigos de la muerte y resurrección del Señor hasta que Él vuelva.

Cumplir este encargo no es una tarea opcional, sino parte integrante de la identidad cristiana, porque es la extensión testimonial de la vocación misma”.

“Cuando crece la conciencia de pertenencia a Cristo, en razón de la gratitud y alegría que produce, crece también el ímpetu de comunicar a todos el don de ese encuentro. La misión no se limita a un programa o proyecto, sino que es compartir la experiencia del acontecimiento del encuentro con Cristo, testimoniarlo y anunciarlo de persona a persona, de comunidad a comunidad, y de la Iglesia a todos los confines del mundo (cf. Hch 1, 8)”.

“Benedicto XVI nos recuerda que: El discípulo, fundamentado así en la roca de la Palabra de Dios, se siente impulsado a llevar la Buena Nueva de la salvación a sus hermanos. Discipulado y misión son como las dos caras de una misma medalla: cuando el discípulo está enamorado de Cristo, no puede dejar de anunciar al mundo que sólo Él nos salva (cf. Hch 4, 12). En efecto, el discípulo sabe que sin Cristo no hay luz, no hay esperanza, no hay amor, no hay futuro.

Esta es la tarea esencial de la evangelización, que incluye la opción preferencial por los pobres, la promoción humana integral y la auténtica liberación cristiana”. La espiritualidad cristiana auténtica es siempre una espiritualidad misionera. La fe, vivida como encuentro personal con Jesucristo y alimentada con la Palabra y la oración, es la primera actitud de esa espiritualidad. Que no puede ser nunca una espiritualidad individualista o egocentrista: se vive en la Iglesia y privilegia la experiencia comunitaria en todos los niveles. Y exige dos elementos importantes: la formación y el testimonio.

La Iglesia es comunión para la misión. La espiritualidad misionera es cristocéntrica y eclesial. Y se enriquece con la necesaria y adecuada formación, no sólo religiosa sino también humana y atenta a los signos de los tiempos. Esa espiritualidad se realiza en el compromiso misionero, que implica:

– La conciencia de ser corresponsable en

la misión evangelizadora de la Iglesia

– La pertenencia activa a una Iglesia en

salida, no encerrada en sí misma y siempre

atenta y abierta a los alejados

– La actitud de conversión pastoral, pasando

de una pastoral de simple conservación

a una pastoral misionera

– El testimonio de vida como primera y

mejor forma de evangelizar

– La búsqueda de la propia vocación (religiosa

o laical) y, de acuerdo con ella, la presencia evangelizadora en el ámbito religioso (comunidad, catequesis, liturgia, pastoral social) y en medio de las realidades temporales (familia, trabajo, medios de comunicación social, economía, política, cultura…).

Es muy significativo que la Iglesia católica tenga como Patronos de las misiones a dos grandes santos, de muy distinto perfil:

San Francisco Javier, misionero entregado que recorrió medio mundo evangelizando y bautizando, y Santa Teresita del Niño Jesús, monja de clausura que nunca salió de su convento pero que ofreció por la Iglesia y las misiones su vida de oración y penitencia. “Sueño con una opción misionera capaz de transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se convierta en un cauce adecuado para la evangelización del mundo actual más que para la autopreservación. La reforma de estructuras que exige la conversión pastoral sólo puede entenderse en este sentido: procurar

que todas ellas se vuelvan más misioneras, que la pastoral ordinaria en todas sus instancias sea más expansiva y abierta, que coloque a los agentes pastorales en constante actitud de salida y favorezca así la respuesta positiva de todos aquellos a quienes Jesús convoca a su amistad” (La alegría del Evangelio, 27). Un sueño que debemos compartir, y no puede terminar con el mes de octubre.