Esos muchachos, acostumbrados a que los seres divinos bajen a la tierra y se relacionen con los mortales (tal como le pasó al indio San Juan Diego con la «Virgen Morena del Tepeyac»); ellos, inmersos en una sociedad asidua a las peregrinaciones y a adorar a la Señora de Guadalupe, recibieron la Cruz y el Icono de la Virgen como lo que son: un regalo del cielo.
Fueron llegando a cuentagotas por los cuatro costados de la Calzada de Guadalupe, una extensa avenida que une el centro histórico de la ciudad de México con la Basílica y sus alrededores.
Desde que pusieron pies en el camellón central de la calzada se sabía cuál era el plan: sacudir la tarde con gritos, consignas de fe, juegos, selfies y cantos de alabanza.
Cada muchacho –y sobre todo muchachas– con celular en mano y pose de reportería profesional, pusieron manos a la obra y colgaron sus reportes periodísticos personales del histórico evento en su página de Facebook y en su cuenta de Instagram.
El transeúnte o ciclista que abunda en el área pudo escuchar frases como «estamos emocionados», o esta otra: «llegaron desde Panamá, donde el Papa se reunirá con nosotros en el 2019»; o mejor esta: «ya falta poco para que estén con nosotros, la alegría es enorme».
Se estaban refiriendo a la Cruz que Juan Pablo II le regaló a la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) en 1984, que es acompañada siempre del Icono de la Virgen (que se dice fue pintado por el propio San Lucas, y ha estado entre los cristianos desde el siglo IV). Están en México, procedentes de Panamá, y la Dimensión Episcopal de Pastoral Juvenil de la Conferencia Episcopal montó una fiesta a toda regla para la llegada.
Y siendo un poco más de las 2:30 de la tarde, llegaron.
La algarabía fue absoluta: Aplausos, cantos, vivas, loas, brincos… Era porque de una furgoneta blanca venían sacando la Cruz y el Icono. Primero bajaron unos 15 mozalbetes vestidos con sotanas negras, faja eclesiástica azul y cuello clerical: eran los muchachos del seminario Nuestra Señora de Ocótoplan, de Tlaxcala. Tenían que ser marianos.
Y entonces empezó la peregrinación. Por más de 40 minutos se avanzó por la calzada sin parar de cantar ni reír. La tarde fue abanicada por bandeloras de colores, casi todas con el logo de la JMJ Panamá 2019, correspondientes a parroquias, diócesis y movimientos juveniles de varias partes de México.
A los seminaristas de Tlaxcala les sucedieron en la impactante misión de cargar los Signos de la JMJ unos niños pecosos de Toluca, y luego unas entusiastas y coquetas muchachas de la provincia de Bajío, específicamente de la diócesis de Irapuato, y más tarde las estudiantes que quieren ser «Enfermeras de Guadalupe».
Así se fueron turnando parroquias y provincias hasta llegar al final de la calzada, donde un grupo de sacerdotes acometieron la labor de llevarla hasta la explanada en las afueras de la Basílica, donde un grupo de jóvenes ataviados con trajes típicos mexicanos tomaron los Signos y los introdujeron en el santo lugar.
Las voces se apagaron, el incienso llenó todo. Los Signos llegaron a su destino, y desde el fondo del altar, la Virgen María parecía sonreír desde el ayate.