La relación “ideal” que pretendemos alcanzar para una bella y verdadera espiritualidad está en nuestro mundo interior, en la capacidad de amar, de andar en verdad, de relacionarnos con transparencia con nosotros mismos y con Dios.
En la JMJ nos preparamos para el encuentro con el Señor en las personas que nos visitan, a semejanza del Adviento en el Señor que viene, pero antes del encuentro con el Señor, somos conscientes que nuestra vida padece de esclavitudes y distracciones, que hacen que en medio de un mundo creado con amor y para amar, nos relacionemos con él como si no amáramos. Formar en la libertad de corazón es lo más importante hoy. Si el corazón está libre, limpio de toda atadura será un corazón abierto y dispuesto a acoger el Amor y comprometido a amar. El comportamiento del mundo nos dice que “no sabemos ser libres”, “no sabemos amar”, y así no aprovechamos las visitas del Señor. Adviento es una invitación a volver a nacer con la libertad de corazón que identifica y caracteriza al recién nacido, a la madre virgen que lo acogió: “Y el Hijo de Dios se hizo carne” (Jn 1,14-18; Filp 2,7). Adviento litúrgicamente nos prepara para recibir a Dios en la humanidad de Jesús, su Hijo, el acontecimiento más grande de nuestra fe.
Una preparación existencial para saber esperar y acoger
La tomamos de los consejos que daba don Quijote a su discípulo Sancho, deseando llevarlo a puerto seguro en el mundo adonde Sancho se dirigía:
-“haz de temer a Dios, porque en el temerle está la sabiduría, y siendo sabio no podrás errar en nada.
-haz de poner los ojos en quién eres, procurando conocerse a sí mismo, que es el más difícil conocimiento que puede imaginarse…
-haz gala Sancho de la humildad de tu linaje y no te desprecies de decir que vienes de labradores y préciate más de ser humilde virtuoso que pecador soberbio. Innumerables son aquellos que de baja estirpe nacidos han subido a la suma dignidad.
-si tomas por medio a la virtud y te precias de hacer hechos virtuosos, no hay para que tener envidia a príncipes y señores, porque la sangre se hereda, pero la virtud vale por sí sola lo que la sangre no vale.
-procura descubrir la verdad por entre las promesas y dádivas del rico, como (también) por entre los sollozos e importunidades del pobre. Si acaso doblares la vara de la justicia, no sea con el peso de la dádiva sino con el de la misericordia.
-anda despacio, habla con reposo, pero no de manera que parezca que te escuchas a ti mismo, que toda afectación es mala.
-come poco y cena más poco, que la salud de todo el cuerpo se fragua en la oficina del estómago”.
Y al final don Quijote le dice: “Y, si estos preceptos y estas reglas sigues Sancho, serán luengos (largos) tus días, tu fama será eterna, vivirás en paz y beneplácito de las gentes y en los últimos pasos de la vida te alcanzará el de la muerte, en vejez suave y madura”.
El Adviento y la JMJ nos preparan para el Encuentro con el Señor
El adviento también nos aconseja, como el Quijote a Sancho, para no perder la gracia de ser verdaderos hijos de Dios y la fecundidad del “encuentro con Cristo”. Una persona libre es la que actúa escuchando y agradeciendo todo lo bueno que la vida hace por él, lo que las personas hacen por ella; y toda preparación y trabajo dependerá del estado del corazón, de la persona que va al encuentro. Como Sancho escuchemos al que nos habla en el humilde pesebre que espera la vida que viene a él. Adviento prepara para el nacer de Dios en la historia, en el corazón de cada persona que se prepara a su venida. Todo nos lleva al pesebre. Se trata de ver y comprender con los ojos de la fe, y de restablecer la confianza en Dios a través del Hijo que esperamos en su nacimiento. Podríamos decir como el Centurión: “Señor, yo no soy digno de que entres bajo mi techo, en mi casa”, no soy digno de que vengas a habitar en mí” (cf Mt 8,5-11). Aprendemos que se necesita fe y humildad, que enamoren a Jesús como lo hizo la Virgen María; y que “son los humildes, los sencillos de corazón” los que descubren a Dios, los que verán a Dios (Mt 5,5). Se confirma la necesidad del trabajo de libertad interior, pureza de vida interior, necesarias para el verdadero encuentro con Cristo, y la adquisición de la vida espiritual que soñamos.