Vivimos en una época en el que la competencia, el hacer carrera y brillar sobre los otros es más importante que la solidaridad y la comunión.
Redacción
La acción sugerida a la que nos invita la Palabra es hacer el examen de conciencia necesario para encontrar esos vacíos en nuestra vida de fe, y empezar nuestro proceso de conversión.
Algunos de nosotros hemos estado toda la vida al servicio de una pastoral o sirviendo en la Parroquia, ayudando a los pobres o prestando nuestros talentos en un ministerio específico. Otros, en cambio, están allá afuera, inmóviles, intimidados porque nos ven demasiado ocupados, o detenidos porque no les dejamos entrar.
Son pecadores y pecadoras (en el fondo igual que nosotros, aunque no lo queramos aceptar) que están buscando a Dios, pero a quienes marginamos con nuestra actitud de sabiondos y eficientes servidores.
Hagamos examen de conciencia sobre nuestra manera guiar a los demás.
El Señor nos está pidiendo hoy que seamos humildes, que no desechemos a quienes parecen más lentos o menos virtuosos, a aquellos a quienes les cuesta más comprender la Sagrada Escritura, o a quienes acaban de llegar a la comunidad.
A Dios no le importa si sabemos más o si hacemos la tarea pastoral mejor… lo que le interesa es cuánto y cómo amamos al otro.
Si la medida de nuestro trabajo y nuestra entrega es el Amor, todo lo otro fluirá con suavidad, teniendo la Misericordia como viga de amarre.
Que entre nosotros ocurra así: que el hermano con más capacidades pastorales y espirituales sea puente para que el menos favorecido tenga experiencia de Dios; y que el menor de todos tenga la oportunidad de enseñarle el camino correcto y perfecto a los demás.