Octubre y espiritualidad

Octubre y espiritualidad

La Iglesia católica celebra el mes de las Misiones y del Rosario. Dos temas sobre los que sin duda vale la pena reflexionar para enriquecer nuestra espiritualidad.

MIGUEL ÁNGEL KELLER, OSA

Durante todo el Tiempo ordinario del año litúrgico, los cristianos seguimos alimentando nuestra espiritualidad con los textos correspondientes a la lectura continua de la Sagrada Escritura, tanto en las ferias semanales como en los domingos. Ocasionalmente, celebramos también fiestas o memorias de la Virgen María y otros santos, teniendo también en cuenta otros datos de la tradición de la Iglesia, la piedad y la devoción cristiana.

Así, en este mes de octubre que acabamos de comenzar y que contiene ya parte de las últimas semanas del Tiempo ordinario, la Iglesia católica celebra el mes de las Misiones y del Rosario. Dos temas sobre los que sin duda vale la pena reflexionar para enriquecer nuestra espiritualidad.

El último domingo de octubre se celebra tradicionalmente en todas las comunidades el DOMUND o Domingo mundial de la propagación de la fe. Una fecha que tiene un doble objetivo, tanto en relación con los misioneros como con todos los fieles. Se nos pide, en primer lugar, tener presentes a los misioneros que, muchas veces heroicamente e incluso arriesgando su vida, predican el Evangelio en tierras lejanas o en medio de grandes dificultades. Las obras misionales pontificias realizan a nivel mundial, ese domingo, una colecta especial para atender a sus necesidades y potenciar las múltiples obras sociales que realizan simultáneamente a su acción pastoral. Y sobre todo se nos invita a la oración, para que el Señor los fortalezca y para que no falten nunca numerosas y generosas vocaciones de misioneros sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos.

Igualmente, el mes de octubre es el mes del Rosario, ya que el día 7 se celebra la fiesta de Nuestra Señora del Rosario. Una devoción iniciada en la Edad Media por Santo Domingo de Guzmán y que ha estado presente desde entonces en la piedad cristiana, especialmente pero no sólo en la religiosidad popular y en la oración diaria de mucha gente sencilla. Su importancia y riqueza radica en que no se reduce a una simple “rezadera” o mecánica repetición de avemarías, sino que nos ayuda a meditar los principales misterios de la fe cristiana, agrupados en cuatro series (tres tradicionales y la última añadida por el Papa Juan Pablo II): Misterios gozosos, dolorosos, gloriosos y luminosos.

Los Misterios gozosos recogen los momentos llenos de alegría y ternura del inicio de nuestra salvación en Jesucristo: Anunciación de Señor, Visita de María a Santa Isabel, Nacimiento de Jesús en Belén, Presentación en el Templo, el Niño perdido y hallado en Jerusalén. La figura de la Sagrada Familia está especialmente presente en estos misterios, que nos invitan a recordar y acoger en nuestro corazón la Encarnación del Señor.

Los Misterios dolorosos: se centran en la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo: Oración en el Huerto de los Olivos, Flagelación, Coronación de espinas, el Camino hacia el Calvario cargando la Cruz, la Crucifixión y la Muerte de nuestro Redentor. Vivirlos de cerca como María, acompañar a Jesús reconociendo su presencia en el rostro de todos los que sufren hoy, descubrir y aceptar el sentido humano y cristiano del dolor, son los frutos de esta meditación contemplativa.

Los Misterios gloriosos: celebran la Pascua del Señor: su gloriosa Resurrección y Ascensión, la venida del Espíritu Santo en Pentecostés, la Asunción de María y su Coronación en el cielo. Nos invitan a fortalecer nuestra fe y esperanza, a ser testigos de Jesucristo vivo y su presencia en la Iglesia y el mundo, a participar como María de su triunfo sobre el mal, el pecado y la muerte.

Los Misterios luminosos: son Bautismo de Jesús, Bodas de Caná, Anuncio del Reino de Dios, Transfiguración del Señor, Institución de la Eucaristía. Añadidos en el año 2002, por Juan Pablo II, para rezarse el día jueves, quiso seguramente llamarlos así porque iluminan los momentos más importantes de la vida pública de Jesús y nos ayudan a seguirle y anunciarle fielmente.

La mejor manera de rezar el Rosario es leyendo y meditando inicialmente, antes del padrenuestro y avemarías, los textos bíblicos referentes a cada uno de los misterios. Y la mejor forma de celebrar el Domund es recordar que somos todos discípulos misioneros “Conocer a Jesucristo por la fe es nuestro gozo; seguirlo es una gracia, y transmitir este tesoro a los demás es un encargo que el Señor, al llamarnos y elegirnos, nos ha confiado.”  “Discipulado y misión son como las dos caras de una misma medalla: cuando el discípulo está enamorado de Cristo, no puede dejar de anunciar al mundo que sólo Él nos salva (cf. Hch 4, 12). En efecto, el discípulo sabe que sin Cristo no hay luz, no hay esperanza, no hay amor, no hay futuro”, (D. Aparecida 18 y 146).