Antes de leer y meditar el contenido de la llamada invito a que cada uno en su estado de vida se pregunte: ¿Estaré siendo llamado por Dios para la opción que estoy asumiendo, para la vida que estoy llevando?
¿Quiénes son los llamados por Dios? Algunos pasajes de la Escritura nos ayudarán a entrar en el discernimiento de la espiritualidad de la llamada, de la vocación al servicio del reino de Dios. Pablo dijo a los hermanos en Tesalónica: “Fiel es el que los llama… (Dios)” (1Tes. 5,24). Luego advierte a los Gálatas que se estaban distanciando del evangelio que él les había transmitido: “Estoy maravillado de que tan pronto se hayan alejado del que los llamó por la gracia de Cristo, para seguir un evangelio diferente”… (1,6). Y un texto que ilumina y llama a la humildad para la acogida a la llamada de Dios es el de 1Cor 1,26ss: “Pues miren, hermanos su vocación, que no son ustedes muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles”. Aquí podemos discernir por qué a veces nos cuesta tanto creer que Dios nos llama, creer que se ha fijado en ti, creer que puedes ser capaz de dejarlo todo y a todos, de asumir un proyecto que supera toda capacidad humana, y supone recibir una dignidad tan grande, tan hermosa y valiosa. Nuestra condición humana nos lleva a ver la llamada y atenderla desde nuestra historia de vida, desde nuestras capacidades o incapacidades, desde las afectividades y necesidades terrenas, e incluso desde nuestras heridas y errores del pasado. Todo necesita atención y tiene su lugar en el proceso vocacional, pero no hemos de dejar que nos acapare toda la atención. Es la presencia y llamada de Dios la que hará que cada cosa y acontecimiento se trate en el momento que Él lo disponga y de la manera que lo disponga. Es Dios el que se ha fijado en ti y te llama, déjalo hacer en ti lo que Él sabe y quiere de ti. Piensa, en el mundo, ahí como tú andabas, como tú estabas, “todos buscan a Dios, y hoy Dios te buscó a ti”. Créetelo y renueva tu respuesta vocacional.
Cristo mismo nos dice cómo
atender la vocación.
Él mismo habló de su llamamiento cristiano, y podemos estar familiarizados con su declaración: “Porque muchos son llamados, y pocos escogidos” (Mt 22,14; 20,16). Y más adelante para nuestro sosiego y confianza clarifica: “No me eligieron ustedes a mí, sino que yo los elegí a ustedes”;… “yo los elegí del mundo, por eso el mundo los aborrece” (Jn 15,16.19). Si guardamos silencio al leer estos textos y dejamos que Dios nos dé el don de la contemplación interior de su contenido, nos hacen ver como personas escogidas, amadas, pues explican que Dios está llamando a pocas personas, de hecho muy pocas en comparación con la abundancia de la población del reino de Dios, de la mies (Lc 10,2; Mt 9,35-38), y nos hará sentir su gracia para salir del mundo y decidirnos a dejarlo todo “por su causa”. Aquellos que responden a Su llamado son entonces los “escogidos”, que se disponen al seguimiento, asumiendo las exigencias que esto supone de desprendimiento, de desarraigo, de olvido de sí para asumir el oficio que en el proyecto de Dios se le está confiando y llamando a trabajar.
Definición de un verdadero llamamiento
En el evangelio de Juan, Jesús dijo, “Ninguno puede venir a mí, si no lo trae el Padre, que me ha enviado”,… “Por eso les he dicho que ninguno puede venir a mí, si el Padre no se lo concede” (Jn.6, 44.65). Desde ese momento se dio que “muchos de sus discípulos volvieron atrás, y ya no andaban con él” (v.66). Esto es porque muchos de los que escucharon a Cristo simplemente no podían entender que Dios tiene que “traer” a las personas y que un llamamiento es algo que es “dado” a ellos, que es un DON, del cual hemos visto somos todos indignos de recibirlo, pues “es Él” quien así lo quiere, quien así lo dispone, quien sabe el programa de vida que ha trazado para cada uno. No es por tu capacidad, no es por tus obras, no es por tu perfección, sino “porque Él así lo quiere” y en discernimiento y diálogo con el Padre “llamó a los que Él quiso”. Piensa aquí: “todo vocacionado manifiesta el querer de Dios para el bien de muchos”, y tu respuesta acoge este “querer de Dios”, no el tuyo.