Si partimos de lo que manifiesta la Iglesia que la Fe es un don de Dios puede haber algunos, para mí con cierto despiste o mucha comodidad que me parece lo más probable, que piensen que no hay nada que hacer o sólo queda rezar para que se les sea concedida.
Mucho, además de pedir a Dios por los suyos, pueden y deben hacer los padres en la formación espiritual de los miembros de su familia que les han sido confiados. Suele ocurrir, aunque existen excepciones, en que nos resulta más fácil atender otros aspectos educativos y al llegar al tema religioso preferimos confiarlo a otras instancias, quizás porque nos consideramos lo insuficientemente formados, por falta de tiempo, por darle más importancia a la parte alimenticia, cultural, deportiva, etc.
No cabe duda que son muchas las facetas que hay que atender pero el espíritu de los hijos tiene la necesidad de una preparación religiosa cada vez más profunda ya que, como deben conocer bien los progenitores cristianos a poco que observen la sociedad, el ambiente exterior al hogar no favorece las creencias ni la vivencia de un estilo de vida cercano a Dios. Me atrevo a decir que es todo lo contrario pues más bien lo perjudica, por ser antagónico con el sentido de una vida en católico.
No deberíamos descuidar un tema tan serio para el futuro de nuestros hijos, ni tranquilizarnos con la justificación de que los mandamos a la catequesis y a un colegio en el que confiamos. Tenemos que ser sus primeros educadores también en esto como en otras cosas y no sólo con la palabra, también y fundamentalmente con el ejemplo. Si nos pide el Santo Padre que seamos testigos de nuestra fe empecemos por la familia. Que sepan, incluso vean, nuestra vida de fe, que nos confesamos, comulgamos con frecuencia, y que luchamos por corregir nuestros defectos.