redacción: Bernardina de Moren
Los cristianos católicos damos inicio a la Semana Mayor o Semana Santa, con el Domingo de Ramos, donde los fieles nos reunimos con nuestro pastor, a participar físicamente en los actos propios que la liturgia nos ordena, como la procesión con palmas o ramos, proclamando a Cristo Rey, como dicen las Escrituras. Pero, este año debido a la pandemia, las Iglesias están cerradas en todo el planeta, y los fieles que acostumbraban a asistir de los actos litúrgicos y llevarse una palma, al fin comprenderán que lo principal, es participar como hermanos en el culto.
Ahora bien… Tal vez muchos piensan que, al no poder estar físicamente participando en lo que conmemoramos, cambia el sentido espiritual de la ceremonia –¡faltaba más!–.
Por supuesto que no. Debemos tener claro que Cristo no necesita que lo saquemos en procesión batiendo palmas, para proclamarlo Rey; Él es Rey.
La cuarentena no podrá impedir que la Iglesia celebre la Semana Santa, sencillamente porque para darle culto a Dios, en un tiempo tan importante como es la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor, no depende de que hayan personas presentes en el templo o no, porque a Dios se le adora en espíritu y verdad (palabras de Jesús a la samaritana) y gracias a la tecnología y sus plataformas digitales, todo el pueblo de Dios puede participar desde su hogar y en familia, de todas las celebraciones que se estén dando en tiempo real, viendo a través de sus pantallas como si estuvieran presentes.
Por eso, a pesar de la cuarentena inevitable, la Iglesia celebrará con todo lo que manda la liturgia, su Semana Santa, su Vigilia Pascual, lógicamente que ciertas partes no se llevarán a cabo, como el lavatorio de los pies, el encendido del cirio pascual al aire libre, y otros detalles propios de esta liturgia.
No adoptemos una actitud de pesar, al no poder asistir personalmente a las ceremonias, al contrario, reflexionemos sobre nuestra culpa por habernos alejado de Dios, viviendo como si Él no existiera, y, aun así, muchos siguen sin cuidarse de contagiarse y contagiar a otros.
Desde nuestro encierro obligado, participemos de nuestra Semana Santa, en comunión espiritual con la Iglesia. Agradezcamos la bendición de poder apoyar la labor y el esfuerzo, que hacen nuestros pastores para que no interrumpamos nuestras prácticas religiosas, aún en medio de esta pandemia.
No caminaremos procesiones, no nos abrazaremos, ni haremos Vía Crucis por las calles, ni celebraremos comunitariamente en la Iglesia, ese momento tan especial de darnos esa felicitación de Pascua de Resurrección, pero podemos celebrarlo en la Iglesia doméstica, que es en cada hogar y en familia.
Este año lo que nos diferencia por primera vez de otros, para este santo tiempo de Cuaresma y Pascua, es que Dios quiso que aprendamos la lección de que una cosa es con cuchara y otra con tenedor, y que Él está a nuestro lado, en cuarentena o físicamente, llenando los templos, y que una pandemia no podrá separarnos de Él en un tiempo tan espiritual, como lo es la Semana Santa, porque no se trata de estar con Él, sino espiritualmente desde nuestros hogares y en la sencillez de una celebración auténtica, demostrando que la mejor forma de conmemorar estos acontecimientos, es con nuestra familia, sin apariencias superficiales que distraigan el acontemcineto más grande, la Resurrección de nuestro Señor Jesucristo. Esperamos que muchos hayamos aprendido la lección con esta cuarentena. Y después de esta prueba seamos mejores cristianos.