La Iglesia Católica cree y confiesa que, entre los siete sacramentos, existe un sacramento especialmente destinado a reconfortar a los atribulados por la enfermedad: la Unción de los Enfermos.
Instituida por Cristo como un sacramento y promulgada a los fieles por el apóstol Santiago. En su Carta, en el capítulo 5 recomienda que el enfermo solicite la presencia de los presbíteros para que ellos oren por él y lo unjan con aceite en el nombre del Señor.
En las Sagradas Escrituras vemos cómo los evangelistas muestran que Jesús desde el inicio de su vida pública siempre estuvo cerca de los enfermos: leprosos, ciegos, cojos, sordos. Su principal objetivo era acompañar y sanarles.
El Código de Derecho Canónico en el numeral 1007 señala: “No se dé la unción de los enfermos a quienes persisten obstinadamente en un pecado grave manifiesto”.
Por su parte el Papa Francisco nos habla en su última exhortación apostólica Amoris laetitia de tres verbos que propone a su Iglesia: acompañar, discernir e integrar. ¿A quiénes? a todos sean bautizados o no, divorciados vueltos a casar, matrimonios irregulares, a los pobres, a los alejados y excluidos.
El Santo Padre profundiza en el acompañamiento pastoral, pide comprender las carencias y difi-cultades de las personas, su ignorancia y sus miedos, su condición de víctimas de otras personas o de la sociedad.
Cabe preguntarse entonces ¿quiénes quedan excluidos del sacramento de la Unción de los Enfermos? Serán los ateos, los divorciados, quienes viven en concubinato, el ladrón, el traficante de drogas.
¿Cómo los sacerdotes manejan estas situaciones?
El padre Jamed Pacheco, Capellán del Hospital Santo Tomás, señala que este sacramento “no es un premio o un castigo para alguien por su buena o mala conducta”
“Es la oración de toda la comunidad cristiana representada en la figura de los ancianos, que se traduce hoy como el presbítero, que ora en nombre de la comunidad por ese enfermo”. Agrega Pacheco, que los presbíteros no pueden tomar los casos con casuística. “En la vida pastoral no podemos dejarnos llevar solo por la norma”, agregó. Ciertamente la norma nos sugiere por parte del magisterio un sentido, pero la aplicación debe tener las consi-deraciones de los casos particulares, afirmó.
“Es un derecho y una necesidad en momentos de dolor y de enfermedad. El hermano requiere sentir que no está solo y que forma parte del Cuerpo Místico de Cristo”, dijo.
Por su parte el padre Marlo Verar, Asesor nacional de la Pastoral de la Salud manifiesta que en casos particulares de personas que vivan en situaciones irregulares, queda a discreción del mismo sacerdote discernir si le administra el sacramento o no.
Es conveniente, de ser posible, que la Unción de los Enfermos vaya precedido del sacramento de la Reconciliación y seguido por el Sacramento de la Eucaristía.
Del mismo modo el canon 1004 señala: “Se puede administrar la unción de los enfermos al fiel que, habiendo llegado al uso de razón comienza a estar en peligro por enfermedad o vejez”.
Verar explica que lo ideal es que el enfermo lo manifieste, pida el sacramento. Pero en casos extremos, por ejemplo cuando la persona está inconsciente o no posee la facultad para expresarse, el sacerdote le puede administrar el sacramento, si llevó una vida cristiana práctica, o quizás lo manifestó en pleno uso de razón.
Pacheco describe que tanto en el Hospital Santo Tomás como en el Hospital del Niño se dejan guiar también por la hoja de admisión. En los datos generales se les pregunta sobre la fe que profesa. En el caso de que el paciente esté inconsciente, hay un referente para no violentar su libertad religiosa.
Este mismo canon 1004 señala que sea un “fiel”, es decir un persona bautizada como requisito mínimo. Estrictamente hablando, se trata de bautizados en plena comunión con la Iglesia, pero ciertamente cabe la hipótesis de poderlo aplicar también a bautizados no católicos.
Pero, ¿qué pasa si no es católico?
La Iglesia espera de los sacerdotes, y de los voluntarios formados para acompañar a los enfermos, que puedan evidenciar una iglesia acogedora que entiende el sufrimiento del pueblo. Esta visión más global y más inclusiva, hace posible que se les acompañe espiritualmente. Haciendo alusión a San Juan XXIII, el mensaje de amor de Dios, de su infinita misericordia debe ser ofrecido a todos los hombres y mujeres de buena voluntad.