La invasión estadounidense fue un parteaguas en la vida de ciertos barrios de Panamá, en especial El Chorrillo. Tras la desaparición de la sede militar, quedó un gran vacío que fue aprovechado por las bandas que controlaron la zona por dos décadas.
En estos tiempos tecnológicos, la memoria es de quienes controlan la imagen. Hilvanar el conjunto de dramas personales y familiares que vivimos durante la invasión de 1989, nos da una perspectiva de cómo vivió la gente del pueblo este acontecimiento que marcó la historia de los panameños.
El colectivo de periodistas Concolón, la Comisión 20 de Diciembre, El Faro y el Centro Cultural de España-Casa del Soldado, convocaron a periodistas y profesionales de la comunicación a participar en el taller de edición ‘Contar la historia. Invasión, memoria y derechos humanos’, dirigido por Diego Fonseca. Fue un ejercicio teórico-práctico de cerca de 50 horas de duración, en el que los participantes trabajaron textos propios sobre las temáticas ‘Invasión, memoria y derechos humanos’, con intención de próxima publicación. Este tipo de actividades ayudan a fortalecer la los procesos de construcción de la memoria y los derechos humanos en Panamá, y pretende brindar mecanismos para narrar historias reales sobre la Invasión de Estados Unidos a Panamá, además de producir contenido fundamental para aportar a la memoria colectiva. El informe, emitido el pasado jueves 15 de noviembre, señala a EE.UU. como ‘responsable’ de violentar los derechos ‘a la vida, a la libertad, a la seguridad e integridad de la persona’ durante la operación militar que tenía como objetivo derrocar al gobierno dictatorial de Manuel Antonio Noriega.
Durante casi 30 años las víctimas se han enfrentado con la indiferencia por desconocimiento de los grandes sufrimientos que atravesaron, familias panameñas completas, inocentes, civiles. Aunque no es coercitivo, el informe muestra que este hecho comienza una vez más a ocupar la atención de la población y del interés internacional’, aseguró el presidente de la Comisión 20 de diciembre.
El documento, de 91 páginas, detalla que Estados Unidos ‘debe crear, a la brevedad, un mecanismo especial, por iniciativa propia e independiente de las iniciativas que pudiese tomar el Estado panameño, a fin de que se materialicen las reparaciones aplicables a cada grupo de víctimas, considerando la naturaleza de las violaciones declaradas. La demanda fue presentada por la abogada Gilma Camargo en representación de las víctimas de la invasión de Estados Unidos a Panamá.
Más allá de las compensaciones que debe pagar Estados Unidos, para Camargo lo importante es lo que representa este informe para Panamá, para la recuperación de la memoria, de la justicia y de la verdad. Lo primero que debemos hacer todos los panameños es leer ese informe para entender la invasión’, recomendó la abogada. Con base en las determinaciones de hecho y de derecho, la Comisión Interamericana concluyó que Estados Unidos es responsable por la violación de los artículos I (derecho a la vida, a la libertad, a la seguridad e integridad de la persona) de la Declaración Americana de los Derechos y Deberes del Hombre
La CIDH determinó que ‘no es claro’ el rol de los Estados Unidos en las investigaciones de las fosas comunes y que la existencia de estas fosas ‘dificulta el establecimiento de posibles violaciones del derecho a la vida’. Aunque en el informe hacen referencia a la fosa común del Jardín de Paz, en Parque Lefevre, y Monte Esperanza, en Colón, Camargo narró que durante este proceso sostuvo conversaciones con soldados estadounidenses que le certificaron que en Pacora también se enterraron cuerpos víctimas de la invasión.
Técnicos de la Universidad Tecnológica de Panamá (UTP) realizarán estudios prospectivos en la fosa común del Jardín de Paz, donde fueron enterrados víctimas de la invasión, para identificar restos humanos de personas desaparecidas. De acuerdo a la documentación que ha recopilado la Comisión 20 de diciembre, en la fosa común del Jardín de Paz hay nueve restos humanos sin identificar y 15 familias que aún reclaman un familiar desparecido durante la invasión de Estados Unidos a Panamá, el 20 de diciembre de 1989.
Muchos panameños han borrado de sus recuerdos esas imágenes vergonzosas, como las del fuego y las bombas cayendos obre El Chorrillo y otros 14 puntos del país. Ese día cayeron las bombas suficientes para arrasarlo todo. No se sabe la cifra exacta de cuántas personas murieron o fueron directamente asesinadas, muchas de ellas calcinadas. Parece existir una amnesia colectiva, un deseo de vivir en un lugar idealizado donde todo está bien y nada malo pasa, donde poco tiene que ver lo que ocurrió en El Chorrillo con los actuales rascacielos de Panamá.
Doloroso testimonio
Huerta Sandoval nació de un sueño que fue forjado con iniciativa, cooperación, dedicación y esfuerzo de sus fundadores; este ideal hacía que sus hijos se sintieran seguros en este complejo de apartamentos, ubicado en Santa Ana.
Pero esa noche de diciembre, todo cambió, porque las metrallas y las bombas se convirtieron en el llamado de la muerte.
Juvenal Sinesterra, trabajador del Canal, residente en el edificio 3D, recuerda fielmente que lo primero que sintió un sonido perturbador. En principio pensó que era otro golpe de Estado, pero cuando observó desde la ventana de su apartamento la Avenida de los Mártires, se dio cuenta que algo diferente pasaba, al observar cómo la gente se iba y decidió partir con su familia, pero en ese momento recrudecieron los ataques.
A Juvenal le tocó ver un espectáculo espeluznante y no fue otro que percibir cómo un helicóptero Apache de los norteamericanos subía su altura para disparar hacia el Cuartel Central y luego bajaba para ocultarse tras su edificio, tomándolo como escudo, ante una respuesta que pudiera surgir de los panameños y eso fue toda la madrugada del 20 de diciembre .
Al acercarse la mañana Juvenal, toma la decisión de salir con su niña y su mujer, que tenía la pierna enyesada. Después de sacar un pañal blanco como muestra de paz, baja con la bebé, dándoles la espalda a los soldados para proteger a su pequeña.
Una vez abajo, lo rodearon siete estadounidenses con ametralladoras, y uno de ellos, latino, le habló en inglés y le dijo: “Put the baby on the floor (Pon a la bebé en el piso)”. A lo que él contestó: “I am not going to do it, she is my daughter” (No lo voy a hacer, ella es mi hija). Amenaza que el soldado, siguió reiterando.
En eso llegó un superior de ellos con acento mexicano y les preguntó qué estaba pasando, a lo que Juvenal le explicó y este decide dejarlo ir.
De esa manera salieron de la Huerta, él cargando en la espalda a su esposa y a su hija en los brazos, y de allí se encaminaron hasta el corregimiento de San Felipe y luego a la casa de un familiar, encontrando en el camino, muchas personas muertas.