Los cristianos hemos de ser testigos de la luz y enemigos irreconciliables de la corrupción. Por lo tanto, debemos luchar por la promoción integral de todas las personas, construir una nación con una democracia más participativa e instituciones más sólida.
Por Monseñor Oscar Mario Brown
La liturgia del primer domingo de Pascua recuerda la petición de los griegos a Felipe: “Señor quisiéramos ver a Jesús”. Hoy, vemos que la misma Iglesia buscaba a su Señor en el cementerio. Pero un emisario divino la reorienta: “buscáis a Jesús, el Nazareno, ¿el crucificado? No está aquí. Ha resucitado. Él va por delante de vosotros a Galilea. Allí lo veréis como os dijo”: La Iglesia no debe buscar a su Señor en el cementerio.
Lo hallará en el corazón de la humanidad, sobre todo, entre los pobres y marginados, los favoritos de Dios. Galilea es “el pueblo que caminaba en tinieblas, que habitaba en sombras”, para el cual una luz brilló, en Navidad, el nacimiento de un niño llamado “Maravilla de Consejero. Dios valiente, Padre Perpetuo, príncipe de la paz” (Is. 9:2-7).
En Hechos 10:34-43, escuchamos la predicación de Pedro ante la conversión de Cornelio, un pagano. Empieza diciendo que Dios no hace distinciones de pueblos o razas, acepta a cualquier hombre “religioso y honrado”.
Recuerda, que Dios envió la buena noticia de la paz por medio de Jesús. Explica después que la fe en la resurrección del Señor no nace de la tumba vacía, sino del testimonio de los apóstoles, que compartieron el ministerio terrestre del Señor y luego convivieron con él, después de la crucifixión. Los discípulos son “testigos” de que Jesús fue ungido con el Espíritu e investido de poder para curar enfermedades, liberar del demonio, y realizar toda clase de obras de beneficencia.
Las autoridades mataron a Jesús, pero Dios Padre lo resucitó y lo nombró juez de vivos y muertos. La idea de la resurrección era difícil de asimilar para un neófito como Cornelio. Era necesario probarla con el testimonio de “testigos calificados”, los apóstoles. Sigue luego la Ascensión o glorificación del Señor, que, a veces, se expresa como “sentarse a la diestra de Dios”, y que Pedro traduce por la designación de Juez universal.
Por último, se aduce el “testimonio” unánime de los profetas sobre el perdón de los pecados. Los profetas, en efecto, anunciaron al Mesías que cumpliría su misión perdonando los pecados de los conversos.
En Colosenses
Se nos recuerda que, por el bautismo, nos hemos despojado del hombre viejo y revestido del hombre nuevo. El autor desarrolla una escatología realizada. Para él, ya hemos muerto y resucitado con Cristo. Por lo tanto, debemos vivir como ciudadanos del cielo, desechando las obras de la carne y generando el fruto del Espíritu. Esto es llevar una vida escondida con Cristo en Dios, hasta la parusía del Señor.
En el Evangelio se dice que Juan “vio y creyó, pues hasta entonces, no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos”. Pero la homilía de Pedro, nos recuerda que la pascua del Señor es un misterio de fe. Creemos en ella, gracias al testimonio de la Iglesia Apostólica.
En Jerusalén les dijo:” Así está escrito: que el Mesías tenía que padecer y resucitar de la muerte al tercer día, que en su nombre se predicaría penitencia y perdón de pecados a todas las naciones, empezando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de ello. Yo os envió lo que el Padre prometió. Vosotros quedaos en la ciudad hasta que desde el cielo os revistan de fuerzas”. (Lc.24:46-49).
Cumplida su misión en la tierra, el Señor va a subir al cielo, como Señor de la gloria, pero les reitera a los Apóstoles la promesa del envío del Espíritu para que, desde Jerusalén, prolonguen su misión por el mundo entero: “Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis testigos míos en Jerusalén, Judea y Samaría, y hasta el confín del mundo”. (Hch 1: 8).
Esto significa que los cristianos hemos de ser testigos de la luz y enemigos irreconciliables de la corrupción. Por lo tanto, debemos luchar por la promoción integral de todas las personas, construir una nación con una democracia más participativa e instituciones más sólidas y luchar por erradicar la corrupción que se manifiesta, por ejemplo, en el clientelismo que infla innecesariamente las planillas de las instituciones del estado con partidarios del régimen, que realiza obras con sobrecostos, y acepta el peculado y el cohecho.
Mientras haya corrupción, estaremos condenados al subdesarrollo, no podremos promover la medicina preventiva y curativa, ni salvar instituciones como la Caja de Seguro Social, ni resolver el problema de asegurar el agua para el Canal y el consumo público, tampoco podremos construir más y mejores escuelas, etc. En esta lucha, no se puede ser neutral, la opción es entre la luz o las tinieblas, la vida o la muerte, la vitalidad o la corrupción.
“Hemos visto al Resucitado” anuncia la Iglesia. Y el apóstol Tomás y el mundo de hoy nos responden: “nosotros queremos ver al Resucitado, al Vencedor de la Muerte, al Señor de la Vida, muéstrennoslo”. ¿Qué vamos a responder?: “Si alguno me ama, guardará mi palabra y mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos morada en él”. (Jn.14:23).
“Contestó Tomàs: ¡Señor mío y Dios mío!”. Jesús le dijo: ¿Porque me has visto has creído?, dichosos los que crean sin haber visto (Jn.20:28-29).
¡La muerte ha sido vencida! ¡Viva la vida!