Nuestros pueblos de América Latina y de El Caribe viven hoy una realidad marcada por grandes cambios que afectan profundamente sus vidas. La novedad de estos cambios, a diferencia de los ocurridos en otras épocas, es que tienen un alcance global que, con diferencias y matices, afectan al mundo entero. Unos factores determinantes de estos cambios son en la ciencia y la tecnología. Estos cambios traen consecuencias en todos los ámbitos de la vida social, impactando la cultura, la familia, la economía, la política, las ciencias, la educación, el deporte, las artes y también, naturalmente, la religión. Muchas veces se trata de arreglar los problemas de manera fragmentada, pero el reto es mostrar el sentido unitario de todos los factores de la realidad (Cf. Documento de Aparecida).
Para contrarrestar esta fragmentación de la realidad, los valores más auténticos que deben estar presentes en toda cultura, como nos enseña san Juan Pablo II son: la comunicación, la universalidad y el sentido de humanidad. En primer lugar, comunicar las tradiciones, el lenguaje, las obras de arte, las ciencias, son medios de conciliación entre los hombres, la verdadera cultura es, pues, instrumento de acercamiento y participación, de comprensión, de búsqueda del bien común y la solidaridad. Por eso, el auténtico cristiano tiende siempre a unir, no a dividir y no crea barreras entre sus semejantes. Además, una cultura sin valores universales, es decir, sin una visión de los aspectos universales que afectan a todos los hombres, no es una verdadera cultura. Esos valores universales permiten que las culturas particulares se comuniquen entre sí, y se enriquezcan recíprocamente. En conclusión, podemos decir que cultura es aquello que impulsa al hombre a respetar más a sus semejantes, a ocupar mejor su tiempo libre, a trabajar con un sentido más humano, sin este sentido de humanidad, perdemos nuestro sentido.