El Domingo de Ramos abre solemnemente la Semana Santa, con el recuerdo de las Palmas y de la pasión, de la entrada de Jesús en Jerusalén. Pero cada vez pierde sentido y se celebra por inercia. Nuestra mente no capta, no atesora la grandeza del acontecimiento, sólo registra el hecho de que, van a repartir unas palmas y yo quiero la mía, o las mías, aunque el hermano apenas logró conseguir una.
¿Qué nos está pasando? Estamos confundiendo las cosas, lo mismo nos da una que otra, nos desesperamos por adquirir un ramo sin meditar para qué fueron usadas, después que podamos hacer nuestra crucecita y ponerla en la puerta, no necesitamos saber que, con ellas se le dio a Cristo el Mesías una de las más grandes muestras de alabanza que recogen los evangelios, con los ramos le gritaban: “Hosanna al hijo de David bendito el que viene en nombre del Señor” y batían sus ramos a su paso alabándolo aunque después ese viernes de la misma semana, gritaban a todo pulmón: ¡crucifícale, crucifícale!
Los símbolos nos arrastran, tenemos las cenizas del miércoles que da inicio a
la Cuaresma, los ramos con que comenzamos la semana santa, podríamos decir inclusive, el trueque que hacemos de pescado en vez de carne, muchas veces sin sentido de abstinencia.
Y ahora con la cabeza llena de tanta tecnología, menos importancia restaremos a los valores de índole moral-religioso porque tenemos otros intereses, como por ejemplo: irnos con la familia a divertirnos a la playa sin reflexionar en los días Santos que conmemoramos, sobre todo en el gran misterio de la Resurrección de nuestro Señor Jesucristo.
Ojalá tomemos conciencia y dediquemos un tiempo de nuestro diario afán a
meditar en los misterios de nuestra salvación y no permitir que estos días sean
estériles en nuestras vidas.