En el año 2001 el Papa Juan Pablo II había ya gobernado la Iglesia durante más de veinte años y había visitado personalmente muchos países. Desde esta rica experiencia pastoral quiso celebrar con un Jubileo especial el segundo milenio cristiano, y ya al comenzar el año 2001 publicó su Carta apostólica Novo millennio ineunte (“Al comenzar el segundo milenio”). Un documento por eso de mucha importancia, una especie hoja de ruta para la vida de la Iglesia y la espiritualidad cristiana. En el mismo,llama la atención la claridad y la insistencia del Papa al señalar lo que él considera más importante en ese momento: la espiritualidad de comunión (ver especialmente los nn.43-45).
El mayor desafío para la Iglesia católica en el nuevo mileno -afirma Juan Pablo II- es ser casa y escuela de comunión, vivir y enseñar la comunión. Porque únicamente así podrá ser fiel al designio de Dios y responder a las necesidades y esperanzas del mundo. La Iglesia no es fiel a su vocación si no vive y enseña la comunión, y tampoco será capaz de iluminar a la sociedad y dar respuesta a sus problemas si no lo hace des-de la comunión. El “si no tengo amor no soy nada” del apóstol Pablo se traduce según el Papa Wojtyla “si no vivo y enseño la comunión, no soy la Iglesia de Cristo”. Por eso es preciso -dice textualmente- “promover una espiritualidad de la comunión, proponiéndola como principio educativo en todos los lugares donde se forma el hombre y el cristiano, donde se educan los ministros del al-tar, las personas consagradas y los agentes pastorales, donde se construyen las familias y las comunidades”.
La razón de tal necesidad es profundamente teológica: Dios es amor, Uno y Trino, tres personas divinas unidas en una comunión tan íntima y perfecta que son un solo Dios. El ser humano, creado a su imagen y semejanza, está llamado por eso a vivir en comunión. La Iglesia es comunidad de vida, fe y amor en Cristo, y su misión es también crear comunidad. Ese es y debe ser su testimonio y su aportación a la familia humana según el plan de Dios.
Pero para no quedarse en teoría ni altas y piadosas elucubraciones, la espiritualidad de comunión tiene exigencias muy concretas:
Fraternidad: mirar a todos como hermanos, compartir sus sufrimientos, ayudarles en sus necesidades, crear relaciones de amistad
Respeto y valoración positiva: no mirar los defectos de los demás en vez de reconocer sus cosas buenas y su riqueza personal, considerar al otro como un regalo de Dios
Dar espacio al hermano, sin actitudes e egoísmo, competitividad, desconfianza y envidia
Y la conclusión textual de esta reflexión no puede ser más tajante e interpeladora: “No nos hagamos ilusiones: sin este camino espiritual, de poco servirían los instrumentos externos de la comunión. Se convertirían en medios sin alma, más-caras de comunión más que sus modos de expresión y crecimiento”. Dicho de forma más clara: Cuidado, porque incluso los momentos de oración comunitaria y hasta la Eucaristía (que es signo, celebración y realización máxima de la comunión cristiana, principal instrumento externo de la misma) pueden convertirse en una máscara o una comedia si después no vivimos en comunidad, no construimos comunión ni compartimos, no vivimos ni testimoniamos la fraternidad por culpa del egoísmo, el materialismo, el consumismo, la indiferencia frente a los que sufren, el compromiso contra la injustica, la corrupción y la pobreza.
Cada uno, según su realidad y vocación, está llamado a examinarse sobre esta exigencia ineludible de la espiritualidad cristiana. En la vida personal, en la familia, en la profesión, en la sociedad, en la comunidad o parroquia…
Sin olvidar que es imposible vivir la comunión sin establecer y fortalecer medios y estructuras de comunión y participación a todos los niveles. Desde el Concilio y el Sínodo hasta los momentos de encuentro y diálogo en la familia y la sociedad, pasando por los Consejos pastorales, las consultas, los medios de comunicación social. Y en-tendiendo la parroquia como comunidad de comunidades, sin grupos cerrados y escuchando a todos, también por supuesto a los jóvenes.