Monasterio de La Visitación cumple 95 años en Panamá

Monasterio de La Visitación cumple 95 años en Panamá

“Nos situamos en medio del pueblo para ofrendar nuestra vida, como Jesús en la Eucaristía, al Padre en holocausto de amor”.

Fotos: Omar Montenegro

eduardo soto p.  – esoto@panoramacatolico.com

Pocos entienden la Vida Contemplativa. ¿Qué hacen y para qué sirven esas monjas encerradas?  Unos creen que es estar ahí, sin hacer nada, frente al Santísimo. Algo parecido al ocio. Quienes así piensan, la confunden tanto como la acción frente a la inacción. 

En realidad, las oraciones del corazón contienen un cúmulo de actos afectivos y pensamientos simples, pero llenos de energía y contenido.  

Podemos comparar la contemplación con una madre que vela en la cuna de su hijo. Piensa en él con amor, y lo hace sin reflexión. Lo que está sintiendo por la criatura es algo natural, fluido, sin filtros mentales ni sentimentales.

Imaginemos que experimentamos esa misma fuerza o energía, ese amor incontenible, ante Dios.

Desde fuera del convento es difícil de entender esta noción. Acá todo es velocidad, acción, pugilato. Dice Monseñor José Domingo Ulloa Mendieta, Arzobispo de Panamá: “La cortedad de nuestra vista nos hace invisibles a las más grandes y luminosas estrellas”.

Convento de La Visitación

Jesús nos previno que ciertos bienes evangélicos sólo serían apreciados por quienes recibieran la gracia especial para apreciarlos. Entre ellos, sobresale la consagración de la vida al amor y servicio de Cristo, por la vocación religiosa y mayormente por la vocación contemplativa.

Eso es lo que hacen estas mujeres en el Monasterio de la Visitación de Santa María, en Las Cumbres.

La orden está en Panamá hace 95 años, y llegaron desde Ocaña, Colombia, de donde salieron un 15 de abril de 1925.

Después de 10 días a lomo de mula, canoa y barco, llegaron a Panamá el 25 de abril del mismo año, luego de noches sin dormir, cansancio y hambre, para iniciar en el país un servicio de oración oculta y silenciosa que representa la raíz de toda la vida eclesial.

Así se establece la vida de una nueva familia Visitandina en la iglesia panameña.

La historia oficial parece fría, pues no recoge las emociones, los sobresaltos, las mariposillas en el estómago cuando se pone la primera piedra (12 de agosto de 1925), y más cuando se establece formalmente la clausura (27 de diciembre).

Debido a que el barrio de Bella Vista se llenó de residencias y fábricas, fue preciso pensar en trasladar el monasterio a otro lugar más alejado, “donde nos pudiéramos dedicar con tranquilidad y paz a la vida contemplativa”, según se relata en la historia.

También ahí se lee: “mientras se terminaba la construcción del nuevo monasterio en Las Cumbres, se trasladó la Comunidad a la casa de los Hermanos Cristianos en Carrasquilla, quienes tan bondadosamente la cedieron por el tiempo que durara la edificación, y ahí se quedaron dos años.

En noviembre de 1959 se trasladaron a su nuevo Monasterio en Las Cumbres, “más favorable al clima de recogimiento de nuestra vida de oración”.

¿Y qué hacen ahí?

La respuesta que ellas dan es sencilla y, por lo mismo, hermosa: “hemos vivido 95 años tras estas rejas benditas que no significan separación ni muerte, porque son transparencia de vida. Desde la soledad de nuestro monasterio gritamos al mundo: “Que Dios está con ustedes, porque Dios vive en el claustro de la humanidad”.

Con la frase que delimitan su acción es poderosa: “hoy, este Monasterio de Las Cumbres, obra de los Corazones de Jesús y María, seguimos orando por la Santa Iglesia, el Santo Padre, los sacerdotes, y todas las necesidades del mundo entero, y en especial por las del país que tan calurosamente nos acogió”.

También están en sus oraciones las intenciones del señor Arzobispo y las necesidades de la Arquidiócesis, así como las quejas de los que sufren, de los pobres, de los presos, y ahora de esta emergencia universal, unidos a la oración de Cristo, los ponemos en la Liturgia diaria, en los sacrificios personales y comunitarios.

“Apostolado ignorado de muchos, que cual la savia vivifica y fortalece el árbol. En virtud de la comunión de los santos, ayudamos a nuestros hermanos del apostolado activo”.