Llegó el Adviento como tiempo de espera y de esperanza para preparar la Navidad. El Adviento no es sólo la espera de un acontecimiento, es, sobre todo, “la espera de una Persona”, la espera de un Dios que irrumpe en la historia de la humanidad por amor, para ofrecernos en Jesucristo, la salvación. El Adviento, es por tanto, una espera activa, fecunda, de respuesta al amor de Dios, de compromiso en la tarea de renovar el mundo.
El Adviento nos hace tres hermosas invitaciones:
Primera invitación: A vivir este tiempo, con espíritu penitencial, renovando nuestras actitudes en profundidad, de cara a una sincera conversión. Debemos aprovechar el Adviento para descubrir brotes verdes, otear horizontes de luz, ampliar las páginas de las buenas noticias, generar esperanza.
Segunda invitación: “¡Velad!”, nos dice el Señor. Estar en vela significa estar “atentos y activos”, como el amo de la casa que sabe que puede llegar el ladrón a robar sus posesiones. Velar es vigilar y preparar, esperar y recibir, trabajar y resistir, acompañar y construir, acoger y cultivar, despertar y soñar.
Tercera invitación: A preparar nuestro corazón para que nazca Jesús, especialmente en esta Navidad. Así como se prodigan las “preparaciones externas”, intensifiquemos nosotros, nuestra “preparación interior”: El Adviento es buen tiempo para cambiar rumbos y elegir caminos; para despojarnos del pasado individualista y tejer nuevas relaciones; para descubrir nuestras sombras, iluminándolas con la Palabra de Dios, recobrando la paz y la solidaridad. Participar de la vida de Jesús es encarnar en el calendario nuestro de cada día el amor a Dios y a los hermanos.