La época navideña se caracteriza por algo muy particular, y es que nuestros templos se ven más hermosos que de costumbre, decorados con hermosos pesebres y motivos navideños que nos invitan a recordar el Nacimiento del Niño Dios. En ese sentido, yo me preguntaba, ¿será que adornamos bellamente nuestro interior como nuestros templos? La respuesta es algo muy personal.
Para muchas personas un templo vendría a ser una simple estructura. Para un católico debe ser mucho más que eso, porque es importante que hagamos de nosotros un templo de amor, generosidad y bondad para con los demás.
Sabemos que debemos amar a Dios por sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos, pero ¿es nuestro corazón un templo de amor a Dios y a nuestros hermanos? Conocemos también que debemos honrar a nuestro padre y madre, pero ¿es nuestro corazón un templo de respeto para ellos? Hemos escuchado que no debemos levantar falsos testimonios ni mentiras a nuestros hermanos, pero, ¿es nuestro corazón un templo que no da paso al chisme? Cada uno sabrá en su interior si su actuar es cónsono con lo que Dios espera.
Cuando llevemos la Palabra de Dios y las enseñanzas de Jesucristo a la práctica comprenderemos verdaderamente que en nuestro corazón está la raíz de todo. Ese templo debe estar lleno de amor; y es que ese sentimiento es el único capaz de transformar el mundo. Nosotros estamos llamados por Dios para ser templos del Espíritu Santo.
¿Cómo podremos darnos cuenta de que sólo nos quedamos en las paredes, en la simple estructura de un templo?: cuando juzgamos, criticamos y hacemos mal a nuestro prójimo. Esta época nos motiva a ayudar a los más necesitados y de agradecer a Dios por todas las bendiciones. Pero, ¿lo hacemos? O por el contrario, nuestros corazones se convierten en templos de fiesta, consumismo, regalos. Ojalá no sea así.