“La voz de Dios nos sigue hablando como a Abraham, Moisés y a San Benito”, dijo Monseñor José Domingo Ulloa Mendieta.

“La voz de Dios nos sigue hablando como a Abraham, Moisés y  a San Benito”, dijo Monseñor José Domingo Ulloa Mendieta.

[email protected]

“Jamás Dios deja abandonado a su suerte a ningún peregrino de la fe”, con estas palabras esperanzadoras el Arzobispo de Panamá, Monseñor inició su homilía, advirtiendo que leyendo despacio el Antiguo Testamento da la impresión de que Israel siempre tuvo, de mil modos distintos, una voz que clamaba en la tormenta; otras, se adivinaba en la brisa suave. 

En la Eucaristía celebrada hoy sábado 11 de julio en la capilla del Seminario Mayor San José, el Arzobispo explicó que esa voz le habló también a Abraham cuando acechaba la vejez, voz en la zarza que fascinaba a Moisés cuando arreciaba esclavitud, voz en las cítaras junto a los canales de Babilonia cuando se arraigaba la desolación, voz que, en definitiva, abría caminos de vida eterna cuando se cerraban los caminos de este mundo que pasa.

Con el paso de los siglos, y salvadas las distancias, los cristianos tuvieron que afrontar una de las crisis más profundas de su historia cuando, allá por los siglos V y VI, el Imperio Romano, que había hecho del cristianismo su religión oficial, sufrió su más importante crisis política y social, con la consiguiente crisis de costumbres, de valores y de fe. 

También la voz del Señor se manifestó en la vida humilde y provocadora de un hombre San Benito, señaló Monseñor Ulloa. “En contra de todo y de todos (San Benito), decidió retirarse para encontrarse, desaferrarse de los muros que se derrumbaban para ampararse en la búsqueda de Dios”, comentó. 

Citando el famoso lema de San Benito, Ora et labora” (ora y trabaja), recordó que es uno de los santos más venerados de toda la cristiandad, además Patrono de Europa y Patriarca de los monjes en occidente.

Describió que San Benito era muy conocido por su trato amable y por sus sacrificios, y se levantaba de madrugada a rezar los salmos, oraba y meditaba por varias horas, ayunaba diariamente y acudía a los pueblos a predicar.  

El Santo veía el trabajo como algo honroso que llevaba a la santidad, de igual modo consolaba a los tristes, curaba a los enfermos, daba limosnas y alimento a los necesitados y, como exorcista, sometía a los espíritus malignos con la famosa “cruz de San Benito”. 

La medalla de San Benito es un sacramental reconocido por la Iglesia con un gran poder de exorcismo. Los sacramentales son “signos sagrados con los que, imitando de alguna manera a los sacramentos, se expresan efectos, sobre todo espirituales, obtenidos por la intercesión de la Iglesia», explicó Monseñor Ulloa.

Con las mismas palabras con que inició su homilía terminó diciendo que como creyentes y discípulos del Jesús presente, nunca olvidemos que Él no nos deja huérfanos, por eso nuestro compromiso debe alentar la esperanza, abanderar la lucha por la justicia y el bienestar para todas las personas, y despertar la conciencia por la creación de un mundo más justo, equitativo y solidario. 

A continuación, el texto completo de la Homilía de Monseñor Ulloa desde la capilla del Seminario Mayor San José.

Homilía Sábado XIV

Leyendo despacio el Antiguo Testamento da la impresión de que Israel siempre tuvo, de mil modos distintos, una voz que le susurraba los caminos. Una voz de sabiduría y prudencia, de justicia y verdad, de memoria y esperanza. A veces esa voz clamaba en la tormenta; otras, se adivinaba en la brisa suave.

Pero jamás Dios dejó abandonado a su suerte a ningún peregrino de la fe: «hijo mío, si aceptas mis palabras y conservas mis consejos (…) alcanzarás el conocimiento de Dios» (Prov 2,1.5).

Esta voz se hacía más perentoria cuanto más se estrechaba el horizonte de la vida. En los momentos de mayor turbación o distracción, Dios encontraba la manera de procurar que su pueblo custodiara «la senda del deber, la rectitud y los buenos senderos» (Prov 2,8). Él fue voz en el firmamento que se cernía sobre Abraham cuando acechaba la vejez, voz en la zarza que fascinaba a Moisés cuando arreciaba esclavitud, voz en las cítaras junto a los canales de Babilonia cuando se arraigaba la desolación. Voz que, en definitiva, abría caminos de vida eterna cuando se cerraban los caminos de este mundo que pasa.

Con el paso de los siglos, y salvadas las distancias, los cristianos tuvieron que afrontar una de las crisis más profundas de su historia cuando, allá por los siglos V y VI, el Imperio Romano, que había hecho del cristianismo su religión oficial, sufrió su más importante crisis política y social, con la consiguiente crisis de costumbres, de valores y de fe.

En aquel momento, la voz del Señor se manifestó en la vida humilde y provocadora de un hombre San Benito, que, en contra de todo y de todos, decidió retirarse para encontrarse, desaferrarse de los muros que se derrumbaban para ampararse en la búsqueda de Dios, que permanece.  

Ora et labora” (ora y trabaja) es el famoso lema del gran San Benito Abad, Patrono de Europa y Patriarca de los monjes en occidente. Por su legado e influencia sigue siendo uno de los Santos más venerados de toda la cristiandad.

A los 20 años se fue al monte Subiaco y vivió en una cueva con la guía de un ermitaño. Años después se fue con los monjes de Vicovaro, quienes después lo eligieron prior.

No duró así mucho tiempo, ya que trataron de envenenarlo debido a la disciplina que les exigía. Como era su costumbre, San Benito hizo la señal de la cruz sobre el vaso que le habían dado y el objeto se rompió en pedazos. Después de hacerles caer en la cuenta de lo que habían hecho, se alejó de ellos.

Con un grupo de jóvenes, impresionados por su ejemplo de cristiano, fundó monasterios, uno de ellos en Monte Cassino, y escribió su famosa Regla que ha sido inspiración para numerosos reglamentos de comunidades religiosas monásticas hasta el día de hoy. Asimismo, inició centros de formación y cultura.

San Benito era muy conocido por su trato amable y por sus sacrificios. Se levantaba de madrugada a rezar los salmos, oraba y meditaba por varias horas, ayunaba diariamente y acudía a los pueblos a predicar.  El Santo veía el trabajo como algo honroso que llevaba a la santidad.

De igual modo consolaba a los tristes, curaba a los enfermos, daba limosnas y alimento a los necesitados y se dice que en algunas ocasiones “resucitó” a los muertos con la ayuda de Dios.

Su amor y fuerza los encontró en Cristo crucificado y, como exorcista, sometía a los espíritus malignos con la famosa “cruz de San Benito”.

El Santo predijo la fecha de su muerte que aconteció el 21 de marzo del 547, a pocos días de que falleciera su hermana Santa Escolástica. Murió de pie en la capilla con las manos levantadas al cielo. «Hay que tener un deseo inmenso de ir al cielo», fueron sus últimas palabras.

En aquel susurro benedictino se cimentó el edificio espiritual de Europa, hoy quizá tan frágil y tambaleante como entonces. Un edificio, con todo, que aún podemos habitar –con riqueza y gozo– quienes nos sentimos pobres o a la intemperie. El Señor, que habla por los suyos, sigue dejando oír en este tiempo su voz y su promesa: «también vosotros, los que me habéis seguido, recibiréis cien veces más y heredaréis la vida eterna».

Que brote hoy desde lo profundo de nuestro corazón: Gracias, Señor, por esta oportunidad de encontrarme contigo, quiero poner en tus manos todo lo que llevo en el corazón, las alegrías y las tristezas. Quiero estar en tu presencia como el niño pequeño que se siente protegido y amado por la sola presencia de su Padre.

A veces me siento un poco dividido, Tú sabes cómo funciona este mundo; sabes que los valores que promueve son diametralmente opuestos a lo que Tú me propones y sabes, sobre todo, cuánto cuesta mantenerse fiel a Ti, sobre todo cuando eso significa ir en contra de las modas y los criterios mundanos.

Te pido me ayudes a ser auténtico hasta las últimas consecuencias, así como Tú lo fuiste. Tú sabes que una de mis luchas más grandes es la coherencia entre lo que hago, lo que digo y lo que soy. Sabes cuántas veces me ha vencido el respeto humano y el miedo al qué dirán. Necesito que me ayudes a ser fuerte. Haz que me dé cuenta de que al final lo único que importa y me define es quién soy yo frente a Ti

Haz que sea consciente de que no todo depende de mí y que no estoy solo en esta lucha constante, estoy contigo. Dame la gracia de estar cierto de cuánto me amas y de que nunca me dejas solo, aun cuando yo así lo sienta. Jesús, te amo, gracias por amarme tanto.

«Pero en medio del torbellino, el cristiano no debe perder la esperanza, pensando en haber sido abandonado. Jesús nos tranquiliza diciendo: «Hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados» (Mateo 10, 30). Como diciendo que ninguno de los sufrimientos del hombre, ni siquiera los más pequeños y escondidos, son invisibles ante los ojos de Dios. Dios ve, y seguramente protege; y donará su recompensa. Efectivamente, en medio de nosotros hay alguien que es más fuerte que el mal, más fuerte que las mafias, que los entramados oscuros, que quien se lucra sobre la piel de los desesperados, que el que aplasta a los demás con prepotencia.»

(Audiencia de S.S. Francisco, 28 de junio de 2017).

Como creyentes y discípulos del Jesús presente, nunca olvidemos que Él no nos deja huérfanos, por eso nuestro compromiso debe alentar la esperanza, abanderar la lucha por la justicia y el bienestar para todas las personas, y despertar la conciencia por la creación de un mundo más justo, equitativo y solidario. Esta es la tarea que hoy se hace igual de urgente testimoniar y hacer presente en nuestras sociedades menos religiosas.

Me decía un hombre feliz: «Aunque Dios no existiera, habría merecido la pena creer. Se vive mucho mejor creyendo en Dios». Me dio lástima esa primera parte, como si la religión pudiera ser una mentira que nos decimos a nosotros mismos para encontrar consuelo.

La mentira nunca hizo feliz a nadie. Si Dios no existiera, la fe te haría desgraciado. Porque esa alegría que experimentas al orar, ese gozo con que saboreas los bienes del Espíritu viene de Dios, no es de este mundo. Tu propia felicidad es la prueba viva, para ti, de que Dios existe, te escucha y te responde. Dale gracias.

Todo el que por mí deja casa, hermanos o hermanas, padre o madre, hijos o tierras, recibirá cien veces más y heredará la vida eterna. Es cierto: se vive mejor con Dios. Se sufre mejor con Dios. El cariño de los seres queridos, los placeres santos de esta vida… se gozan mejor con Dios. Y se muere mejor con Dios. Porque Dios lo llena todo de Amor. Si no existiera, y siguiéramos rezando, todo sabría a mentira. Seríamos los más desgraciados de todos los hombres.

Pero somos lo más dichosos. Porque Dios existe y nos ama.

Aquí presentamos 7 datos importantes sobre estos objetos que poseen mucha tradición e historia, vinculadas al gran santo que vivió entre los años 480 y 547.

  1. El origen de la medalla es incierto

En el siglo XVII, durante un juicio de brujería en Alemania, unas mujeres acusadas testificaron que no tenían poder sobre la Abadía de Metten porque estaba bajo la protección de la cruz.

Cuando se investigó, se hallaron en las paredes del recinto varias cruces pintadas rodeadas por las letras que se encuentran ahora en las medallas. Más adelante, se encontró un pergamino con la imagen de San Benito y las frases completas que sirvieron para escribir esas abreviaturas.

  1. Con la medalla se puede obtener indulgencia plenaria

La medalla, como se le conoce ahora, es la del jubileo de 1880 por los 1400 años del nacimiento del santo. Fue lanzada exclusivamente por el superior abad de la famosa abadía benedictina de Monte Cassino en Italia.

Con ella se puede obtener la indulgencia plenaria en la Fiesta de San Benito, que la Iglesia celebra el 11 de julio, siguiendo las condiciones habituales que manda la Iglesia: confesión sacramental, comunión eucarística y oración por las intenciones del Papa.

  1. Cuando San Benito hacía la señal de la cruz obtenía una especial protección divina

Cierta vez quisieron envenenar a San Benito. El santo, como era su costumbre, hizo el signo de la cruz sobre el vaso y el objeto se partió en pedazos.

En otra ocasión, un pájaro negro empezó a volar a su alrededor, San Benito hizo la señal de la cruz y tuvo entonces una tentación carnal en la imaginación. Cuando estaba casi vencido, ayudado por la gracia, se quitó las vestiduras y se arrojó a un matorral de espinas y zarzas, lastimando su cuerpo. Después de ello nunca volvió a sufrir una tentación similar.

  1. La medalla tiene gran poder de exorcismo

La medalla de San Benito es un sacramental reconocido por la Iglesia con un gran poder de exorcismo. Los sacramentales son “signos sagrados con los que, imitando de alguna manera a los sacramentos, se expresan efectos, sobre todo espirituales, obtenidos por la intercesión de la Iglesia».

El Catecismo de la Iglesia Católica establece que por los sacramentales «los hombres se disponen a recibir el efecto principal de los sacramentos y se santifican las diversas circunstancias de la vida».

  1. La medalla muestra a San Benito sosteniendo una cruz y el libro de sus reglas

A ambos lados del santo dice: “Crux Sancti Patris Benedicti” (Cruz del Santo Padre Benito). Se puede ver también una copa de la cual sale una víbora y un cuervo. De manera circular aparece la oración: “Eius in óbitu nostro preséntia muniamur” (A la hora de nuestra muerte seamos protegidos por su presencia). En la parte inferior central se lee: “Ex. S. M. Cassino MDCCCLXXX” (Del Santo Monte Cassino 1880).

  1. Las siglas de la medalla en el reverso y su significado

C.S.P.B.      «Cruz del Santo Padre Benito».

C.S.S.M.L.  «La santa Cruz sea mi luz» (crucero vertical de la cruz).

N.D.S.M.D. «Que el dragón infernal no sea mi guía» (crucero horizontal).

En círculo, comenzando arriba hacia la derecha:

PAX         «Paz».

V.R.S.      «Vade Retro Satanás».

N.S.M.V.  «No me aconsejes cosas vanas».

S.M.Q.L.  «Es malo lo que me ofreces»

I.V.B.        «Traga tú mismo tu veneno».

  1. La medalla debe ser bendecida por un sacerdote con esta oración especial 

-Nuestra ayuda nos viene del Señor

 

-Que hizo el cielo y la tierra.

– Te ordeno, espíritu del mal, que abandones esta medalla, en el nombre de Dios Padre Omnipotente, que hizo el cielo y la tierra, el mar y todo lo que en ellos se contiene.

Que desaparezcan y se alejen de esta medalla toda la fuerza del adversario, todo el poder del diablo, todos los ataques e ilusiones de satanás, a fin de que todos los que la usaren gocen de la salud de alma y cuerpo.

En el nombre del Padre Omnipotente y de su Hijo, nuestro Señor, y del Espíritu Santo Paráclito, y por la caridad de Jesucristo, que ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos y al mundo por el fuego.

Bendición

-Señor, escucha mi oración.

-Y llegue a ti mi clamor.

– Oremos:

Dios omnipotente, dador de todos los bienes, te suplicamos humildemente que por la intercesión de nuestro Padre San Benito, infundas tu bendición sobre esta sagrada medalla, a fin de que quien la lleve, dedicándose a las buenas obras, merezca conseguir la salud del alma y del cuerpo, la gracia de la santificación, y todas la indulgencias que se nos otorgan, y que por la ayuda de tu misericordia se esfuerce en evitar la acechanzas y engaños del diablo, y merezca aparecer santo y limpio en tu presencia.

Te lo pedimos por Cristo, nuestro Señor. Amen.

PANAMÁ, acatemos las normas que nuestras autoridades han implementado. Por ti, por los tuyos, por Panamá -Quédate en casa.

† JOSÉ DOMINGO ULLOA MENDIETA, O.S.A.

ARZOBISPO METROPOLITANO DE PANAMÁ