Misericordia con el hermano debe ser la señal distintiva

Misericordia con el hermano debe ser la señal distintiva

Esta semana vamos a dejar que entre en nuestra vida ese hermano o esa hermana, que hace tanto ruido, y nos causa tantas molestias. Vamos a hacer ese sacrificio como muestra de lo que el Amor de Dios es capaz de hacer en quien le sigue.

La indiferencia, el silencio infecundo y el individualismo no cabrán esta semana entre nosotros. Vamos a abrir la puerta y entregarnos.

Lo más importante, al menos estos siete días que hoy comienzan, será el hermano, el otro, quien nos rodea. Vamos a regar ese jardín con ternura y buena disposición.

Claro que es más sabroso estar aparte, dedicarse a uno mismo, a nuestra paz interior y nuestros proyectos personales. Decimos que todo ese ruido afuera nos desconcentra de la oración y de nuestra relación con Dios.

El Amor está en el centro mismo de todos los mandamientos. Toda la estructura que hemos levantado en torno a la fe se resume en eso.

Pero es que es mismo Dios al que tanto queremos aferrarnos con nuestra introspección, nos está pidiendo que nos abramos, que salgamos de nuestro sitio seguro y confortable y nos dediquemos a amar al que está en nuestro entorno, y que está necesitando un poco de la luz que, decimos, el Señor nos ha dado.

Hay quienes le temen a ese interior. Son esos que prefieren estar siempre afuera, en grupos, moviéndose, “entregándose”, haciendo ruido y cosas allá lejos de sí mismos. Esos podrían estar escapando. A esas personas se les pide lo contrario, entrar y encontrarse con el Señor en su propio corazón, en la intimidad: que dejen el miedo.

El resto, el que siempre está dentro y no quiere saber nada del exterior, se le pide salir y abrir el corazón en un acto de Amor.

¡Ánimo!