Juan Bautista, paradigma vivo del Adviento

En el tiempo litúrgico del Adviento recordamos la primera venida del Señor en la humildad de nuestra carne, y celebramos anticipadamente su segunda venida, en gloria y majestad. Por eso, en Adviento se cultiva una actitud de vigilancia, penitencia, conversión y esperanza activa.  La vida misma de la Iglesia es un continuo adviento, pues ella es la esposa del Cordero inmolado que aguarda continuamente el retorno glorioso de su Señor glorificado para consumar las bodas.  Santa y pecadora, vela y aguarda en permanente conversión e invencible esperanza.  Y no se cansa de rogar que   venga su Señor.  Juan Bautista   ejemplariza estas actitudes, como enseguida mostraremos.

Desde el inicio del evangelio de Marcos, se muestra que para acoger el evangelio de Jesucristo como buena nueva de salvación, era necesario tener conciencia de pecado y arrepentirse de corazón.  De este modo, el bautismo de Juan con agua preparaba al pueblo para recibir el bautismo en el Espíritu Santo de Jesús, que otorga la vida de Dios y la participación en su santidad.   El discípulo del Señor tiene hoy una misión similar a la de Juan:  Dar testimonio, con toda su vida, de que el Padre, por Jesús, en el Espíritu, nos hace partícipes de su propia vida, como hijos.  Pero esto presupone reconocerse enfermo y pecador ante el único médico capaz de sanarnos de esta dolencia.

Mateo, por su parte, destaca la importancia de Juan como una especie de nexo entre la antigua y la nueva alianza.  Le toca vincular la etapa de preparación del plan de Dios, lo que él ha dispuesto como justo, y el que viene a cumplir todo lo dispuesto en el plan de Dios.  Juan Bautista es la figura emblemática que representa al resto fiel de Israel.  En efecto, él es Elías, el mayor de los profetas esperados para los tiempos finales.  Por eso, aunque es el más pequeño en el Reino, es más que profeta.  Para nosotros, discípulos y misioneros de Jesús,  es un ejemplo luminoso de fidelidad a ultranza a la propia misión.

Lucas ubica cronológicamente la misión del Bautista para mostrar la universalidad de la salvación, pues el perdón de los pecados, anunciado por Juan, está destinado, no sólo a Israel, sino a la humanidad entera (3:6; 24:47).

Ante el juicio inminente de Dios sobre Israel,  Juan proclama un bautismo de conversión.  Para alcanzar el perdón de los pecados es necesario convertirse, volverse a Dios, y demostrarlo con un cambio de conducta.  Ante Dios, no podemos presumir de nuestros méritos, ni invocar fueros o privilegios, como ser estirpe de Abrahan, sino practicar obras de justicia.   Cuando los oyentes preguntan: “¿Qué debemos hacer?” Juan ilustra, con ejemplo, lo que es la conversión, y destaca la justicia que regula la relación entre los seres humanos. Esta enseñanza también es válida hoy para los catecúmenos y fieles cristianos.  Urge que nos preguntemos: ¿Qué debemos hacer para que el padre Dios sienta ante nosotros la misma complacencia que experimenta ante su hijo amado?

La muerte del Bautista: Marcos narra la muerte del Bautista en el momento en que va aumentando la hostilidad contra Jesús y los suyos.  El relato se ubica entre la misión de los Doce (6: 7-12) y un breve informe sobre el resultado de su misión (6:30).  El texto  es instructivo por su ubicación y su tenor: En la misión puede haber persecuciones, torturas y muerte.  Los que rechazan el mensaje del Reino de Dios y el llamado a la conversión, como Herodes y Herodías, matan al mensajero, pensando que así silenciarán su denuncia.  En Santa Fe, se pretendió hacer lo mismo con Héctor Gallego, hace 46 años.  Sin embargo, su mensaje pervive.  El discípulo y misionero no debe temer la hostilidad y violencia de los enemigos, porque, como Jesús él es piedra rechazada por los constructores, que se convierte en piedra angular, acreditada por Dios con milagros, en vida, y, sobre todo con la resurrección (Hch.4: 8-12; 5: 29-32; sal 118).

El relato de (Mt.14: 1-12), bastante fiel al de Marcos, contiene, sin embargo, un detalle redaccional importante: “Los discípulos de Juan fueron a recoger el cadáver, lo sepultaron, y le informaron a Jesús” (v 12).  De este modo subraya que la muerte del mártir no interrumpe el proyecto salvador de Dios, sino que lo impulsa.  Juan y Jesús, cercanos en sus nacimientos, lo estarán también en sus muertes.  La luz y el testigo de la luz mueren por las maquinaciones de los que odian la luz, porque obran con bajeza (cf Jn 3: 19-21).

Vocación y misión del Bautista en el IV Evangelio: El evangelio de Juan empieza con un prólogo poético, (1: 1-18) seguido de un prólogo narrativo (1: 19-51).  Ambos nos dan noticias sobre el misterio de Juan.

La voz que clama en el desierto: (1:19-28).  Empieza el misterio de Jesús con una semana introductoria, que evoca los siete días de una nueva creación.  El primer dia del ministerio de Jesús aparece unido con el testimonio del Bautista, mencionado en l primer prólogo (1: 5-8,15).  Indagado acerca de su identidad, desde el principio el bautista declara que él no es el Mesías, ni ninguna de las figuras que la tradición aguardaba para los tiempos mesiánicos.  Solo le interesa dar a “conocer a Jesús”, en medio del pueblo, para que este descubra y aprecie su grandeza, y lo siga.

Este es el cordero de Dios: (1: 29-34) En el segundo dia del ministerio de Jesús, el Bautista manifiesta públicamente que Jesús es el Cordero de Dios, elegido y enviado por Dios para quitar el pecado del mundo.  Desde la Pascua de los judíos, el cordero tiene un papel especial.  Su sangre debía marcar las casas de los israelitas, para que el Ángel exterminador pasara de largo (Ex. 12).  La imagen de cordero está asociada a la salvación del pueblo de Dios.  En la Pascua cristiana (Jn. 13), Jesús es el nuevo Cordero de Dios, que será inmolado por la salvación del mundo.  Morirá en la cruz a la misma hora del sacrificio de los corderos para la pascua Judia (Jn. 18:28).