“Feliz el que promueve la paz”.

“Feliz el que promueve la paz”.

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Desde la capilla de su residencia, el Arzobispo, José Domingo Ulloa Mendieta, ofició la misa hoy lunes X semana del Tiempo Ordinario, cuya liturgia del evangelio de Mateo propone el sermón de la montaña, cuyo pórtico de entrada son las bienaventuranzas.

Se ha dicho a menudo que las bienaventuranzas son el evangelio, dentro del evangelio, y como dijo Monseñor Ulloa al inicio de su homilía, no deja de ser un poco extraño por diversas razones: “porque aluden a grupos humanos marginados, oprimidos, perseguidos, maltratados o, simplemente carentes de esperanza; y, en particular, porque los presenta como modelos de discipulado. 

“Esas afirmaciones podían desatar también un frío silencio de incomodidad porque no es fácil entender estas propuestas, pero Jesús mantiene su invitación a encarnar estas virtudes en el presente”, comentó. 

El Arzobispo expresó que podemos analizar lo que creemos nosotros que nos hace dichoso y lo que Jesús nos presenta para ser dichoso. “Hermanos necesitamos demasiadas cosas y nunca tenemos bastante, porque en realidad, no tenemos a Dios”, indicó. 

Asimismo, señaló que cuando nos lancemos, de verdad, a la conquista de Dios, cuando deseemos más a Dios que a las cosas que Dios nos puede dar, entonces, en lugar de necesitar muchas cosas, sentiremos que nos sobra todo lo que no es él.

Monseñor Ulloa recordó: “Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra. Bien¬aventurados los que lloran, porque ellos serán consolados…”

Afirmó que, por eso, el Evangelio promete alegría. “Bienaventurado y feliz es el corazón puro, que no es movido por las maldades del mundo, es un corazón que no se deja llevar por el sentido hedonista ni por las visiones distorsionadas de personas y de la realidad humana.

Añadió que es feliz aquel que promueve la paz, no aquel que promueve la discordia, las guerras, las peleas ni las competiciones y agresiones. “Siéntate feliz cuando todo tipo de cosa, incluso malas, nos puedan ocurrir, y alegrémonos y regocijemos, porque nuestro nombre está en el Cielo, porque vivimos las bienaventuranzas o el sentido de la eternidad”, acotó.

A continuación, el texto completo de la Homilía de Monseñor Ulloa desde la capilla de su casa.

 

Homilía Lunes X semana del Tiempo Ordinario

Mons. José Domingo Ulloa Mendieta

 

Hoy te invito a que leamos las bienaventuranzas al revés.

A partir de hoy, la liturgia comienza a proponernos la lectura diaria del evangelio de Mateo. La inicia con el sermón de la montaña, cuyo pórtico de entrada son las bienaventuranzas: un plato dulce para unos y ácido para otros. 

Mateo ha querido presentar esta enseñanza de Jesús (dicha muy probablemente en diferentes ocasiones y lugares) en una gran catequesis, para que ésta sea como lo fue para los judíos «la ley» que rija la vida. Por ello nos presenta a Jesús, que como Moisés, sube al «monte» y desde ahí instruye al pueblo.

Se ha dicho a menudo que las bienaventuranzas son el evangelio, dentro del evangelio. Lo cual no deja de ser un poco extraño por diversas razones. Porque aluden a grupos humanos marginados, oprimidos, perseguidos, maltratados o, simplemente carentes de esperanza. Y, en particular, porque los presenta como modelos de discipulado. 

Los amigos de Jesús deben aspirar a ser así. Porque Jesús es también así.

¿Qué efectos pudo producir una declaración como ésta a los oyentes? Más aún, ¿qué reacción desencadena en mí, al oírla de nuevo, imaginando que fuera la primera vez que la escucho?

¿Sorpresa? ¿Perplejidad? ¿Incomodidad? 

Esas afirmaciones podían desatar también un frío silencio de incomodidad. Porque los colectivos que Jesús señala como dichosos hoy siguen siendo recusados: los pobres son considerados como vagos, maleantes, sospechosos, indeseables; ni siquiera la expresión “pobres de espíritu” se salva, porque no nos aclaramos sobre lo que Jesús intentaba proponer con esa fórmula; la mansedumbre  no es nada popular porque hoy lo que fascina es ser agresivos; e incluso una persona misericordiosa, si no humilla con su compasión, es injusta, porque ya se sabe: “el que la hace, la debe pagar”; trabajar por la paz es tarea de ilusos porque ¿de verdad que es posible crear la paz en una familia rota, en un lugar de trabajo o en un país dividido en partidos e ideologías…? Y alegrarse por meterse en persecuciones y complicaciones es de necios o de insensatos.

No es fácil entender estas propuestas. No lo es. Ni siquiera suponiendo una compensación futura para sus seguidores. Pero, Jesús mantiene su invitación a encarnar estas virtudes en el presente. 

Al hacerlo nos convertimos en las personas que él pretende que seamos, participamos en su reino y nos hacemos sus discípulos. Y así somos dichosos. Pero, no explica cómo sucederá eso. Solo pide confianza y probar. Lo que si nos asegura es que la felicidad que encontramos en el mundo es pasajera, la que nos ofrece Jesús y el evangelio es total y duradera, diríamos, definitiva.

Hoy podemos analizar lo que creemos nosotros que nos hace dichoso y lo que Jesús nos presenta para ser dichoso: 

Hoy día necesitamos para ser dichos- feliz: tener cerca un teléfono celular, necesitamos llevar siempre con nosotros una botella de agua. Necesitamos hacer deporte todos los días. Necesitamos dinero para nuestros gastos. Necesitamos el aprecio de quienes nos rodean, necesitan perder peso…

Hermanos necesitamos demasiadas cosas y nunca tenemos bastante, porque en realidad, no tenemos a Dios. 

A Dios le rezamos, pero no es él nuestro tesoro. En realidad, le rezamos porque necesitamos cosas y le pedimos que nunca nos falten. 

Cuando nos lancemos, de verdad, a la conquista de Dios, cuando deseemos más a Dios que a las cosas que Dios nos puede dar. Entonces, en lugar de necesitar muchas cosas, sentiremos que nos sobra todo lo que no es él.

Bienaventurado los pobres en el Espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.

Me alegré mucho cuando, en la nueva edición de los textos litúrgicos, eliminaron la palabra «dichosos» del texto de las Bienaventuranzas, y la cambiaron por la traducción más lógica y conocida: «Bienaventurados». 

En primer lugar, porque «dichosos» tiene, también, un sentido peyorativo («¡Dichosa máquina, siempre se atasca!»). Y, sobre todo, porque «bienaventurados» suena muy bien. Da la impresión de una aventura con final feliz.

Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. 

Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra.

Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados…

La vida de fe trata, exactamente de eso: de una aventura con final feliz. Hay que ser aventurero para ser santo.  ¡Bienaventurados, entonces, los aventureros! 

Por eso quizás hemos leído las bienaventuranzas al revés. Porque tal como las leemos, pensamos que el reino de los cielos es una recompensa para los pobres.

Pero la realidad es que, cuando un alma descubre el reino de Dios y se lanza a su conquista, todo le sobra y por eso se desprende de todo y se empobrece para enriquecerse con Dios. Ya no necesita nada. Sólo desea el cielo.

Por eso, el Evangelio promete alegría; anuncia alegría; construye alegría. Su modo de alcanzar esta alegría puede parecernos extraño, pero ello no nos autoriza a desconfiar de la novedad que implica. 

Hermanos nosotros escogemos al Señor porque estamos convencidos de que su presencia nos da la respuesta definitiva para la vida actual, no sólo para el período que vendrá tras la muerte, que también, pero la alegría empieza ahora. 

Por eso el Señor nos ha regalado las Bienaventuranzas, porque cada una de ellas es Cristo aquí, conmigo. 

La felicidad es estar en el Reino de los Cielos. No es quien tiene el oro o la plata, no es quien tiene toda inteligencia y capacidad, no es quien manda o gana discusiones, no es quien se sobresale sobre los demás, no es quien ejerce la tiranía en el mundo, no es quien vive de los títulos, valores y placeres de este mundo.

Jesús nos está enseñando que los valores del Reino son los demás, diferente de muchos valores que aprendemos. 

El primer de ellos es la pobreza: “Felices los pobres”, la pobreza del desprendimiento, de quien no se apega y no se caracteriza por los bienes que tiene, pero si por la espiritualidad y por los valores eternos.

Bienaventurado y feliz es el corazón puro, que no es movido por las maldades del mundo.

¡Otro valor sublime es de quien sabe vivir la aflicción, y son muchas las aficiones de la vida! Creemos que vivir la aflicción es condenación o castigo de Dios, pero es el contrario. Quien vive la aflicción en Dios es consolado por Él; quien vive la aflicción y pone en Dios su corazón, sabe que es el propio Dios que cuida de la aflicción del corazón humano.

El corazón manso es aquel que escucha, es aquel que busca la profundidad de las cosas y no la superficialidad de las agresiones humanas. 

Es más bienaventurado aquel que tiene sed y hambre de justicia, que reconoce que vive en un mundo injusto, cruel y inhumano, y a pesar de ello no es promotor de las injusticias, por el contrario, tiene sed y hambre de ser justo, de promover la justicia y hacerla cumplir.

Feliz es aquel que tiene el corazón tomado por la misericordia, jamás por el rencor, por la discordia, por el resentimiento y por la tristeza. 

El corazón misericordioso es aquel que baja a la profundidad del alma humana no para condenar y juzgar, sino para coger, amar, y por encima de todo, cuidar.

Bienaventurado y feliz es el corazón puro, que no es movido por las maldades del mundo, es un corazón que no se deja llevar por el sentido hedonista ni por las visiones distorsionadas de personas y de la realidad humana, pero sabe ser puro como Dios es puro, y por eso encuentra en las personas y no en la maldad del propio corazón.

Feliz es aquel que promueve la paz, no aquel que promueve la discordia, las guerras, las peleas ni las competiciones y agresiones, pero aquel que, en todo, no busca tener razón, pero la única razón de ser es promover y hacer ocurrir, por eso van ser también perseguidos por causa de la justicia.

Siéntate feliz cuando todo tipo de cosa, incluso malas, nos puedan ocurrir. Alegrémonos y regocijemos, porque nuestro nombre está en el Cielo, porque vivimos las bienaventuranzas o el sentido de la eternidad.

 PANAMÁ, acatemos las normas que nuestras autoridades han implementado. Por ti, por los tuyos, por Panamá -Quédate en casa.

 

† JOSÉ DOMINGO ULLOA MENDIETA, O.S.A.

ARZOBISPO METROPOLITANO DE PANAMÁ