La mirada es un mapa del alma, una ventana al corazón de cada persona. Hay miradas tiernas que acogen. Hay miradas también duras que alejan y que separan. Miradas limpias que dan y miradas que roban.
Mirar a Jesús en la oración es descansar los ojos del corazón en los suyos y entrar así en su corazón humano. Es contemplar el paisaje de su amor cada día distinto, nuevo, lleno de color y belleza.
¿Qué ojos podemos ver en la oración? Ojos que se agachan para escribir mi nombre en el polvo y levantarme con su mirada y así ser restaurado con su mirada. (Jn 8, 10: ¿mujer quién te condena?)
Ojos que lloran la pérdida de su amigo, lágrimas que escriben ríos de amistad en cada uno de nuestros corazones. (Jn 11, 35: resurrección de Lázaro)
Ojos que desde lo alto de la cruz reflejan el cielo y gritan con amor: “en verdad te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lc. 23, 43: buen ladrón)
Ojos que sueñan proyectos de amor, que penetran corazones y resucitan vidas muertas por el pecado. Miradas que mezcladas con palabras atraen la voluntad como un imán y crean discípulos (Mt 9, 9: “viéndolo le dijo sígueme…”, vocación de Mateo)
Ojos que abrazan, que sonríen, ojos que simplemente son ventanas a un corazón de niño que con sencillez y gozo pide que los niños se acerquen a Él porque de ellos y de su sencillez es el Reino de los cielos (Lc 18, 16)
Ojos que buscan la oveja perdida, la persigue con la mirada para que no se pierda. Pastor que guía su rebaño con sus ojos de bondad y compasión (Jn 10)
Ojos que presentan su cuerpo y su sangre al Padre anticipadamente. Ojos que se ven reflejados en el sacrificio y que gimen y lloran porque no todos lo comerán, no todos lo beberán. Ojos que se ofrecen en memoria; ojos que recuerdan y son recordados; ojos que se entregan, mirada que se funde con la nuestra en la Eucaristía. (Lc 22, 19-20)
Ojos que fueron mirados por María y ojos que miraron a María. Ver sus ojos es ver reflejada a la Madre y ver los ojos de María es encontrarse con los de Jesús (Jn 19, 25-27).