Eduardo Soto P. / Fotos: Omar Montenegro
El templo colonial de Nuestra Señora de La Merced, en el Casco Antiguo capitalino, estaba al máximo del 25% permitido. Algo normal para la fiesta de la patrona de los cautivos. No fue hasta el final de la eucaristía solemne dedicada a la Virgen, cuando los periodistas se enteraron que la mayoría de los presentes no eran devotos comunes y corrientes: eran ex privados y privadas de libertad que estaban ahí para agradecer a Dios por su nueva vida.
Cuando les llamaron al frente, avanzaron en silencio hasta llegar al altar mayor para recibir su escapulario blanco. A partir de ese momento, se constituyeron en soldados de Cristo, bajo la protección de la Patrona de los cautivos.

“Recuperé la fe”
Uno de ellos alzó la voz para contar su historia. No importan ni su nombre ni su delito. Importa que su cadena fue rota por el Amor de Dios, y el respondió aceptando el llamado que se le hizo para ser discípulo y misionero.
“Cuando era pequeño siempre quise hacer mi Primera Comunión y ser miembro de la Iglesia Católica”, dijo. Pero no fue hasta cuando fue condenado por un error cometido, y cayó en prisión, que le sobrevino el don.
“Estando en el centro penitenciario de la Nueva Joya, por un error que cometí, tuve la oportunidad de realizar mi sacramento en una misa presidida por nuestro Arzobispo, Monseñor José Domingo Ulloa”, narra el joven rehabilitado.
Y agrega con determinación: “El haberme acercado a la Iglesia me llenó de esa fe que, después de haber sido condenado, había perdido y que me tenía en resignación al encierro, sin esperanzas de luchar por mí”.
Su testimonio cobra dramatismo y altura cuando dice: “Resulta que allá dentro ¡también hay una vida que hacer y llenar de trofeos! Méritos que alcanzar para acercarse a la salida”.
Pero su intervención no se limitó a anunciar. También cumplió su deber como profeta y denunció la situación que viven hoy día los privados de libertad.
“Cuando llegamos a los centros penitenciarios vamos llenos de carencias que deben ser corregidas. Pero nos damos cuenta que hay carencias para con nosotros también: los privados de libertad no somos bestias sin sentimientos, solo por haber cometido errores”, dijo.
El joven añadió: “El cometer errores es lo que nos hace humanos. Ante todo, somos hijos de Dios (…) esta mañana quiero pedir que se atiendan esas necesidades allá dentro (cárceles) como son: salud, educación, recreación, atención psicológica y psiquiátrica, ya que hay muchas personas a quienes las cuatro paredes han dañado sus capacidades”.
El proyecto
No fue planeado del todo el que estas personas estuvieran ahí, y se consagraran de manera formal a la Virgen de La Merced.
Fue producto de “la situación que estamos viviendo”, señaló el fraile mercedario Francisco Palomares, Secretario Ejecutivo de la Pastoral Penitenciaria.
“Como aun no tenemos el acceso a las cárceles para celebrar con los reclusos este día de su Patrona, nos preguntamos por qué no pensar en los que ya salieron, ya que es importante hacer las obras hasta el final”, señaló el sacerdote, quien explicó que estas personas siguen en contacto, y que es bueno que ellos se acuerden de aquella que les dio consuelo.
El padre Palomares explicó que ahora que «viven una vida normal en sus comunidades deben insertarse en su parroquia para trabajar», porque la idea «no es generar un gueto o programa especial para personas que han estado presas, sino que se sumen a la vida pastoral de sus comunidades».
El Sistema
La viceministra de gobierno, licenciada Juana López, indicó que el trabajo en lo espiritual y la educación son claves para la resocialización de las personas privadas de libertad.
«Tenemos una estadística de la Universidad de Panamá –entidad que brinda estudios superiores en algunos centros penitenciarios– que demuestra que aquellas personas privadas de libertad que han recibido educación no han vuelto a delinquir», señaló la funcionaria.
Y agregó: «Esto significa que la educación es el arma fundamental que tenemos los seres humanos para cambiar el mundo y cambiar en lo íntimo».
La viceministra indicó, además, que lo espiritual es fundamental. «Sin ese aspecto no podemos llegar a ningún lado. Por eso admiro muchísimo el trabajo que hace la Iglesia Católica en los centros penitenciarios».
Esto que ocurrió con los ex privados de libertad, quienes se consagraron a la Virgen de la Merced, «es un evento sin precedente y demuestra el gran papel De la Iglesia en estos procesos», subrayó la viceministra López.
El escapulario, más que una prenda es un signo de devoción y entrega a la Santísima Virgen María

E.SotoP.
El escapulario literalmente es una prenda que se lleva sobre los hombros colgando por delante y por detrás. En la historia de su uso, se han llamado jugum Cristi (yugo de Cristo) o scutum (escudo).
Cuando surgieron las órdenes religiosas, a finales de la Edad Antigua y principios de la Edad Media, se fundaron la “primera orden”, para varones; la “segunda orden”, para mujeres, y la “tercera orden”, para laicos de ambos sexos, que anhelaban pertenecer a la orden religiosa, pero querían hacerlo desde su propio estado de vida.
Estos fieles no podían usar el hábito completo de la orden, pero se les concedía usar un “mini hábito”, es decir, el escapulario o hábito reducido a su mínima expresión.
Los escapularios, aprobados e indulgenciados por la Iglesia, pretenden recordar a quienes los llevan, los deberes e ideales de la orden correspondiente.
El escapulario de Nuestra Señora de la Merced es de color blanco, pero el entragado tiene en la parte frontal una imagen de Santa María la Antigua (Patrona de Panamá) y detrás el escudo de la Orden Mercedaria, que llegó aquí por primera vez en 1522.