Cantautora, maestra, misionera y mujer de profunda fe, Gladys de La Lastra dedicó su vida a servir a Panamá y a Dios. Su voz exaltó la identidad nacional, su música evangelizó corazones y su testimonio sigue inspirando a generaciones.
Karla Díaz
Gladys de La Lastra fue una de esas mujeres que no solo cantaron a Panamá, sino que la hicieron sentir. Desde niña mostró un talento innato para la música y una sensibilidad especial para expresar, a través de su arte, el amor a su tierra y a su fe.
Su pasión por enseñar la llevó a impartir clases en la Escuela Estado de Israel, en San Miguelito, y más tarde en la Escuela Juan B. Sosa, en Panamá Viejo. Además, complementó su formación con estudios de enfermería, demostrando siempre una profunda vocación de servicio.
A los 17 años comenzó a componer sus primeras canciones, muchas de ellas impregnadas de un ferviente sentimiento nacionalista. En 1959 escribió la tamborera “Panamá Soberana”, considerada por muchos como un segundo himno nacional, que le valió el Premio Anayansi de PISA en 1961. Ese mismo año compuso “La Princesa del Zaratí”, con ritmo de bolero, en homenaje al Centenario de Coclé, obteniendo el Sello de Oro del Centenario.
La figura de Gladys de la Lastra sigue viva en las voces que interpretan sus tamboreras, en las generaciones que aprenden su música y en los corazones de quienes la conocieron.
En 1981 triunfó internacionalmente al obtener el primer lugar en el Festival de la Canción Turística del Mediterráneo y América Latina, celebrado en Estoril, Portugal, con su tamborera “Tengo, tengo”, que hoy tocan muchas bandas estudiantiles en los desfiles patrios.
Su brillante trayectoria artística la hizo merecedora del reconocimiento como Mujer Intelectual del Año 1996, otorgado por el Círculo de Mujeres Intelectuales de Panamá. En 2003 compuso su última obra, “Panamá chiquita”, dedicada al centenario de la República, con la misma emoción con la que toda su vida exaltó la patria, la campiña interiorana y la identidad panameña.
En 2005 fue condecorada con la Orden Vasco Núñez de Balboa, uno de los más altos honores de la nación. Tras su fallecimiento, el Concejo Municipal de Penonomé declaró el 27 de septiembre como el Día de la Tamborera Penonomeña, en su memoria.
Su mayor galardón: servir a la Iglesia
Pero más allá de los escenarios y los premios, Gladys de La Lastra encontró en la Iglesia católica un espacio para evangelizar a través de la música. Su guitarra fue también su ministerio, y su voz, una oración.
Así lo relató Carmen Cecilia Carrasco, quien fue la intérprete de Gladys por más de dos décadas: “Conocí a Gladys a finales de 1981, cuando formaba parte del coro de la Iglesia de Piedra. Ella nos hizo llegar la canción “Cristo Peregrino”. Cuando la interpretamos, fue amor a primera vista; se sintió feliz, conmovida”.
En abril de 1982, durante el Congreso Eucarístico Nacional, Gladys compuso la tamborera “Jesús, Pan de Vida”, interpretada también por el coro de Río Abajo, en la voz de Carmen Cecilia. “Estas dos canciones tuvieron tanta acogida, que decidimos grabarlas. Desde entonces, Gladys confió en nosotros para interpretar su música. Cada vez que componía algo nuevo, me hacía llegar una copia para adaptarla al coro. Nuestra relación fue tan cercana, que canté sus canciones por dos décadas”, recuerda emocionada.
Carmen Cecilia asegura que Gladys de La Lastra apoyó a la Iglesia panameña con sus versos, su música y su fe, siempre trabajando para transmitir el mensaje del Evangelio a través del canto.
Una amistad nacida en la fe
Luzmila Martín, quien compartió con Gladys en los comités de animación litúrgica de las citas eucarísticas, la recuerda como una mujer sencilla, patriótica y profundamente creyente.
“Era apasionada y temperamental, pero con un corazón inmenso. Antes de escribir una tamborera religiosa, revisaba la Biblia para asegurarse de que el mensaje fuera fiel al Evangelio; decía que era una teóloga popular”, comparte Luzmila con ternura.
Aunque nació en la ciudad de Panamá, Gladys creció en Penonomé, donde fue educada por su tía y su tío, ambos maestros. Por ello, la comunidad penonomeña la considera una hija adoptiva.
“Ella sembró su amor por el pueblo en el corazón de todos los penonomeños. Cuando falleció, logramos cumplir su deseo de que sus restos reposaran allá”, relata emocionada Luzmila.
Sobre su legado, destaca que su música es su mayor herencia: en cada composición se refleja el alma panameña, el amor a Dios y a la patria. Aunque durante años su obra fue poco reconocida, hoy se le hace justicia, porque su humildad y sus valores son ejemplo para las nuevas generaciones.

Una maestra que marcó su vida
Alberto Martínez conoció a la compositora, primero como su maestra de música en la Escuela Juan B. Sosa en Panamá Viejo, y años más tarde, como compañera en la Misión Nacional de 1988.
“Recuerdo que nos asignaron al pueblo de Pesé y allí fue una experiencia maravillosa. Gladys se ganó a toda la comunidad con su carisma, su guitarra y su sonrisa; todos querían tenerla en sus casas”, recuerda.
Su talento y su espiritualidad trascendían la música. Alberto siente gran cariño por quien fue su maestra y con nostalgia señala que, como persona, Gladys tenía un don para acercar a la gente a Dios.
“Era alegre, sencilla y muy humana, por lo que dejó una huella profunda en mi vida desde que era niño”, dice emocionado.

El eco de Gladys hoy
La figura de Gladys de La Lastra sigue viva en las voces que interpretan sus tamboreras, en las generaciones que aprenden su música y en los corazones de quienes la conocieron. Fue una artista completa, una educadora de fe y una mujer que convirtió su talento en misión.
“Gladys no solo escribió canciones, escribió capítulos de amor a Panamá y a Dios”, resume Carmen Cecilia Carrasco.
